Introducción al especial «Los habitantes del páramo»

* Aquí se puede acceder al índice de contenidos del especial: “Los habitantes del páramo. Un acercamiento al patrimonio fílmico». 

           

“Patrimonio”. La palabra se las trae o más bien su red sinónima: acervo, activo, propiedad, bienes. Su flujo es interesante y su última palabra (bienes) o, mejor dicho letra, incorpora un descubrimiento: la constatación de un trayecto, el paso de una singularidad a una pluralidad. De un haber a unos haberes y aquí yace lo interesante porque, irremediablemente, de una posesión nace un posesivo. El devenir  histórico humano se nutre de este vaivén que consecuentemente es uno político. Si añadiésemos un adjetivo a la cuestión, en este caso cinematográfico, la cosa se riza. Y no sé si es por su complejidad, amiga de la desidia o tal vez su contraria, la simpleza, hermanada con la indiferencia, lo que tendría que fascinar a todos solo llega a interesar a unos pocos. ¿Por qué? Alguna pista nos daba Víctor Erice en la primera edición del Festival 3XDOC (2012) cuando, hablando con Mercedes Álvarez a propósito de su nuevo largometraje, Mercado de futuros (2011), disertaban sobre los problemas de distribución y exhibición de este país: “Esta película se sitúa a la fuerza, no por voluntad de los autores, en eso que se llama periferia del cine español. Sin embargo, habla de cosas de una actualidad extraordinaria y que nos concierne a todos. ¿Qué ocurre para que no llegue y por qué no llega a ponerse en contacto con un público, que yo pienso que no será mayoritario, pero que sí existe y existe en muchas ciudades del mundo? ¿Qué ocurre para que no se pueda entrar en contacto con la gente? Porque todos hacemos las películas para la gente.”

Nos encontramos ante un déficit social, una tara del sistema donde la culpa de esa apatía descansa en la arbitrariedad de unos pocos. A esos cortapisas va dedicado este texto para hacerles recordar que EL PATRIMONIO CINEMATOGRÁFICO ES NUESTRO, ES ALGO DE TODOS. Y aunque parezca que uno habla de la prehistoria, que también, contextualizar el patrimonio cinematográfico en el presente nos ayuda a comprenderlo mejor y además hacerlo subjetivamente aporta un riesgo. La exposición que uno puede hacer puede abrigar el acierto como el fracaso y en ambos casos puede llegar a acariciar lo pornográfico. Ya veremos. En las últimas Elecciones Generales, me tocó ser segundo vocal en una mesa electoral (la conexión entre el azar y la idea de responsabilidad ciudadana es tan contundente que ambas se retroalimentan del origen mismo de la democracia, revelándonos que la política bien podría ser una herramienta lúdica de la sociedad). Soy de los que piensa que cuando uno adquiere una responsabilidad, sobre todo de manera indirecta, automáticamente se imbuye de un aura majadero de superioridad con respecto a la mayoría de ciudadanos y lo irónico del asunto es que no tienes que esforzarte mucho por hacérselo creer, la asunción es permeable. Muchos vecinos votantes se acercaban y me decían que a ver si esta era la última vez, a ver si éramos capaces de ponernos de acuerdo para gobernar. De alguna manera que desconozco me asociaban a algún partido político por estar delante de una urna cuando mi posición era la diametralmente opuesta. Ese malentendido necesitaba de una formación aunque fuese mínima, así que pensé en leerme todos los programas de los partidos mayoritarios pero después me dije, ¿por qué? Quizá los minoritarios tengan más cosas que contar o, al menos, dispares formas de aproximarse a ellas. Y aunque decidí hojearlos, la decisión salomónica no tardó en presentarse. Ni unos ni otros. Lo que hice fue  mucho más sencillo, utilicé lo único que puede hacer desarmar a un político: lo esencial. Me ceñí a una sola cuestión, quise ser concreto: saber lo que piensan y lo que iban a proponer, claro está, los futuros gobernantes sobre el patrimonio cinematográfico. La conclusión fue alarmante aunque se veía venir: no se puede votar aquello que no existe. La mayoría o no lo citaba o lo hacía de pasada en sus programas. Ahora bien, eso no significaba que uno no fuese a ejercer su derecho al voto, siempre existirían alternativas y el voto tóxico hubiese sido una opción como cualquier otra.

Ciudadanos. Programa Electoral. Elecciones Generales 2019.  
82: Elaboraremos un Plan Estratégico de Patrimonio Cultural y actualizaremos la legislación sobre protección de nuestro patrimonio. Impulsaremos una campaña de inventariado de nuestro patrimonio, con especial atención al situado en el mundo rural. Promoveremos campañas educativas sobre nuestro patrimonio cultural en las escuelas.

