¿Tiene sentido el canon Sight & Sound?
El cruce entre lo subjetivo y lo canónico
* Este artículo forma parte del dosier especial «¿Un canon cinematográfico para hoy?»
A nadie se le escapa que, si se ha debatido tanto en el último año sobre el canon cinematográfico y su necesidad de reformularse, ha sido a causa de la publicación en diciembre de 2022 de la nueva lista de mejores películas de la historia de la revista Sight & Sound, basada en los votos de 1.639 críticos y cineastas a quienes se invitó a participar en la encuesta. Dicha votación se ha ido repitiendo cada década desde 1952, y hasta ahora las películas que la encabezaban habían sido clásicos que generaban más o menos cierto consenso: Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, Vittorio De Sica, 1948) en la primera votación, Vértigo (De entre los muertos) (Vertigo, Alfred Hitchcock,1958) en la penúltima y, en el resto, Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941), ganándose así en el imaginario cinéfilo el epítome de “mejor película de la historia”. Pero en la edición del 2022 sucedió algo imprevisto, y es que se coló de repente en el primer puesto groseramente y contra todo pronóstico un filme que generaba mucho menos consenso: Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), de Chantal Akerman.
Difícilmente se puede afirmar que Akerman sea una cineasta totalmente desconocida a estas alturas, pero sí que es innegable que se encuentra lejos de las preferencias del espectador cinéfilo medio y, sobre todo, que la película en cuestión era de visionado más difícil que las anteriormente escogidas como “mejores de la historia”. Hubo aquí una importante ruptura. Porque los otros tres filmes que antes ostentaban este pomposo título, así como la mayoría de los que aparecían en los primeros puestos, eran obras que hoy todavía generan consenso cinéfilo. Uno podía no estar de acuerdo con su elección e incluso considerar que estaban sobrevaloradas, pero contenían elementos que permitían entender por qué otros sí las tenían en tan alta consideración. Con Jeanne Dielman no ha sucedido exactamente eso y se levantaron inmediatamente las sospechas de que la película de Akerman —de más de tres horas de duración y con un ritmo alejado de los estándares del cine clásico— había alcanzado ese puesto por motivos extracinematográficos, por su condición de filme feminista dirigido por una de las grandes cineastas de la historia. La mayor representación en dicha lista de filmes realizados por mujeres o autores afroamericanos abrió el debate sobre si la votación no había estado condicionada.
El propósito de este artículo no es entrar otra vez en ese ya desgastado debate ni defender o atacar la inclusión de estas obras en la lista, sino más bien reflexionar sobre una serie de puntos: ¿por qué antes se daba por válida esta votación sin sospechas de que el voto pudiera estar condicionado por otros factores? ¿Hasta qué punto debemos aceptar una lista como la de Sight & Sound como una especie de canon cinematográfico? ¿Qué utilidad nos puede ofrecer este listado?
Un repaso a setenta años de votaciones
Los orígenes de esta votación provienen de una encuesta que la revista realizó en 1952 a sesenta directores de cine preguntándoles por las que ellos consideraban las diez mejores películas de la historia. A esta le seguiría otra convocatoria realizada ese mismo año a ochenta y cinco críticos de todo el mundo, a la cual respondieron sesenta y tres. Esta primera votación tuvo un carácter informal, como un juego propuesto a una serie de conocidos, un tono que parece que se mantuvo en la segunda edición de 1962, de la que se conservan algunas de las respuestas que recibió la revista. “This is crazy!”, decía jocosamente Jonas Mekas en el encabezado de su respuesta, pero eso no le echó atrás para unirse al reto seleccionando diez películas… y luego enviar una segunda carta pidiendo que reemplazaran de su lista Tol’able David (1921) de Henry King por Ciudadano Kane. Por otro lado, el popular crítico Andrew Sarris respondió con una vistosa carta hecha con rotuladores de diversos colores, enfatizando el tono más juguetón que parecía tener la propuesta por entonces.
Lo más interesante de estos primeros listados es examinar qué películas incluían que con el tiempo han quedado fuera de lo que podríamos llamar el canon popular. La inclusión más sorprendente de la primera votación es un filme de Robert Flaherty que ni siquiera es el que más ha pervivido en el tiempo —Nanook el esquimal (Nanook of the North, 1922)— sino Louisiana Story (1948), que ha quedado virtualmente olvidada en el imaginario cinéfilo. También resulta curioso ver a cineastas por entonces de gran prestigio que con el tiempo han pasado a un segundo término como Mark Donskoy y René Clair, que nos sirven para constatar cómo ha cambiado la idea del canon desde entonces hasta hoy.
