Diario del Xcèntric 2019 (1): Rudy Burckhardt

La alegría es circunstancial

 

El domingo perdí la Hispano Igualadina de las 20:30, frente a cuya compuerta suele formarse una cola curvilínea que demora unos minutos la salida del bus. No fue así esta vez, puesto que subí a toda prisa las escaleras de la salida del metro a las 20:31 y en la parada ya no había ni un alma. Un par de horas después, ya en casa, examino en el ordenador el texto de la hoja de sala de la segunda sesión del Xcèntric 2019. No pude recogerla in situ, llegamos justos y no quedaban o bien no se imprimieron. Tampoco esto me había ocurrido nunca. Todavía cautivado por los colores, los rostros, las prendas de vestir, las fachadas, los desplazamientos, todo lo que ocurre bajo el cielo neoyorquino en las películas del suizo Rudy Burckhardt, le leo decir (es una transcripción de un programa de radio) que “Nueva York es genial para eso porque siempre puedes, y no importa cuán miserable o nervioso te encuentres, casi siempre puedes salir a la calle y mirar cosas o personas, sobre todo personas, porque las cosas realmente suceden en las calles, especialmente donde vivo, en la Calle 14 y la Tercera Avenida. Si estás de mal humor, puede ser bastante horrible, ya sabes”. Pienso en mí mismo un par de horas antes, en mi propia contrariedad abriéndose paso entre los seguidores del Barça que vienen de ver a su equipo ganar al Eibar y van a frustrar mi previsión de encontrarme desierto el Viena que hay detrás del Corte Inglés de Maria Cristina, donde tenía intención de tomarme un cevapcice con cebolla mientras trataba de ordenar mis ideas. Un madridista (lo delata su bufanda) nervioso y fuera de lugar escuchaba la radio junto a la plataforma del tranvía: “¡Modric! ¡Luka Modrić! El Moro, ¡Fernando Morientes!”, parloteaba, solo, mientras su equipo sufría para ganar al Betis en el último suspiro. En el Viena sí que había cola; me tuve que comer el bocadillo en marcha, mientras caminaba de vuelta a la parada para coger el bus de las 21:15.

Sodom and Gomorrah, New York 10036

Pero, al fin y al cabo, la nueva temporada del Xcèntric ha empezado y ese es un motivo de alegría. La alegría flota, viaja, a veces palpable y a veces esquiva, por los filmes de Rudy Burckhardt, que parten de la humildad del transeúnte que sale a tomarle el pulso a la ciudad, prescindiendo de los ángulos insólitos y las elaboradas composiciones que caracterizaban las fotografías de Saul Leiter, otro gran cronista visual de Nueva York. Me he acordado de él porque hace no demasiado tiempo, un luminoso domingo de finales de otoño, estuve viendo una muestra de su trabajo en la galería Foto Colectania. Es mediante el montaje y, a veces, del uso del sonido que Burckhardt nos sorprenderá cuando estemos creyendo adivinar cómo va a discurrir alguno de sus cortometrajes. En ocasiones, el cineasta asume explícitamente su condición de retratista y vemos a personas que posan para su cámara, como cuando en Sodom and Gomorrah, New York 10036 (1976) la poesía de luces y frenesí y rótulos que venden cuerpos se introduce en una habitación y fotografía en diversas posiciones a una mujer corpulenta, de senos rotundos. Prestando atención a rótulos y anuncios, ya en Eastside Summer (1959), la primera pieza de la sesión, el cineasta cartografía no solo la cultura y los usos de la sociedad de la época, sino también la existencia de ciudades dentro de la ciudad, comunidades en las que, por ejemplo, el español es la lengua predominante. En Square Times (1967) son las canciones de The Supremes las que nos invitan a bailar por entre el paisaje de neones, marquesinas y promesas de una de las más emblemáticas intersecciones de la Gran Manzana. What Mozart saw on Mulberry Street (1956), que Burckhardt codirigió junto a Joseph Cornell, tiene una premisa cuanto menos divertida: digamos que el protagonista es un busto de Mozart, ubicado en un escaparate, que observa cómo unos niños juegan a dispararse flechas.

Doldrums

Las películas que más me impresionaron fueron Doldrums (1972) y, sobre todo, la imprevisible y espumosa Cerveza Bud (1981). La primera empieza filmando basura, piernas y aceras para, tras un fundido a negro, salir de la ciudad a cazar camiones y luego, tras el segundo fundido, emprender el regreso. Agua, chimeneas humeantes, la noche que cae sobre la ciudad y esto es lo que somos, restos, estelas, manchas en el paisaje, un muchacho que salta entre neumáticos abandonados. En cuanto a Cerveza Bud, arranca un poco como arrancaba La puerta del cielo (Heaven’s Gate, Michael Cimino, 1980): tras una huelga de transportes que abarrota de gente un puente, puede que sea el de Manhattan, se suceden los bailes, ya sean sobre patines o en fiestas callejeras, cada una con sus sonidos particulares, diegéticos o no. Claro está que los fastos de la película de Cimino estaban coreografiados y esto de Burckhardt es la vida apoderándose del espacio público. En ambos filmes, no obstante, la alegría es circunstancial. De repente, aparece una mujer desnuda posando y caminando por un bosque, y un rótulo sobreimpreso nos dice que ahora ella o alguien camina sola por las calles de París. Burckhardt monta en paralelo la excursión por el bosque con breves tomas de calles neoyorquinas, pero ahora nos asalta la sospecha de que mirar esos lugares y esos cuerpos puede que no sea lo mismo sin ella, quienquiera que fuese. La exuberancia se torna ausencia, melancolía. Algunas canciones contribuyen a la confusión. Quizá se trata, en el fondo, de una celebración de la posibilidad de yuxtaponer sonidos e imágenes, de jugar, de crear nuevos significados. Incluso Ramón Gómez de la Serna asoma su ingenio hacia el final de la película; el director reproduce una de sus greguerías: “las anclas son anzuelos para pescar puertos”, si no recuerdo mal. El título de la película, Cerveza Bud, hace referencia a un letrero de neón que vemos fugazmente. Podría decirse que la obra de Rudy Burckhardt, que fue también un fotógrafo importante, celebró la belleza fugaz del instante y documentó las transformaciones de la ciudad que habitó desde mediados de la década de 1930, aunque acabaríamos antes diciendo que a lo que Burckhardt se dedicó fue a certificar que Nueva York estaba viva.

Cerveza Bud


 
 

© Toni Junyent, enero de 2019