Festival de Róterdam 2011

Fugas en una ciudad rectilínea

 

O. XL

Una variación entre las muchas posibles en un festival gigante (nuestro primer certamen fuera de España), un tigre XL -broma explícita en la concepción del 40º festival roterdamés (26 de enero-6 de febrero de 2011) aprovechando su emblemática mascota, pero también puesta en práctica con soltura, éxito y envidiable ejecución organizativa-. No faltaron las citas extra large ya previstas en nuestra agenda, en forma de dos “mamuts” cinematográficos –The Autobiography of Nicolae Ceausescu (Autobiografia lui Nicolae Ceausescu, 2010) y Misterios de Lisboa (Mistérios de Lisboa, 2011)- y el intenso y bastante íntimo concierto de The Ex en el Lantaren Venster. Greatest hits ya marcados en la historia personal y en cuanto a los dos animales fílmicos citados, experiencias apasionantes,  inolvidables y también desbordantes (más aún tras un único visionado).

En The Autoportrait of Nicolae Ceausescu, un dictador genocida de bochornosa oratoria es desmontado a lo largo de las tres horas de impecable y anonadante montaje por el otrora exiliado Andrei Ujică a partir de hordas de material registrado por los propios organismos oficiales que detentaba el tirano. Nadie se inmutó en la butaca. Sold out. Imposible reproducir aquí lo sentido ni rememorar cada uno de los imprescindibles episodios que conforman el conjunto. Sin recurrir a subrayados musicales ni voz en off, sin explicaciones de contexto ni matices puntuales. La propia lápida de Ceaucescu labrada por la fusión de los documentos archivados en la Filmoteca y Televisión rumanas. Volver a verla, al menos una vez, para sellar aún más el horror implícito tras los gestos, los saludos, los aplausos y las palabras producidas por, o dirigidas a, un nefasto fake-líder. Hoberman ha firmado un texto específico y modélico sobre el filme de Ujică: «Tyrant with a Movie Camera«.

La otra prenda XL que el International Film Festival Rotterdam (IFFR) guardaba bajo la manga fueron las esperadas seis horas de la versión televisiva de los Misterios de Lisboa de Raúl Ruiz. El productor de la gesta, Paulo Branco, casi se desespera en el empeño. La proyección incorporó algunos accidentes, al resistirse los Blu Ray, episodio por episodio (hasta un total de seis), a dejarse ver. Sin una Play Station 3 como la de su hijo a mano, Branco no tuvo otra que pasar tras la parálisis técnica en el inicio de cada capítulo a la versión DVD. No por ello desistió a cada cambio de disco en enchufar el Blu Ray para comprobar si en esa ocasión corría la proyección mejor suerte. Todo este entuerto no hizo sino acrecentar más aún el aura “fantástica” de una sesión única.

Definida por su director como una película “corrediza” o “deslizante” (“sliding”), una revista suiza (fuente: página oficial de Misterios de Lisboa) sostenía que con Misterios de Lisboa (¿quizás el último filme de su autor? (!)) Ruiz ha logrado trascender totalmente el paradigma de David Bordwell, ya que fusiona la herencia de lo experimental con lo narrativo sin necesidad de respetar la cuestión del conflicto central, ni la regla de los tres actos, ni la teoría de la voluntad…

El texto de Adrian Martin sobre “el mamut de Ruiz” (aunque servidora considera más plástico aplicarle la estructura móvil de un acordeón en permanente expansión y contracción) da cuenta con brillantez de lo que supone este nuevo circuito espacio-temporal del realizador chileno. João y el padre Dinis (difícilmente olvidables ya) aparecen y desaparecen en una trama superpoblada de individuos, identidades, emociones, escenarios, tiempos y planos hipersecuencia. Ojalá sean muchos los que puedan disfrutar al menos de su versión de cuatro horas y media que ha conseguido llegar a los cines de varias ciudades españolas.

 

1. Q & A: Sky’s movie

 

Quero mais nesse instante que é maior que a vida.
Se te amo me respondes?
Quem sou eu?
Não sei.
Quem sou eu? Sou.
Quem sou eu? Nós.
Quem sou eu?
Amor.
Por sobre os ombros, o peso dos desejos.
Por sobre os ombros, a leveza do céu
”.