Si pasamos a echar un vistazo a las siguientes votaciones podremos notar cómo ya desde la edición de 1962 el listado empieza a adquirir la forma de lo que ahora consideramos un canon cinéfilo bastante estándar, que se irá manteniendo en futuras listas en las que los cambios de títulos y directores serán por otros que también consideramos hoy día válidos como parte de ese canon. Así pues, en 1972 desaparecieron los directores neorrealistas de los primeros puestos, pero los reemplazaron cineastas más modernos que hoy se mantienen como intocables, tal es el caso de Ingmar Bergman o Federico Fellini. Del mismo modo, en esa edición entraron por primera vez en el Top 20 títulos que luego se considerarán imprescindibles en una encuesta así, como Vértigo (1958) y Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956).
Fijémonos no obstante en un aspecto muy interesante de estas primeras listas. En la edición de 1952 la considerada mejor película de la historia así como la quinta del listado se habían estrenado tan solo cuatro años antes. La siguiente votación es aún más chocante en ese aspecto: la elegida como segunda mejor película de la historia fue La aventura (L’Avventura, 1960) de Michelangelo Antonioni, que tenía solo dos años y había suscitado numerosas polémicas y debates en su estreno. No solo era un filme pasmosamente reciente sino además de tal modernidad que sorprende que varios críticos coincidieran en tildarlo como una de las mejores obras de la historia. ¿Seríamos capaces de imaginarnos hoy día una obra que tras provocar un gran revuelo en Cannes fuera votada dos años después como una de las mejores de la historia? No se trata de un caso puntual: Hiroshima, mon Amour (Alain Resnais, 1959), otra de las películas clave de la modernidad, quedó por entonces en el puesto once. Por otro lado, en la lista de 1972 encontramos también películas de Jean-Luc Godard, Robert Bresson y Bergman con menos de diez años acaparando los veinte primeros puestos. Es a partir de 1982 cuando me da la impresión de que eso que podríamos denominar canon Sight & Sound se atasca y empieza a redundar en variaciones de los mismos títulos o autores, dejando de incorporar filmes recientes salvo excepciones puntuales —siendo la más vistosa la inclusión de Toro salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese,1980) en el segundo puesto de las votaciones de directores—.
Aquí creo que entran en juego dos aspectos importantes que van íntimamente relacionados. El primero es la ampliación del número de votantes con los años, que rompe con la imprevisibilidad que permitía en el primer listado que una película con tan solo diez votos entrase en el Top 10 (es el caso de El millón (Le Million, 1930) de René Clair). Hoy día curiosamente la tendencia es la opuesta. De los 145 votantes que participaron en 2002 se pasó a 846 críticos y 358 directores en 2012 y a los más de 1.600 participantes en 2022. Teniendo eso en cuenta, lo sorprendente no es que la última votación haya variado respecto a las de décadas anteriores, sino más bien que no haya sufrido cambios aún más vistosos. Contra lo que podría parecer, la lista de 2022 es para mí más bien una confirmación de cómo el canon que había propuesto la Sight & Sound sigue bastante vigente, con solo algunas intrusiones entre unos primeros puestos donde en el fondo predominan los filmes de siempre.
Creo que esto va unido al segundo factor que explica esa estandarización desde los años ochenta. Cuando la lista se fue haciendo cada vez más célebre y pasó a ser una votación periódica, hubo una serie de filmes y autores que se volvieron recurrentes en los primeros puestos. Eso llevó inevitablemente a que la cinefilia los asociara a los “mejores filmes de la historia”, de forma que cuando uno piensa en las obras cumbre del cine es inevitable que le vengan estas a la mente. Eso no quiere decir que no hubiera un consenso previo respecto al estatus de dichos filmes, pero el hecho de que en tantas décadas siempre se hayan repetido los mismos títulos, incluso en el caso de cineastas como Alfred Hitchcock, Yasujirō Ozu o John Ford con tantas obras prestigiosas entre las que escoger, resulta un tanto sospechoso. No sé cuántas veces a lo largo de mi vida he leído y escuchado que Ciudadano Kane no es ni siquiera la mejor película de Orson Welles, pero aun así, esta sigue siendo su obra más votada y la que aparece en los primeros puestos de estos listados. Es tan fuerte la asociación del primer largometraje de Welles con el título de “mejor película de la historia” que nos cuesta romperla. El estar tan familiarizados con listados anteriores de la Sight & Sound y de otros medios nos condiciona a tener una plantilla mental predefinida. Incluso si descartamos por completo todos los títulos y directores que vienen por defecto en estos rankings para elegir otros propios, estoy convencido de que nuestra formación cinéfila parte de ese panteón de películas. Y quizá esa plantilla es lo que podríamos