Ya no soy yo, me han descubierto

Intervenciones#5


1. No quiero hablar más de Holy Motors, no quiero. Me gustaría, si eso es posible, rodearla, atisbarla, acecharla por si de pronto revela una cierta debilidad y me deja frente a frente con alguno de sus secretos. Pero eso no sería crítica de cine. ¿Y qué más da, a estas alturas? Porque eso es lo único que sé hacer ahora, en este preciso momento. Y en silencio.

2. Silencio de la escritura acerca de una película en la que el silencio reina y, de pronto, surge la onomatopeya o la música, o el sonido, formas de expresión más primitivas que la escritura y que el habla. Así estoy yo, de eso estoy hecho yo (en algunas ocasiones; en otras estoy hecho de pura charla insustancial). Silencio de la escritura, pues, como el de la limusina que se desliza despacio.

3. La contradicción, por supuesto. Al tipo le gustaría guardar silencio, está cansado de todo (¡está cansado del cine!), pero hay algo que lo empuja a entregarse a ese día a día en el que se vive y se revive, en el que no hay otra cosa que hacer que decir y hacer las mismas cosas. Paradoja del que hace cine y del que habla sobre cine en el siglo XXI. Holy Motors habla del cineasta y del espectador, no solo por ese inicio en el que los confronta, con la sala llena pero dormida (¿de aburrimiento?), sino porque Monsieur Oscar es quien crea pero es también quien se aprovecha de esa creación, por engreimiento, por amor propio, es decir, amor de sí, narcisismo puro. Y el espectador, o el crítico, que también está cansado, también se exhibe y avergüenza de esa exhibición. Contradicción de filmar y de escribir sobre cine a estas alturas, repetirse o guardar silencio. Monsieur Oscar cambia de vida y de disfraz para no repetirse, pero esa es precisamente la repetición, aunque bajo diferentes trajes. Yo mismo (me llamaré “crítico cansado”, si quieren) cambio de película en el interior de la película como lo hago en mi vida cotidiana de crítico cansado y me encuentro con la repetición.

4. Entonces, ¿La Samaritaine? La ruina, claro. Oh, y de qué manera nos gusta hablar de la ruina del cine que se esconde tras los árboles. Y de qué manera nos gusta decir que todo está en ruinas, que solo queda la ruina. Eso también cansa. Por ello hay que ponerse a cantar, crear otro espectáculo: ella canta, él no, porque él mira y escucha. Pero hay que acabar contra el suelo, con la cabeza rota. Y hay que acabar contra el suelo, conmigo mismo, el cineasta mismo, uno al lado del otro. O el cineasta al lado del cineasta y el que habla de cine al lado del que habla de cine.

5. ¿No es presunción pensar que esa película habla de mí? No, es vergüenza, me obliga a sentir vergüenza. Si alguna vez decimos que ya no tenemos lugar en la nueva cultura, que no lo tendremos en la pos-crisis, entonces debemos volver a esta película donde no hay lugar para nadie, donde todo se mueve, donde nada es estable, donde se hacen tonterías y el cine es tontería. Es vergüenza, es bochorno.

6. Y yo no quiero, pero sin embargo me obliga de nuevo a hablar de la Nouvelle Vague, y de sus hijos, y del hijo maldito y pródigo que es Léos Carax, aún más que Philippe Garrel, aún más que Jean Eustache. Todos, todos muertos. O por lo menos, muertos durante algún tiempo. Luego se alzan y nos entretienen un poco más. En la pantalla y fuera, pues nos permiten decir que son supervivientes, y los críticos cansados no nos cansamos (¿por qué?) de decirlo, eso no. Ahora, tras Holy Motors, vemos que deberíamos hacerlo, deberíamos cansarnos de ese discurso, de esa habla. Oscar-Alex-Léos-Carax vuelven de la debacle de la Nouvelle Vague para decirnos que todo se inventó, y que desde el inicio deberíamos habernos cansado. De hecho, si no ha sucedido así ha sido porque ese espectáculo tan violento (el terco Godard, el traidor Truffaut, los hermanos menores que no pudieron soportar las ausencias…) nos ha seducido de tal modo que ha logrado mantenernos en un estado de duermevela. Nos lo hemos creído. Pero ¿qué sucede cuando solo quedan las películas? Ahora, en el siglo XXI, cuando solo queda el yo frente a frente con el reproductor de DVD o del ordenador. Todo era eso: una sucesión de sombras. ¿Y no nos cansamos de decir “sombras” y “fantasmas” y “revenants”? Pero algo hay que hacer, de algo hay que vivir. Pero cualquier trabajo cansa, no vale eso de trabajar en lo que te gusta porque entonces no sería trabajar. Y alguien nos encarga una crítica de Holy Motors y decimos, como yo he dicho, que es la última imagen de la Nouvelle Vague (bueno, no lo he dicho así) y, de pronto, un abatimiento nos azota, unas ganas de no tener ganas, un deseo que es inventado y por eso se viene abajo.

7. Holy Motors es perversa porque nos deja al descubierto.

8. Holy Motors es perversa porque deja al descubierto a Léos Carax-Monsieur Oscar no tanto en sí mismo sino como símbolo: necesidad de encontrar algo que nos haga revivir. Pero revivir es volver a vivir. Y no quiero volver a vivir lo ya vivido, qué aburrimiento.

9. Holy Motors es perversa porque deja al descubierto el mecanismo de la melancolía (¿y qué he hecho yo en los últimos años sino vivir de ese concepto, estrujarlo en la academia, en los libros, porque algo hay que inventar, yo que denuncio inventos también invento…?). La melancolía no era, entonces, el duelo por los padres muertos, aquellos padres del cine americano, Fritz Lang para mí, al que también inventé, mi particular Monsieur Oscar, sino dejar al descubierto ese invento, esa imaginación, esa imagen. La melancolía de ya no poder decir nada porque nos han descubierto, y quienes nos han descubierto no valen mucho más que nosotros.

10. No he hablado de Holy Motors, sino de mí. Eso ocurre: el espejo, mi disfraz. Nunca había visto una película así, ante la que termino desnudo y desvalido. Harto de mí o, por lo menos, consciente de que estoy harto de mí y de mis infinitas mutaciones, malabarismos para pasar los días y la vida. Al final, soy yo mismo, o sea, nada. Silencio en un garaje de limusinas.

11. Para no acabar en el 10, para no acabar lo que no se puede acabar. ¡Ah, no os toméis en serio el cine!