(Sinopsis de The Sky Above)

 

En el tramo final del inaugural A Day for Incantation, uno de los cuatro pasajes que conforman Oki’s Movie (Ok-hui-ui-yeonghwa, 2010), y tras romper el hielo la moderadora y nosotros con este filme en el XL Festival de Róterdam, capitaneado a estas alturas por Rutger Wolfson, una espectadora toma la palabra para lanzarle incisivas preguntas íntimas a Jingu, el joven director que conforma junto a Oki y al profesor Song el triángulo romántico del filme. Si esta situación se hubiese dado en una sala real, la ronda de Q & A hubiera resultado seguramente más que violenta y/o delirante, aunque bien es cierto que a veces lo son y en ellas uno podría vomitar también ese mismo extraño elemento que regurgita Jingu en otro momento del largometraje de Hong Sang-soo.

En Róterdam, sin embargo, una de las muchas cosas que sorprenden gratamente son los encuentros entre el público y los autores, deviniendo en exigentes y animados coloquios donde la audiencia muestra su respeto, cinefilia e incluso interés técnico por los filmes. Solo recuerdo una estampida bastante notable (y solo una vez concluida la proyección) tras el pase de The Sky Above (O Céu sobre os ombros, Sérgio Borges, 2010), a nuestro juicio una de las propuestas más interesantes de la sección oficial, la Tiger Awards Competition, donde concursan exclusivamente primeras y segundas obras. Unas cuantas personas se quedaron al encuentro con el realizador brasileño Sérgio Borges, presentado por Gabe Klinger, también introductor del filme. “Mi película se parece al proceso de conocer gente. Conoces a alguien, obtienes una impresión y haces un juicio a partir de ella. Pero mañana podrías descubrir cosas diferentes. Espero que mi película pueda resultar similar en complejidad a algo vivido”, exponía Jingu tras reconocer ante la platea que estaba algo bebido.

The Sky Above, un nuevo fruto del colectivo audiovisual Teia, adquiere precisamente la forma de un filme-proceso donde vamos conociendo poco a poco a tres personas que rondan la treintena. Vida e interacción se ligan de forma indisoluble en esta docuficción poética y con cierto calado metafísico que asiste a una realidad triple, la cotidianeidad de tres individuos que aceptan ser registrados por la cámara: ser seguidos primeramente, puestos en escena después, protagonistas deliberados en último término. No fue extraño que el realizador brasileño mentara durante el coloquio a los hermanos Maysles. Durante cuatro años Borges siguió a sus personajes con grandes resultados. La también reciente Putty Hill (Matt Porterfield, 2010) recurría a un método de trabajo similar donde se integraba también el formato entrevista.

Por un lado, vamos conociendo a Everlyn/Dani, transexual y graduada universitaria con dificultades laborales. Ejerce la prostitución por voluntad propia, sacia de paso sus necesidades afectivas y reivindica el valor sagrado del oficio. Durante una de las clases que además imparte ensalza la denominación “puta” acudiendo a su raíz, del latín “putare”: pensar, calcular, reflexionar, y se menta a Judith Butler y su teoría del género como performance. En segunda instancia y con idéntica contención (que no frialdad), se nos presenta a Murari Krishna, teleoperador, graffitero, hincha de fútbol y célibe hare krishna. Durante una escena y tras haber venido hacia nosotros en monopatín durante una desangelada madrugada, dejará el rastro “amor” en muros y paredes. En tercer lugar, Lwei, mitad angoleño, mitad portugués, eterno aspirante a escritor, mantenido por su segunda esposa y padre de un hijo espástico. Nunca ha publicado y vuelve una y otra vez sobre eternas reescrituras: “Cuando escribo, escribo para mí mismo, lentamente”. Guerra y paz le habría parecido monstruoso para tal cometido, expone, y mientras tanto sigue retratando la urbe, Belo Horizonte, sus horas bajas y sus barrios bajos. Sus cuerpos, sus actividades cotidianas, cómo ven el mundo y qué esperan, los obstáculos que encuentran, su soledad, frustraciones,  fantasías y sueños, van conformando unas identidades poliédricas.