considerar el canon aceptable que tanto molesta que no se respete. Es por ello que, seguramente, resulta intolerable para muchos ver entre los primeros puestos Jeanne Dielman o una película de Claire Denis. Pero, al margen de que uno coincida o no con los filmes seleccionados, el choque que ha supuesto la última lista de Sight & Sound es que ha roto un estándar en la elección de películas que se venía arrastrando desde 1982. Y eso es algo que el propio editor y los redactores de la revista siempre han reconocido abiertamente que querían lograr; por ello se amplió de una forma tan radical el número de votantes. En cualquier caso, no cabe olvidar que la película de Akerman tiene casi cincuenta años y lleva mucho tiempo siendo reivindicada. Y que, aunque hoy día puede parecernos que la lista de 2022 atenta contra el canon, en el fondo los listados de 1962 y 1972 eran muchísimo más rupturistas al incorporar obras más recientes y filmes de una modernidad que en la época era todavía novedosa. Para mí, uno de los aspectos que saca a la palestra el listado de 2022 es el cuestionamiento sobre por qué, desde 1982, la lista de la Sight & Sound se convirtió en algo tan inmóvil, anclado en un pasado cada vez más lejano y ajeno a las últimas tendencias cinéfilas. ¿Quizá se debe a que, como comenté antes, la lista cayó en una cierta endogamia, en que inevitablemente se tendía a votar a los filmes que uno estaba acostumbrado a ver siempre en esos listados? ¿Quizá es que se perdió el entusiasmo por el cine más reciente o al menos no se le consideraba a la altura de un pasado glorioso? ¿Podría tener que ver con una idealización cada vez mayor del pasado cinematográfico, la ya consabida “muerte del cine” y la creencia de que “ya no se hacen películas como las de antes”? ¿O quizá es que se perdió un consenso respecto a qué cineastas y filmes recientes merecían formar parte de ese canon? Llegados a este punto, creo que lo siguiente a preguntarnos es si realmente un listado de este tipo merece ser considerado como un canon cinematográfico o si le estamos otorgando un valor que se escapa al que tiene verdaderamente.
¿Un verdadero canon cinematográfico?
Algo que no hemos de perder de vista es que los primeros interesados en elevar esta lista a la categoría de canon son los propios responsables de la revista, quienes saben que cada nueva edición de la célebre votación constituye su gran momento de popularidad de la década. Aquellos que sean lectores asiduos de la Sight & Sound habrán notado cómo, durante todo el 2022, no hubo prácticamente ningún número en que no se hiciera referencia en algún artículo a la nueva votación que estaba por llegar, casi como si fuera una especie de broma privada entre los redactores para ver quién colaba más alusiones al nuevo listado a lo largo del año. Del mismo modo, durante el 2023, cualquier mención a un filme que hubiera aparecido entre los puestos más elevados de la susodicha lista conllevaba remarcar ese dato, como si eso fuera una prueba de innegable estatus a resaltar. Todo ello es perfectamente natural desde su punto de vista pero, sin negar la importancia que tiene dicha votación como reflejo de los cambios en los gustos cinematográficos, no hemos de dejarnos contagiar por la importancia tan interesada que ellos le otorgan. Más bien deberíamos visualizar la lista con cierta distancia crítica, poniendo de relieve algunos detalles que hacen difícil que podamos aceptarla como un canon cinéfilo consistente.
Creo que el primer elemento problemático radica en la disparidad de criterios a la hora de escoger las diez películas por parte de cada participante, algo que se pone de manifiesto cuando uno lee las explicaciones que han dado los votantes a su selección. Algunos han optado por hacer una selección lo más variada y representativa posible de diferentes movimientos y épocas, otros dicen que han elegido las obras que creen que han sido más influyentes en la historia del cine, y finalmente muchos reconocen que se han basado simplemente en criterios puramente personales, en las películas que más les han marcado a ellos a nivel individual. ¿Cómo es posible tomar la lista de la Sight & Sound como un canon cuando ni siquiera los que han participado en ella han seguido los mismos criterios? Es cierto que una de las tendencias más interesantes de la cinefilia actual es la de romper moldes y no tener reparos en combinar el considerado gran cine con los “placeres culpables”, el rescatar autores olvidados de segunda fila y ponerlos sin ningún tipo de rubor al lado de otros más respetables. Pero, aun así, ¿debemos dar por bueno un canon formado por opiniones que tienen más en cuenta los gustos y experiencias personales antes que la relevancia de los filmes en la historia del cine? ¿O quizá es muy presuntuoso pretender que la formación de un canon no está íntimamente ligada a la experiencia individual de cada uno por mucho que se le pretenda aplicar parámetros supuestamente más objetivos?