PP. Elecciones Generales, autonómicas y municipales. 2019. Programa Electoral.
324: Se desarrollará un Plan de Mejora de Museos, Archivos y Bibliotecas que incluya la adecuada dotación de recursos humanos y materiales, inversiones de restauración, modernización y ampliación de sedes así como enriquecimientos de sus fondos. 329: Reforzaremos la financiación y las actividades en todo el territorio nacional de las grandes instituciones culturales del Estado como el Museo del Prado, el Centro de Arte Reina Sofía, la Biblioteca Nacional o el Museo Arqueológico Nacional.

PSOE. Haz que Pase. Programa electoral PSOE. Elecciones generales. 2019.
3.54: El PSOE se compromete a: Refundar la Filmoteca Española para adaptarla a las necesidades actuales. Ampliar el concepto de patrimonio en la reforma de la Ley de Patrimonio, para incluir nociones como la de patrimonio industrial, patrimonio fílmico o patrimonio digital y la de Paisaje Cultural, al entender que la protección al bien debe extenderse a su entorno.

Unidas Podemos. Las razones siguen intactas.
100: Impulsar una red de centros culturales ciudadanos. En cooperación con el resto de Administraciones y partiendo de la actual red de bibliotecas, centros culturales, centros cívicos, casas de juventud y de nuestra propuesta de centros de innovación ciudadana, se impulsará como modelo antagónico a las casas de apuesta que proliferan en los barrios.

Vox. Hacer España grande otra vez. Programa Electoral Junio. 2016.
397: Política de inversión: se promoverá la inversión pública en la recuperación, restauración, adquisición, conservación y mantenimiento del patrimonio histórico artístico español, así como potenciar la inversión privada  mediante una Ley de incentivos fiscales y mecenazgo para todos aquellos particulares o empresas que ayuden a la conservación o difusión de nuestro patrimonio cultural.
401: Política de restauración: se creará el Instituto nacional de restauración, conservación y catalogación de obras de arte y Patrimonio, con titulaciones oficiales, competencias de ámbito nacional, y presupuesto suficiente para coordinar y llevar a cabo todas las tareas tendentes a inventariar el patrimonio nacional, programar y coordinar su restauración y vigilar su conservación, trabajando en su investigación en colaboración con las Universidades y empresas vinculadas al sector.

Bien, de los cinco partidos que nos representan mayoritariamente, ninguno salvo el PSOE cita el adjetivo cinematográfico adjunto a patrimonio y lo hace con una salvedad, no usa la literalidad. Lo llama “fílmico” y además propone establecer una diferenciación entre los diferentes patrimonios culturales. Además apunta cómo lo va a hacer: reformando la Ley de Patrimonio. Quizá un programa político sea eso, un mero apunte, una eterna promesa. Además es osado y propone refundar, ni más ni menos, que la Filmoteca Española. Ya solo nombrar el organismo central que alberga el patrimonio cinematográfico es de aplaudir, sobre todo porque es el único que lo hace. Pero no habrá querido decir, ¿vamos a cambiar de sillones a sus máximos directivos para poner a los nuestros? ¿Tanto cuesta decir las cosas por su nombre? ¿De verdad tienen miedo a ser concretos? ¿A ser aliados de vaguedades insustanciales a la hora de proponer, ya no digo ni siquiera hacer, algo? Ciudadanos es el ejemplo más rimbombante de incertidumbre, todos lo son de alguna manera. Desea inventariar el patrimonio y, en el colmo del buenrollismo, prestarle mayor atención al mundo rural. ¿El mundo rural? ¿Es otro mundo? ¿Otro Villar del Campo, perdón, del Río olvidado por la administración? En el PP lo tienen un poquito más claro, en el fondo siguen siendo muy consecuentes con ellos mismos, no tienen ni idea de qué es una Filmoteca. Según sus señorías, mejorarán los museos, archivos y bibliotecas y en otro colmo, el de la desfachatez, darán más euros a los de siempre. Por el contrario, los de Unidas Podemos rescatan un viejo término, el cineclub, pero lo hacen suyo de una manera un tanto quijotesca. Lo llaman “centros de innovación ciudadana” y se convertirán en los adalides contra las casas de apuestas. No dicen cómo pero «mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes sino molinos de viento…». Llegamos a Vox y la externalización es un hecho. La privatización hace acto de presencia para meter mano en las instituciones públicas y además, por si no quedaba claro su posicionamiento, quieren seguir balcanizando el sistema político creando institutos nuevos, carteras nuevas y, por tanto, nuevos cargo ministeriales que amplíen la periclitada comunidad política. Y digo yo, ¿no será que al final Vox sí está a favor de un sistema autonómico?

Inmiscuirse en lo que es de todos puede llegar a traer consecuencias inesperadas, enfangarse con los garantes de su control puede llegar a destripar sus intenciones. Esta pequeña investigación nació de una manera epistolar. Misivas que se cruzaban por el universo virtual de internet. Preguntas ansiosas de respuestas docentes. Armado con mi móvil, utilizando su opción de grabadora, me interné en un mundo de oídas para confrontarlo con lo que se suponía que sabía. Como de costumbre, me encontraba muy lejos de la realidad.