 

2. ¿Buscando «algo» desesperadamente?

Varias películas de esta cuadragésima edición del Festival de Róterdam han planteado como motivo argumental el anhelo de su(s) protagonista(s) de encontrar una respuesta, ya sea de carácter natural o divino, para aliviar una sufrida insignificancia existencial y trascender así la inevitable caducidad lineal de su biografía particular. El hombre de todas las épocas y lugares buscó en mayor o menor grado este sentido “superior”. Unos lo persiguen en la tierra mientras otros se encomiendan a alguna divinidad. En realidad, todos buscan una especie de redención o descanso mental más allá del desasosiego y los traumas provocados por alguna circunstancia o experiencia extrema reciente.

De tal manera, aunque por una senda fallida, naufragan los Paraísos artificiales (2011) de Yulene Olaizaola, proyecto apoyado por la Hubert Bals Fund (1), mecanismo de financiación del propio festival neerlandés. Si lo performativo, con concienzudo agarre en lo real, le había servido a Sérgio Borges para ofrecer un retrato lírico, contundente y  contenido sobre algunas incógnitas del ser en la urbe contemporánea, la realizadora mexicana se aleja del mundanal ruido y del registro más documental (debutó con la sugestiva Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo) para situar un drama de existencia descompuesta en un enclave costero próximo a Veracruz, en el Golfo de México. Construye ahí el cruce entre Salomón y Luisa, personajes que no llegamos a sentir ni creer, aprisionados por las circunstancias previstas en el guión: la soledad y la adicción (al cannabis y al alcohol, él; a la heroína, ella). Atisbamos que quizás el error haya residido precisamente en no lograr un término medio, imponiendo estrategias documentales para lograr dotar de credibilidad a un planteamiento ficcional. Pero  simultáneamente Olaizola calibra en exceso los movimientos de cámara, los tempos contemplativos, los encuadres, los gestos, las palabras… y como espectadores lamentamos que el conjunto no consiga respirar con naturalidad.

La búsqueda de Luisa, de un lugar en el mundo donde desintoxicarse del letal consumo, resulta cargada y frustrante, aunque la sobredosis dramática sobreviene con más fuerza en el debut tras las cámaras de la actriz argentina Paula Siero. De poco le sirve agarrarse con insistencia al concepto de tierra prometida o viaje soñado con destino Ushuaia en El agua del fin del mundo (2010). Durante el festival, nos iba pareciendo difícil encontrar un vehículo revelador sobre el asunto de las ínfulas sobrehumanas del hombre, aunque cierta intuición nos mantenía en actitud sigilosa entre idas y venidas, dimes y diretes y repetidas ascensiones de las escaleras mecánicas del De Doelen.

Un último tropiezo antes de la señal definitiva y de cruzar también, por fin, el puente Erasmus de Róterdam (Erasmusbrug, aka Cisne). La propuesta El sicario: Room 164 (Gianfranco Rosi, 2010), programada con anticipación en La noche temática de TVE durante su monográfico sobre el narcotráfico en México, no acabó tampoco de convencernos como dispositivo. El testimonio del sicario y protagonista exclusivo de esos ochenta minutos tiene como base el artículo “El sicario” de Charles Bowden para Harper’s Magazine. Asistimos en la pantalla al monólogo de un enmascarado que con pasmosa frialdad y cuaderno en mano va trazando actos y datos bárbaros en los que estuvo involucrado durante una veintena de años (“Primero mátalo y luego corta lo que quieras”). Va destripando también el proceder de los cárteles y su intrincada tela de araña, corrompedora de casi todos los niveles de autoridad (política, económica, social…). El asesino a sueldo, ante la cámara, recreará físicamente las torturas infligidas otrora y en un desconcertante y pasmoso clímax testimoniará su experiencia de cuando estuvo a punto de desmontarse (o “ser levantado”) y alcanzó la luz divina. Cierto tedio durante toda la parte oralizada y semitranscrita. Desconcierto y agotamiento tras el giro último. Muchas dudas sobre lo que queda tras este ejercicio austero de relato de una barbarie. Y en pocas palabras, “converso por la gracia del cártel”.

