‘Deambulaciones’ (Carlos Losilla) o el abismo de la escritura

Temblor y consuelo

Este texto no pretende ser una reseña ni una crítica ni un análisis del libro que Carlos Losilla acaba de publicar con la editorial Muga. El libro lleva por nombre Deambulaciones. Diario de cine, 2019-2020 (2021), un título que se aproxima bastante a lo que puede hallarse leyendo sus páginas, y la razón que me lleva a querer evitar hacer una crítica del mismo es muy sencilla: porque puedo. Porque aquí nadie me paga para que lo haga y, aunque me gustaría que me pagaran más a menudo por escribir, prefiero aprovechar el espacio de absoluta libertad que me ofrece Transit para limitarme a discurrir, a escribir en paralelo al diario de Carlos, que he leído estos días de forma intermitente, a menudo tan revuelto e intranquilo como su autor confiesa sentirse en no pocos pasajes del libro.

Leer este libro es un consuelo y al mismo tiempo un temblor. Me ha venido esta palabra, temblor, al tiempo que recordaba a Rubén Lardín en uno de los podcasts de La mano contra el sol, quizá el primero de todos, diciendo algo como que la escritura tendría que aproximarse siempre al temblor. Que no sirve si no es así, si la posibilidad de zozobrar no está presente a cada palabra que se escribe. Creo que a eso se refería Lardín y es una sensación que está incluso explicitada a lo largo de las entradas de este diario. Para mí, en todo caso, leerlo es un consuelo y un temblor por el motivo más peregrino del mundo: porque me siento muy cerca de las búsquedas y las intuiciones que guían el discurso de Carlos, y de la orfandad de ese escribir que no tiene claro a dónde va —al que a veces, incluso, le gustaría tenerlo todavía menos claro—, y lo que ocurre es que, sintiéndome tan cerca de sus palabras me siento muy, muy lejos de nada que se parezca remotamente a la confianza en mi escritura. Es entonces cuando tiemblo pensando que si una voz a la que admiro como la de Carlos Losilla, que lleva décadas en esto, está nada menos que ahí mismo, al filo del abismo, ensayando desapariciones y deambulaciones para ser o para parecer otro, o para reencontrarse, qué puedo esperar de mí, que prácticamente acabo de empezar y ni siquiera tengo claro sobre qué quiero escribir.

La otra posibilidad, harto plausible si atiendo a más de una conversación reciente, es que en realidad todos estemos ahí últimamente, en la trinchera. Luchando para no derrumbarnos, o derrumbándonos tan solo en la medida en que no se note mucho y podamos seguir siendo funcionales.

A lo largo de los últimos años, he intentado en unas cuantas ocasiones llevar diarios como este al que Carlos ha dado forma a partir de un encargo que fue convirtiéndose en otra cosa. Nunca me he alargado más allá de las tres o cuatro primeras entradas, ya fuera por encontrarlas en exceso afectadas o sentir que mis divagaciones sobre cine no valían gran cosa. Leyendo el diario de Carlos, me resultaba cuanto menos divertido ser consciente de mi lugar en la quimera de la escritura respecto al suyo: mientras él viene de la teoría y ensaya otras formas de decirse o de colocarse frente al cine, yo siempre he escrito primero sobre mí y después sobre las películas, una jerarquía que últimamente trato de equilibrar. Aunque ni siquiera tengo claro que no me esté equivocando. Quizá yo no deba escribir sobre cine. No lo sé. Lo que sí es cierto es que la duda respecto a la propia escritura o la intranquilidad de sentirse en tierra de nadie apenas asoman en el grueso de la literatura sobre cine de hoy, aunque Desirée de Fez se haga a menudo preguntas pertinentes desde su columna de los viernes en El Periódico. En todo caso, es esa naturaleza vacilante la que hace de Deambulaciones, diario de cine 2019-2020 un objeto tan raro, tan inesperado, tan necesario: una llamada a la pausa. Si no podemos escribir, lo decimos y ya. Si ni siquiera podemos tocarnos y tantas cosas se han vuelto extrañas, hablemos o al menos balbuceemos, preguntémonos qué diablos está pasando. Con nosotros y con el cine.

«Falso movimiento», de Wim Wenders

No quería que esto fuera una crítica, y en lo que ha derivado es en una especie de desahogo solipsista. Será mejor que vaya encontrando la manera de cerrarlo. Hace un montón de años ardía en deseos de ver Falso movimiento (Falsche bewegung, 1975), una película de Wim Wenders sobre la que Carlos habla en el libro, y como ni estaba editada en DVD ni existían subtítulos en español me decidí a traducirlos por mi cuenta. Solo tenía, creo recordar, una fuente en alemán y otra en inglés hecha a golpe de traductor automático. Cotejándolas y echando vistazos a las correspondientes imágenes, fui desbrozando todo lo que se dice en el filme. Fue hermoso ensimismarme en el texto del guion de Peter Handke, hasta el punto de que, una vez pude ver la película, me sentí un poco como si ya la hubiera visto. Me faltaba algo. Y el caso es que nunca he olvidado las últimas palabras que pronuncia en off su protagonista, que asocio, quizá de forma algo caprichosa, con el temblor y la incertidumbre de vivir, pero también con el de intentar escribir sin saber si llegarás alguna vez a destino: “Era como si me hubiera perdido algo / y siguiera perdiéndomelo / con cada nuevo movimiento”.