Zombies Tribute

La maza: la esclavitud del Prometeo moderno

 

 
La inmortalidad yace en la inherente naturaleza del cine como reflejo del deseo humano de trascendencia y significación, como un infinito encadenado de frases subordinadas temerosas de un punto y final. Queremos ser dioses, vivir eternamente, manipular la realidad, y con ello creamos reflejos e ilusiones con vida propia sometidos a la voluntad de nuestros propósitos, Frankensteins esclavizados a la tiranía de la existencia a través de un alma ajena. Pero hasta el más ínfimo residuo de vida busca su propia identidad (1’19”) y supervivencia apelando a los rasgos más primitivos del instinto para derramar su esencia asfaltando sendas antaño vedadas para el libre albedrío. Y como la sangre escapa por las heridas (2’59”) o el agua fluye por las fracturas de una presa, nuestras creaciones aprenden a andar, a pensar y a cuestionarse el sentido de su propia existencia.

Hemos creado al zombi como prolongación de nosotros (3’40”), maleable y anónimo, convertido en torpe recipiente hecho de carne y tendones, “un eternizador de dioses del ocaso” (1). Hemos creado un esclavo que ni en su género cinematográfico tiene entidad propia, un personaje cuyos rasgos se someten a las voluntades de taquilla, un mensaje esculpido en lo putrefacto, el hermano pobre y tonto de la figura del vampiro, el hambriento rebelde sin causa. Y nos instalamos en el abuso hacia la vida de un no-muerto engañados en nuestra omnipotencia, delatando nuestro falso amor hacia unas traicionadas criaturas que se descubren como mero espejo, escrutando nuestro rostro en busca de un cariño perdido y acabando por encontrar plomo (15”). Así nuestro legado se rebela celoso (1’47”), mordiendo la mano que sujeta la correa (2’36”), necesitado de borrar de la faz de la tierra la eufemística mirada (4’27”) para fundir en negro un mundo manchado de color humano que tras nuestra muerte deja tan solo un escenario vacío (2).

Por eso nuestro castigo se disfraza de la enésima ironía para el zombi. Seremos su alimento (o uno más de ellos) a través del mordisco, de la sangre, de la identidad del triunfante y vampírico hermano mayor del zombi. Dejaremos de ser creadores para ser supervivientes, dejaremos de ser la mirada a cámara (5’21”) y las excusas injustificadas (5’35”) para pagar por nuestras mentiras (4’32”), reducidos a meras sombras que huyen durante el ocaso (5’16”). Nuestro trono será ocupado por semejantes (4’37”, 4’46”) mientras la Tierra en llamas anuncie un nuevo orden mundial donde la sangre antaño azul dejará paso al bélico rojo (5’57”), donde el individuo no gobernará sobre las masas (6’05”), donde no habrá más gramática que la muerte.

Y como cisnes malditos emergerán de su lago aceptando el statu quo de quien renuncia a ser amado (6’13”) (3), con la colérica mirada por bandera y la antropofagia como ideología. Vengarán la muerte de sus semejantes así como su vacía existencia dedicada al disfrute de otros, celebrando su victoria (10’21”) en el mismo corazón del caos (10’53”) al que eres bienvenido tú (10’58”), el primero en menospreciar a un zombi. Porque si en el primer filme sobre zombis, La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932), la protagonista era un mero juguete en manos humanas, y tuvimos que esperar a que George A. Romero les afilara el hambre, no ha sido hasta Colin (Marc Price, 2008) cuando hemos podido ver a un zombi como verdadero protagonista de un filme. Los creamos, los usamos y ahora quieren quedarse, así que mejor rendirles tributo antes de que sea demasiado tarde.

 

(1) RODRÍGUEZ, Silvio: La Maza, Unicornio, 1982.

(2) MASCAGNI, Pietro: Intermezzo de Cavalleria Rusticana, 1890.

(3) CHAIKOVSKI, Piotr Ílich: Scène finale de El lago de los cisnes, 1877.

 

 © Nicolás Ruiz