New Jerusalem (R. Alverson, 2011): en su transcurso se hizo de veras la luz. Porque no esperábamos nada, aunque en ella estaba Bonnie ‘Prince’ Billy (admirado músico, admirado partenaire de Old Joy); porque sus tres máximos responsables (Will Oldham, Alverson y Colm O’Leary) estuvieron allí mismo, al pie de las butacas de los cines Pathé 3, departiendo con el público tras una proyección memorable; y porque además todo esto sucedió sin que pilláramos íntegramente la traducción de los diálogos.

Alverson, músico de Spokane que ya había debutado con The Builder (2010), relata el regreso de un militar de Afganistán. Sean, este traumatizado inmigrante irlandés, conoce al convencidísimo evangélico Ike en un taller de neumáticos donde coinciden trabajando. El segundo trata de “aliviar espiritualmente” al primero. El realizador de Virginia registra brillantemente los intersticios entre la luz y la oscuridad, la necesidad y el escepticismo y el periplo de un cuerpo desvalido en busca de un alma que se le ajuste. Una apuesta depurada y contenida sobre los actos de convencimiento y los intentos de conversión.

 

3. Let the rythm hit’em

3.1. Wasted «Malaka» Youth (16).

Los personajes de Wasted Youth (Argyris Papadimitropoulos, Jan Vogel, 2011), filme inaugural del XL IFFR, viven en este preciso instante, en el presente de sus días, sin interés por los flashbacks y sin capacidad para proyectarse en un futuro inmediato. Su tiempo es el ya, el ahora donde poder seguir haciendo skateboard con iPod a cada momento y en cualquier parte, el ahora de los amigos con los que emborracharse, el ahora donde no importan las novias y donde su acción más significativa es una masturbación en grupo mientras observan desenfocada una nocturna Atenas. La alargada sombra de la crisis, los pasos de una juventud desorientada y sin guías, la representación adulta en un policía asqueado de su trabajo, de su vida conyugal, de sí mismo…

Rodada a cuatro manos por el griego Papadimitropoulos y el ecuatoriano Vogel, con equipo y presupuesto reducidos, el guión, desarrollado durante el mismo rodaje, plantea un cruce dramático entre el mundo juvenil (personificado en Harry y sus colegas) y el adulto (en la derrotada figura de Vasilis). Existencias que discurrían en paralelo quedan trágicamente vinculadas a partir de una circunstancia entre fortuita y absurda. La forma documental que los realizadores procuraron, así como la urgencia del proceso (“Con algunas películas, es ahora o nunca”), logran una puesta en escena con cierta fuerza inmersiva. Falla quizá la imposición fatalista que desde sus primeros compases hace intuir el dramático cruce. El título del filme elude una palabra intermedia que sí figura en el relato como otra de las pegatinas que la pandilla va colocando en paredes y mobiliario urbano: WASTEDMALAKA (“pajillero” en griego)- YOUTH.

3.2. La cruz del «desertor».

Una de las camisetas de Harry, letras negras sobre fondo blanco, reza: Let the rythm hit’em. El ritmo de la música, el ritmo de las ciudades, el ritmo de las noches de ocio sempiternas… Pero hay ritmos que golpean muy duro y muy bajo y otros que lo hacen sutilmente, pero van reventándote por dentro y aniquilando tu identidad, maniatando tu autoconfianza y falsificando la espontaneidad de tus actos y sentimientos. Esto último va sucediéndole a Jeon Seung-Chul, un personaje absolutamente desesperado que va empotrándose una y otra vez contra hormigones varios. Es el protagonista de The Journals of Musan (Musanilgi, 2010), interpretado por el mismo realizador Jung-bum Park, asistente de dirección de Lee Chang-dong en Poesía (Shi, 2010). En su primer largometraje como director da cuerpo además a la historia real de un amigo suyo, a la que ya se había acercado en formato corto en 125 Jeon Seung-Chul (2008).

