Entrevista a Nerea Sciarra, directora de ‘Pomo d’oro’

«Lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen final y trabajé para que tuviera sentido»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En poco más de un cuarto de hora, Pomo d’oro describe una jornada en una casa rural durante la cual cuatro mujeres de tres generaciones diferentes colaboran en la elaboración de una salsa de tomate, a la vez que comparten juegos y confidencias. La escena resulta muy naturalista excepto por algunos detalles extraños, como el paso inopinado de los diálogos en italiano al castellano y viceversa, las alusiones indirectas a una ausencia sensible o algunas frases que apuntan hacia misteriosas supersticiones o creencias. Y todo ello conduce hacia un plano final a la vez esclarecedor e intrigante. Lo comentamos con su directora, Nerea Sciarra, que presentó el cortometraje en la sección Un impulso colectivo de la última edición del D’A Film Festival.

¿Qué hay de personal en lo que nos relata tu cortometraje Pomo d’oro?

El corto parte de mi infancia. Nací en Italia, viví allí hasta los dieciocho años y siempre tuvimos la tradición de hacer botellas de tomate en familia. De ahí surgió el contexto de Pomo d’oro, aunque luego la ficción va en otra dirección y explora otras cosas. Está rodada en Abruzo, la región donde yo vivía, a unas dos horas de Roma.

¿Ya conocías las localizaciones?

Tuvimos mucha suerte con la localización. Yo tenía muy claro que quería rodar en una casa con tres ventanas, eso era muy importante para la historia. Cuando escribí el guion, la imaginé. Pero la casa donde rodamos no la conocía previamente. Afortunadamente, pertenece a conocidos de un familiar cercano. La fuimos a visitar y dije: es ésta. Trasladamos todo el rodaje a Italia, con la implicación de las productoras, y creo que fue todo un acierto.

¿Cómo elegiste a las actrices?

La primera que tuve claro es la que hace de madre, Naiara Carmona, con la que empecé a trabajar. Luego hicimos un casting y encontramos a las niñas. Para la que hace de abuela, tuvimos que hacer un casting online porque no me podía trasladar a Italia. Buscaba a una persona de la zona para conservar el acento y la verdad es que fue muy bien. Trabajamos los ensayos con la madre y las niñas en Bilbao, pero con Maria Luisa D’Amico lo preparamos online hasta el rodaje, cuando ya se conocieron todas.

«Pomo d’oro»

 

 

 

 

 

 

¿El corto ha sufrido cambios en su proceso de gestación: has cambiado aspectos de la trama o aspectos formales?

Sí ha cambiado mucho porque llevo desde 2021 escribiendo el guion y ha sido un proceso bastante largo. Pero la esencia ha sido siempre la misma. Lo que ocurre al principio y al final siempre ha sido igual; lo que pasa a lo largo del día ha ido evolucionando. De hecho, se ha ido reduciendo, lo hemos ido sintetizando. Ha sido así también a la hora del montaje. Eso me ha parecido interesante: el hecho de explayarnos en el guion y, luego, llegar poco a poco a la esencia de la historia.

Al abordar el rodaje, ¿tenías ya muy pensadas las imágenes?

Sí y no. Durante el rodaje, trabajamos con bastante improvisación. Marina Palacio, la directora de fotografía, tiene mucha experiencia improvisando y está muy hecha a movimientos de cámara fluidos. Más que tener una planificación dada, lo que hacíamos era capturar lo que iba ocurriendo. A veces parece un documental pero no lo es. Lo que hay detrás es, por así decirlo, una forma de trabajo más libre y naturalista.

¿Qué sensaciones querías crear en el espectador?