Desde siempre me ha fascinado una luz, aquella que era expulsada del proyector de una sala de cine. Soy hijo de las sesiones continuas y en el tercer visionado de la misma película, el despiste se multiplicaba alejándome por segundos de la gran pantalla y haciéndome profanar los límites de la geografía tenebrosa que la circunscribía. El haz de luz que moría en la superficie blanquecina siempre me hacía elevar mis ojos, primero al cielo y después a rastrear el polvo cósmico que expulsaba el proyector. No se trataba de una visión, era una revelación en forma de fogonazo que me perturbaba. Veía partículas suspendidas por encima de la cabeza de los espectadores y me preguntaba qué era esa caspa luminiscente. La película pasada por la ventana del proyector cinematográfico a veinticuatro fotogramas por segundo, la mayoría de las veces, desveló el enigma: la constatación de una ilusión. El despertar de un sueño, el choque profundo y nuclear de ser consciente de estar contemplando un simulacro. A partir de esos momentos mi vida pasó fulgurante y caótica a los veinte para después transformarse en sosegada y ordenada a los cuarenta pero siempre con el propósito de ser aliado del cine y aquí me encuentro, en mitad del 2019 en frente de la fachada del Centro de Conservación y Restauración (CCR) de la Filmoteca Española. A un costado la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM) y en el otro, Telemadrid. Más allá un centro comercial y los Kinépolis ondeando majestuosos, rodeados de un ejército de restaurantes de comida rápida. Eliminando a la ECAM uno se pregunta qué hace el CCR aquí, conformándose como una atracción más. La geografía me proporcionaba una contundente respuesta, el espacio. Todo es grande en la Ciudad de la Imagen pero también todo está muy vacío en su interior. Han pasado décadas y uno siempre tiene la sensación de caminar por un páramo. Todo está construido a lo grande, no solo el mundo de la imagen está representado en este complejo, o más bien conglomerado de edificaciones, también existen oficinas que pertenecen a emisoras de radio, editoriales y compañías informáticas, pero la sensación de soledad alberga al visitante en esta ciudad hueca. Incluso, darse una vuelta por el centro comercial parece ser una ofensa para la masa. Caminar por los pasillos de la ECAM es hermanarse con una soledad desesperada. Adentrarse en sus aulas es hacerlo en el inframundo del silencio.

Aventurarse en el CCR es otro ejemplo de exploración a tu habitación. Y los alrededores son inexpugnables superficies habitadas de nada y acompañadas de vehículos fantasmas estacionados. Y aunque a uno le recuerde al reino de las sombras gorkiniano, a mí más bien me retrotrae a una de las imágenes de mi infancia, que suelen ser las más poderosas: el comienzo de la serie animada Don Quijote de la Mancha (Cruz Delgado, 1979). Existe un momento al final del opening donde se produce una panorámica de izquierda a derecha y podemos contemplar la geografía del pueblo del hidalgo. En esos escuetos segundos no estamos viendo el escenario de una localidad del siglo de oro español, sino que asistimos a la soledad de la España de la Transición: calles desiertas, campos despoblados, geografías yermas. Con esa especie de estremecimiento me adentré en el CCR con un objetivo: conocer a Mariano Gómez, uno de sus restauradores e investigadores. Me hechizó su forma de expresarse y sobre todo su lacónica ironía cargada de un noventa por ciento de negativismo y un diez por cierto de positivismo. Ni que decir tiene que si escribo estas galeradas es por ese diez por ciento. Y como si metiese mano a esos contenedores que posee la institución para desechar lo prescindible, cogiendo celuloide como mero recuerdo, Mariano me presentó de carambola a Ramón Rubio, responsable del Departamento de Restauración del CCR. A partir de ese momento empezó una serie de conversaciones entre ambos que dieron como fruto unas grabaciones que se convirtieron en material de derribo, tan inestables como el celuloide de nitrato. El caudal de experiencia fue ingobernable, no era la intención pero tampoco se puso freno. Todo lo que se grabó es proclive a interpretación y eso fue lo único deliberado, ser conscientes de que andábamos sobre la cuerda floja. El viaje empezaba, los tripulantes estaban preparados y no teníamos un destino prefijado y, de pronto, a mi cabeza vinieron unas palabras que intercambian unos actantes en La mirada de Ulises (To Vlemma tou Odyssea, Theo Angelopoulos, 1995): “Y lo primero que creo Dios fue el viaje después vendría la duda y la nostalgia.”

 

© José Amador Pérez Andújar, verano de 2019 – febrero de 2020

 

(Este artículo sigue en el segundo capítulo del especial: «Entrevista a Mariano Gómez, investigador del Centro de Conservación y Restauración (CCR) de Filmoteca Española».)