En The Journals of Musan insiste en el dramático conflicto, no muy  conocido, que sufren los “desertores” norcoreanos en Corea del Sur. Nadie le tiende la mano a Jeon Seung-Chul. Nada sabe ni puede hacer para trascender su calidad de “prófugo” por mucho que adquiera un traje elegante. ¿Regodearse, quizá, en el fango? Una marca le delata allá donde va de la capitalista Seúl: su número de registro comienza por 125. Conseguirá enlazar una frustrada temporada como pegador de carteles hasta aterrizar en un negocio de karaoke que le ofrece mayores comodidades económicas y aparentes, pero no una integración real. Ni siquiera la comunidad religiosa le acogerá. A Jeon Seung-Chul solo le queda identificarse con un perrito al que cuida con esmero, pero las humillaciones siguen llegando desde varios flancos y, aunque suene fácil (por lo del corte de alas), sentimos como verdaderamente doloroso  el pasaje donde le rajan su “plumas” azul. Aquella palabra que da título al último filme del georgiano Otar Iosseliani, cuya Chantrapas (2010) no acabó de convencernos, podría aplicarse aquí: el “chantrapas” (vocablo ruso de la contracción gala “chantera pas”: “no cantarás”) como outsider forzado, censurado, discriminado e inadaptado.

3.3. Fake Love y noches burbuja

Nos llevamos también grabado el Club Zeus de Shanghái y su catálogo de jóvenes gigolós que con sus encantos estéticos y conversacionales ofrecen vanas promesas románticas a su clientela femenina acomodada. Un director al que seguir la pista, David Verbeek, oriundo de Ámsterdam, ya desde las recomendaciones que nos llegaron en el pasado Festival de Sitges tras la proyección de R U There (2010). En Club Zeus (2011) el realizador holandés, buen conocedor de Shanghái, fascinado por esta urbe, sus movimientos, neones y contradicciones sociales, plantea en clave de ficción lo que podría considerarse también como un ensayo sobre la adicción emocional. “They’ll love you”, reza el tagline del filme. Y además está el contraste abrumador entre ese tipo de locales pseudomaquillados y luminosos y los apartamentos minimalistas y desangelados que habitan los protagonistas.

Para la realización del filme, Verbeek se apoyó en un documental preexistente, The Great Happiness Space: Tale of an Osaka Love Thief (Jake Clennell, 2006). Y su relato, rodado casi como una película de trincheras en doce días entre Shanghai Trance (2008) y R U There, se adentra en la burbuja de los locales nocturnos que ofrecen fakes de amor por cada botella de champán. La narración la articulan fundamentalmente dos protagonistas masculinos: Sly (27 años), que ejerce como hermano mayor de Leonardo (24 años) y que tras su misteriosa desaparición y sorprendente regreso “a las tablas” quiere apartar al más joven de esa ocupación, económicamente muy rentable, pero deficitaria y amenazante en términos emocionales e identitarios. Así somos conducidos a un territorio, un cuasisubmundo, habitado por host y hostess -ellas buscadas más para el sexo; ellos, para una puesta en escena del amor romántico: “ser amado, comprendido, necesitado”-. “Sly me dijo en una ocasión que el mundo de los hosts te vuelve solitario y que esa es la razón por la que el negocio acaba retroalimentándose”, expone Leonardo.

Una buena iniciación con el cine que Verbeek plantea (un director que para Shanghai Trance pudo contar con el sonidista de Jia Zhang-ke y con el músico taiwanés Lim Giomg -conocido por la banda sonora de Millenium Mambo de Hou Hsiao-hsien), bien podría ser la pieza Melody Z. También Shanghái. También la noche. También los neones y la electrónica. También la desorientación del individuo pese a su vida en pareja.


(*) Nuestro más sincero agradecimiento a nuestro incomparable faro y guía en la ciudad de Róterdam, Mercedes Martínez-Abarca (Guest Department, IFFR 2011). Sin su motivación, asistencia y cálida acogida durante el festival seguramente no habría habido imágenes ni palabras.

 

(1) En cuanto a los diversas propuestas de financiación que lanza el propio IFFR, puede resultar bastante clarificadora la contextualización efectuada por Carles Matamoros en su crónica “La cantera del cine independiente” en Miradas de cine.