Lo cual nos lleva a otro aspecto a tener en cuenta en las selecciones de cada votante, y es el hecho de que todas las listas sean públicas y consultables en la web. Eso es un gran punto a favor de este listado, porque denota transparencia y permite indagar en las listas de personas de cuyo criterio nos fiamos especialmente. Pero a cambio esto potencia una cierta tendencia exhibicionista, el mostrar al resto del mundo qué películas ha escogido cada uno. Uno no está votando en secreto y por tanto es inevitable que al hacer la selección se tenga en cuenta lo que pensarán los demás de la lista escogida. De hecho, uno de los redactores de la revista escribió en tono irónico un artículo en que detallaba los “ingredientes” para una lista perfecta: el añadir unos cuantos clásicos canónicos, alguna película moderna, algo vanguardista y, por descontado, asegurarse de que incluya un título que no conozca nadie y otro que conozca todo el mundo(1) ↓. Por ejemplo, una obra de Carl Theodor Dreyer compartiendo espacio en una lista individual de mejores películas de la historia con un filme de Judd Apatow hace el listado mucho más interesante. Y de esta forma uno puede encontrarse numerosas extravagancias, como un prestigioso historiador haciendo una selección de títulos impecable y variada en la que de repente aparece un filme actual de Bollywood sobre un chico que se convierte en mosca. Y, ya que mencionamos los insectos, también resulta muy llamativo ver en el listado de Mike Leigh cómo clásicos intocables de Ozu y Truffaut se codean con el curioso corto animado How a Mosquito Operates (1912) de Winsor McCay. ¿Realmente creen en ambos casos que estos filmes se encuentran entre los diez mejores de la historia? ¿O no son más que fetiches personales o placeres culpables a los que han querido dar relevancia? Obviamente, no conocemos la respuesta. ¿Y si realmente pensaron que dichas películas merecían un sitio junto a Frank Borzage o Pier Paolo Pasolini? ¿Podemos descartar tan fácilmente esa posibilidad solo porque se escape por completo a los criterios más estándares?
Otro de los detalles que salta a la luz viendo las listas es lo extremadamente difícil que es acotar una selección de mejores películas de la historia a diez títulos, lo cual nos lleva a otro elemento que yo creo que choca con la idea de la construcción de un canon basada en este sistema, y es lo limitado de la selección. ¿Por qué diez títulos y no treinta, o simplemente diecisiete? Diez es un número redondo que además es manejable de cara a recoger votos. Pero, aun admitiendo que a la mayoría de cinéfilos se les seguiría haciendo demasiado corta una selección de títulos aunque la ampliásemos al doble, sigo creyendo que diez es un número escaso que no permite a cada votante explayarse en lo que él considera lo más destacado de la historia del cine. Además, no debe olvidarse que han pasado setenta años desde la primera votación. Hay siete décadas más de historia del cine entre los que escoger, pero el número de filmes a votar sigue siendo diez. Si ya en 1952, cuando el cine apenas contaba con medio siglo de vida, a muchos votantes les parecía absurdo resumir lo mejor de la historia en diez títulos, ¿qué pensar hoy en día, cuando ha transcurrido más de un siglo?
Pero esto funciona perfectamente en un aspecto que explica la enorme popularidad que ha adquirido este listado en los últimos años, y es el ser un reflejo de la obsesión que tiene la cinefilia por las listas. Nótese cómo en la primera encuesta realizada en 1952 muchos participantes se quejaron de que la selección tuviera que ser de solo diez filmes. De hecho, alguno preguntó cáusticamente por qué no les pedían una lista de dos películas y media, mientras que otro más rebelde directamente envió una con 15 títulos. Otros directamente desistieron de participar calificando la idea de “estúpida” y de otros adjetivos igualmente descalificativos. Hoy día, en cambio, apenas noto esa resistencia, e incluso sé de críticos que normalmente suelen mostrarse en contra de esta moda de las listas y que aquí hicieron una excepción, seguramente al no poder resistirse a aportar su granito de arena a la votación cinéfila más célebre del mundo. Nos hemos acostumbrado tanto al formato de listas y a este tipo de votaciones que ya no nos escandaliza que una revista proponga acotar lo mejor de la historia del cine a diez títulos. Volviendo a nuestro presente, internet está plagado de listados de todo tipo, desde artículos de medios online a los que crean usuarios en plataformas como FilmAffinity o Letterboxd. Es un formato sumamente cómodo y fácil de consumir en unos tiempos en que los artículos largos están de capa caída a favor de las píldoras de información. Una lista es una forma rápida de clasificar mentalmente los gustos de una persona y de prejuzgarle. Y precisamente uno de los aspectos que las hacen más interesantes es que implica una parte de selección: tan interesante son las películas incluidas como notar cuáles se han dejado fuera. Esto entiendo que tiene sentido en un contexto más puramente lúdico pero, en el caso de Sight & Sound, ¿realmente la obligatoriedad de dejar fuera tantos títulos en cada listado es algo que va a contribuir a construir un canon más fiable? ¿No potenciará eso acaso una selección más arbitraria de títulos basada en conceptos como los citados previamente antes que en un criterio más riguroso? Después de todo, ¡qué aburrida una lista de mejores películas de la historia formada por los Potemkin y 8 ½ de siempre, que además seguro que ya votarán otros participantes! ¿No entrarán en juego, pues, otros criterios como la representatividad de diferentes formas de cine o el dar visibilidad a títulos más injustamente olvidados aun cuando uno sepa que hay otros probablemente mejores? Al hacer competir a unas películas con otras, estamos convirtiendo lo que se supone que es la elaboración de un canon en una especie de concurso de popularidad en el que, para muchos votantes, seguramente la gracia de su voto resida en aupar un título o cineasta antes que en escoger las cintas que uno considere mejores o más importantes.
