The Girlfriend Experience
Frialdad emocional en la gran ciudad
The Girlfriend Experience, la película de Steven Soderbergh que tantos retrasos en su fecha de estreno está padeciendo para ver definitivamente consumada su proyección en las salas de cine españolas, me ha transmitido, aunque sea vagamente, un sensación de vacío existencial cercano al que impregnaba las páginas de Cosmópolis (ed. Seix Barral), la conocida y prestigiosa novela del escritor estadounidense Don Delillo. Unas líneas de la sinopsis del libro dicen lo siguiente: «Cosmópolistranscurre en un solo día, el último de una época, entre el final de la guerra fría y la era de terror de los años 90, cuando el mercado financiero se desploma y la «nueva economía» inicia su agonía».A diferencia del libro de Delillo, el arco temporal que abarca la película de Soderbergh no se reduce a un único día, pero ello no impide que entre ambas obras se puedan establecer una serie de curiosos paralelismos: The Girlfriend Experience se alimenta del actual clima de inestabilidad social y económica provocado por un capitalismo global desbocado; Chelsea, la protagonista del filme de Soderbergh, una scort (prostituta de lujo), no es un personaje tan alejado como pueda inicialmente parecer del asesor financiero Eric Parker, que centra el interés en la novela de Delillo. Ambos personajes se mueven de forma instintiva por mundos de lujo y sofisticación, vanidad y ambición, narcisismo y falsas apariencias: para entendernos, ni la scort ni el asesor financiero son, en absoluto, pobres desgraciados con sueldos miserables o destinados a engrosar las filas del paro. Chelsea gana varios miles de dólares con cada cliente que requiere de sus servicios mientras que Eric especula fríamente en la Bolsa con millones de dólares. Delillo con su pluma y Soderbergh con su cámara buscan deliberadamente fórmulas narrativas y formas visuales que revistan de abstracción los universos que retratan.
Steven Soderbergh recurre especialmente a planos muy generales que distancian al espectador de los acontecimientos mostrados, a los contraluces que sumergen en la oscuridad a sus personajes, a los desenfoques de la imagen que niegan en algunos planos la supuesta concreción física de los volúmenes y cuerpos que son retratados, una cámara generalmente fija que en ocasiones se alterna con la inestabilidad de una cámara en mano que pretende ofrecer una representación verista y «documental» de la ficción. Sin ir más lejos, la mayor parte de secuencias que retratan la relación que Chelsea mantiene con su novio Chris (Chris Santos) están filmadas con planos generales que muestran a los personajes a contraluz, expresando de ese modo Soderbergh el alto grado de incomunicación emocional que vertebra la relación entre ambos. Algunas de las secuencias del filme son conducidas por una música que, aunque inicialmente pueda ser considerada incidental, no tarda mucho en revelar su verdadera procedencia (músicos callejeros en, por lo menos, dos momentos de The Girlfriend Experience) pasando automáticamente a ser considerada música diegética, inoculando de ese modo Soderbergh ciertas intenciones sociales en la película: los músicos callejeros en cuestión pueden ser producto de la crisis económica que atraviesa los Estados Unidos que retrata la película, convirtiéndose de ese modo en los compositores más apropiados para una ficción que se ofrece como una interpretación ficcional (cinematográfica) de una realidad incuestionable.
El problema del filme, como tantos otros de Soderbergh, es que la frialdad emocional que atraviesa The Girlfriend Experience de principio a fin y su deliberadamente calculado aspecto formal, apenas logran arañar un pedazo de autenticidad: el estilo del realizador refleja antes una pose artística que una actitud creativa honestamente asumida. Si, por momentos, el aspecto visual del filme recuerda a la fotografía y rasgos formales esenciales de anteriores películas del realizador, especialmente obras como Solaris (2002), Traffic (2000), Underneath (1995), Un romance muy peligroso (Out of sight, 1998) o Bubble (2005), entonces The Girlfriend Experience puede considerarse, con poco margen de error, un film de autor, aunque ello no implica que pueda hablarse de estos filmes como de obras verdaderamente logradas: personalmente, prefiero la concisión y mayor coherencia de un filme tan extraño como Bubble, tan frío y desapasionado como la propia The Girlfriend Experience, aunque creo que más conseguido en todos los sentidos.
Pese a reincidir constantemente, aunque los ropajes genéricos que adoptan sus filmes sean muy variados, en la incomunicación humana que propicia el alienado mundo actual (quizás el tema clave del cine de Soderbergh, aunque eso no pueda afirmarlo tajantemente, ya que me falta por ver una parte significativa de su obra), el ecléctico realizador todavía no ha sabido (o no ha querido) hallar una forma cinematográficamente personal para filtrar esos temas. Cineastas europeos como Michelangelo Antonioni o Robert Bresson lo lograron décadas atrás; incluso cineastas en activo como Woody Allen (especialmente en Manhattan) o el japonés Nobuhiro Suwa han sabido reflejar esa incapacidad humana con mayor intensidad y perspicacia. El cine de Soderbergh deja constantemente en el espectador una sensación de déjà vu.