Teniente corrupto

Iguanas infiltradas

Cuando supe que Ian Curtis se había suicidado después de ver Stroszek (1977), pensé que esta era la película más triste de toda la carrera de Werner Herzog. Y no solo por la imposible integración de sus protagonistas en una América desoladora, sino también porque en Stroszek las imágenes llenas de energía que habitualmente rompen la narrativa en su cine no se corresponden con la contemplación de un paisaje romántico, sino que la principal fuga surrealista tiene como protagonistas a una gallina bailando, un pato tocando el tambor y un conejo en un pequeño coche de bomberos. El éxtasis ante la naturaleza es aquí el absurdo de unos animales forzados a actuar.

Ahora Herzog ha vuelto a hablar de esa locura americana. Polémicas al margen, su Teniente corrupto (The bad lieutenant: port of call – New Orleans, 2009) mantiene algunos puntos en común con el de Ferrara (Bad lieutenant, 1992), pero el resultado final se mueve en un tono muy distinto, más cercano a los animales encerrados de Stroszek que al de la historia protagonizada por Harvey Keitel. Y tal vínculo entre las dos películas de Herzog es muy fácil de plantear, puesto que en esta ocasión el director alemán aprovecha el alocado tema folk Old lost John de Sonny Terry, al ritmo del cual bailaba la gallina al final de su anterior filme, para una de las secuencias más memorables del nuevo: Terence McDonagh (Nicolas Cage), teniente de policía, liquida, con la ayuda de los principales traficantes de droga de Nueva Orleáns, a unos extravagantes personajes que le exigen dinero. Cuando empiezan los disparos, la imagen se ralentiza. Abatidos los tres enemigos, el alma de uno de ellos baila breakdance de forma impulsiva. Una iguana pasea entre los cadáveres. Y sabemos que todo eso se encuentra en la imaginación del teniente, excitada por las drogas.

¿En qué se parecen la gallina de Stroszek y esta alma que se resiste a morir? En ambas el baile expresa una energía violenta que sale y se desboca: una brecha en el relato en la que el cineasta alemán deja que su imaginación se expanda y edifique un acto único más allá de la trama, como ocurría también con el asesinato de la mujer adúltera en Woyzeck (1979). Y a este ejercicio visceral, de ruptura con la historia, se deben sumar en Teniente corrupto las apariciones de reptiles varios, especialmente aquella en la que, con el Release me de Johnny Adams en la banda sonora, se reproduce el plano subjetivo de una iguana rodeada de sus congéneres. Recordando a la deriva por la selva de The white diamond (2004), los animales se arrapan a la cámara, que establece con ellos una relación casi táctil, y parece que quieran salir de la pantalla: voluntad expansiva del delirio, imaginación que rompe las fronteras del relato. Además, esta alucinación está ligada a un cierto rechazo de las normas, un primitivismo visual, pues el plano subjetivo es de baja calidad técnica, sucio y torpe, como las visiones del salvaje en El enigma de Kaspar Hauser (Jeder für sich und Gott gegen alle, 1974) (1).

Romper el orden con la alucinación, ir más allá del relato con el estallido de violencia o la mirada deseducada. O, en este caso, imponer los rasgos estéticos de un director a un género que todavía no había transitado. Parece como si estas fugas imaginativas del relato fuesen las que necesita Herzog para reafirmarse como autor y las que requerimos sus seguidores para reconocerlo: si el teniente McDonagh ve iguanas donde no las hay, Herzog las pone en una historia que no las tiene en cuenta. Y este es un posible camino para adentrarse en Teniente corrupto. Cuando el teniente llega a la casa de los inmigrantes asesinados, encuentra un vaso con un pez en su interior que Herzog insiste en filmar, en lo que parece un vínculo con su anterior película, Encuentros en el fin del mundo (Encounters at the end of the world, 2007). Lo mismo sucede con la anguila de la primera imagen del filme o con la bella historia del tesoro escondido. Tanto en sus ficciones como en sus documentales, Herzog añade elementos propios de su estilo, quizás para reafirmarlo, quizás por miedo a perder la marca de fábrica. Un miedo injustificado en este caso, pues muchos elementos de la película, desde el histrionismo de Nicolas Cage (que remite al de Klaus Kinski) hasta el escenario post-Katrina (parecido a la Basseterre abandonada de La Soufrière -1977-, pero poblado de corrupción), entroncan con sus constantes sin necesidad de introducir elementos excéntricos en principio desligados de la historia. Pese a todo, la inclusión algo forzada de estos otorga a las películas una nueva dimensión que les da su valor, y este es el caso de Teniente corrupto: sin las iguanas o las reflexiones sobre los peces, el teniente McDonagh sería mucho menos interesante.

Empezábamos diciendo que Stroszek es la película más triste de Herzog. ¿Se prolonga eso en la visión de América que da Teniente corrupto? Creemos que no. El baile de la gallina es uno de los momentos más trágicamente desencantados de todo su cine; en cambio, el asesinato de los acreedores parece una broma mayúscula, una secuencia freak que todos los seguidores de Herzog esperamos, y lo mismo ocurre con las apariciones de las iguanas. Parece como si en su cine la ruptura del relato ya no respondiera a la aparición de imágenes perturbadoras o extáticas, sino a la necesidad de su reafirmación como autor, siempre con una distancia irónica respecto a sí mismo, una pérdida del misticismo en beneficio del factor lúdico. Las brechas en la historia enlazan Teniente corrupto con sus ficciones de los 70, pero su tono autoparódico la asemeja a sus últimos documentales, ya sean dirigidos por él (Encuentros en el fin del mundo) o solo escritos y producidos (Incident at Loch Ness –Zak Penn, 2004-).

¿Qué representa, pues, esta película en la filmografía de Herzog? ¿Un nuevo comienzo en la ficción para trastocar el género? ¿La asunción de que su energía se ha convertido en una autoparodia? ¿O quizás un filme para replantearnos todas sus ficciones anteriores, despojarlas de seriedad y tristeza y descubrir su humor salvaje? Sea como sea, algo intuimos: su próxima película My son, my son, what have ye done (2009), producida por David Lynch y ya estrenada en Venecia, no aclarará nada al respecto. Y por eso mismo parece muy estimulante.

 

(1) Para un estudio detallado de la dialéctica entre relato y alucinación en esta película, ver CRESPO, Alfonso: Un cine febril. Herzog y El enigma de Kaspar Hauser, Metropolisiana, Sevilla, 2008.