Y esto me lleva finalmente a un último punto que hace problemático considerar la lista de Sight & Sound como un canon fiable. Se comentó mucho en su momento la ausencia del cine latinoamericano entre las cien películas más votadas, pero no es para nada la única. Entre esas cien, el cine de animación se limita a Hayao Miyazaki y el cine experimental, como de costumbre, apenas aparece representado. ¿No se debe eso acaso a un desconocimiento por parte de buena parte de los votantes hacia esas formas de cine que normalmente suelen quedar relegadas a un segundo plano, o a que las entiendan como pequeñas curiosidades que viene bien conocer pero que no se considera que puedan compartir espacio con los clásicos de siempre? Por otro lado, uno no puede evitar sentir cierta extrañeza porque una lista que muchos se empeñan en bautizar como canon haya dejado tan olvidado el cine de las primeras décadas, precisamente el que más contribuyó a dar forma al lenguaje cinematográfico. ¿No es un tanto peculiar contemplar una lista cinematográfica canónica en la que no aparece en su top 100 ningún filme de David Wark Griffith o Abel Gance, que han contribuido más al desarrollo del medio que la mayoría de los que aparecen en la selección final? ¿Podemos entender un canon cinematográfico que deja de lado a algunos de los creadores más innovadores de la historia del cine? ¿No está perjudicando el número limitado de filmes a escoger al cine que parecerá más ajeno a buena parte de los votantes por ser el más lejano en el tiempo?
Esto nos lleva a la paradoja final de imposible resolución a la hora de pensar la base de un canon cinematográfico. Si ampliamos el espectro de votantes al máximo posible, es inevitable que muchos de los que contribuyan a formar este canon tengan una visión demasiado limitada o sesgada de la historia del cine, que potencialmente continuará dejando de lado otras formas cinematográficas fuera de lo común y con el tiempo se irán sintiendo más ajenos a las primeras décadas del cine. Pero, si el espectro de votantes fuera tan limitado como el de décadas pasadas, estaríamos cayendo en un elitismo que tendría mucho de endogámico: las mismas personas votando las mismas películas una y otra vez. Idealmente, quienes votaran por un verdadero canon cinematográfico tendrían que tener un conocimiento lo más variado y ecléctico posible de la historia del cine para hacer una selección realmente representativa y sólida de lo que es un canon; pero, aun admitiendo eso, ¿quién marcaría los mínimos que serían necesarios para merecer formar parte de ese elitista grupo de creadores del canon, y qué garantía habría de que tener mayores conocimientos implique conocer lo que es realmente un canon?
No existe a mi parecer una solución satisfactoria a esta cuestión. Si entendemos la lista de la Sight & Sound como un reflejo de las tendencias actuales en cuanto a gusto cinematográfico entre críticos, historiadores y cineastas, no hay mucho que reprocharle. Pero si queremos endosarle la etiqueta de canon cinematográfico, resulta mucho más problemática, aún cuando extraoficialmente muchos la consideren así por una razón muy sencilla: a falta de uno mejor, es lo más parecido que tenemos a una especie de consenso cinematográfico.
© Guillermo Triguero, junio de 2024
(1)↑ RICH, B. Ruby. “Speak up for Sweetback and Dielman, but are we ranking the films or ourselves?”. En Sight & Sound, octubre de 2022.