Para mí, era importante transmitir la importancia de la tradición, pero dándole una vuelta. Las tradiciones tienen que mucho ver con tabús que van pasando de generación en generación y yo quería romper esa cadena de transmisión y generar una nueva a través del cine. También era importante que la sensación fuera de familiaridad pero que, a la vez, hubiera algo de extrañeza; que se note la ausencia, el duelo. Al mismo tiempo, quería darle importancia a la infancia, a la imaginación y a la magia que aparece al final del cortometraje y que es esencial. Cuando pensé el cortometraje, lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen final y trabajé todo el guion para que eso tuviera sentido. Para mí, lo más importante era quedarnos con esa sensación dulce del final y transportarnos a los juegos de infancia a través de la imaginación.

¿Desde el principio han sido cuatro mujeres?

Exacto. Tenía claro que quería que fueran mujeres de una manera muy natural. No es que estuviera cerrada a que hubiera otros personajes pero, a la hora de escribir el cortometraje, veía que así tenía más sentido. Habla de diferentes generaciones y me parecía bonito que tuvieran ese intercambio dentro de una misma tradición, así como ver cómo afrontan de maneras diferentes el duelo y los conflictos que van surgiendo a lo largo del día.

«Pomo d’oro»

 

 

 

 

 

 

¿La mezcla de idiomas está ahí para crear una sensación de extrañamiento, igual que el momento en el que comen pasta sin platos?

El idioma, para mí, era algo importante. Yo soy bilingüe y en nuestra familia siempre hemos pasado de un idioma a otro casi sin pensarlo. Quería trasladar eso al cortometraje. Lo de comer pasta sobre una tabla de madera es una tradición de esa localización exacta donde rodamos, de la familia de esa casa. Para mí, era como hacerles un homenaje al trasladar eso también a la pantalla. Hay, pues, mucho de vida real en el corto. Me inspiro en las vivencias de la zona.

El corto parece rozar lo fantástico sin llegar a penetrar en ello hasta que, en cierto sentido, se convierte al final en una película de fantasmas.

Tiene un toque de magia, vamos a decir. Creo que el final es bastante claro pero, a la vez, puede dar pie a diferentes interpretaciones. Quería darle ese toque final: aunque el cortometraje haya tenido, desde su inicio hasta el momento de la cena, un código casi documental, que la parte final fuese algo completamente diferente y que no se entienda del todo si es una ensoñación, si es o no realidad. Ha habido varias versiones del final pero siempre partiendo de la misma imagen, la que vemos al final del cortometraje.

¿Tenías en mente determinados referentes al escribir o al realizar el corto? He pensado en Ermanno Olmi, en Alice Rohrwacher…

A Rohrwacher la tengo muy en mente, es uno de mis referentes y su filmografía me inspira un montón. Películas como Lazzaro feliz (Lazzaro felice, 2018) tienen mucho que ver con esa Italia rural que está en Pomo d’oro. Tengo también otros referentes para planos o momentos concretos -la filmografía de Carla Simón para la parte de las niñas, y Dea Kulumbegashvili para la parte de paisajes, el momento de la cena o el juego con el fuera de campo- pero Rohrwacher, en general, es el referente principal para el cortometraje.

¿Habrías hecho el corto de otra manera con más recursos económicos?

No hubiese cambiado mucho el cortometraje. Al final, fuimos un equipo pequeñito de unas diez personas y fuimos a Italia, lo cual ya supuso un reto y fue una gran apuesta de las productoras. Quizás algún día más de rodaje nos habría ido bien para hacer las cosas con un poco más de tranquilidad, pero estuvimos en general a gusto con lo que tuvimos.

«Pomo d’oro»

 

 

 

 

 

 

¿Tendría sentido hacerlo más largo, explicar más cosas, o está bien así como está, acotado a esos cuatro momentos que vemos?

Nos podríamos explayar y hace que cada personaje tuviera más profundidad; pero, como primer acercamiento al a historia y a la tradición, funciona bien. También es cierto que la primera versión del guion era de 25 páginas y la historia se ha ido sintetizando desde ese primer guion hasta el montaje. Me fui dando cuenta de que había cosas muy redundantes y me pareció más bonito jugar con la sencillez, dar pequeñas pinceladas.

 

© Lucas Santos, mayo de 2025