Andarilho

El mundo de arriba

Cuesta horrores atravesar la ciudad en hora punta. Miles de personas y vehículos, decenas de miles, se acumulan en las principales arterias de la urbe. Y se embotellan, uno tras otro, habitados por solitarios pasajeros. Viajeros aislados en medio de la multitud, en medio de los semáforos, en medio de los edificios. Es un estándar de nuestro mundo, de nuestra civilización, un habitual que debe ser conocido y controlado por cualquier urbanita. Pero siempre creemos que lo dominamos todo e ignoramos las normas más elementales…

Si uno quiere llegar al cine a tiempo en hora punta, más vale que no coja el coche. Hacerlo equivale a desesperarse, a topar con la propia estupidez y a elevar el frenesí a mucha revolución. Acelerarse tratando de atravesar la ciudad para ver una película de ritmo lento es sin duda lo más absurdo que puede hacer un cinéfilo. Llegar pasado de vueltas a un pase de Andarilho (Cao Guimaraes, 2007) (*) es una auténtica locura. Y  sin embargo…

Lejos de aburrirme, las pausadas imágenes de Andarilho frenaron mi hipercinesia. A diferencia de los desertores que fueron abandonando la sala, el ritmo marcado por Guimaraes se apoderó de mí. A priori, según nota de prensa, la cinta nos iba a hablar del lejano Oeste brasileño de Minas Gerais y de los viajeros que por ella transitan (¡eterno conflicto entre la imaginación de los redactores de programas de mano y del espectador potencial!). En apariencia, durante los primeros minutos de proyección, Guimaraes dedica su película a la evolución de tres vagabundos sin techo (probablemente alcohólicos y/o esquizofrénicos en un par de casos, aunque el director evita narrar sus orígenes o su trayectoria) que se desplazan por las aisladas rutas. Sin embargo, a los veinte minutos de cinta comprendemos perfectamente que ese no es el interés real del director.

Guimaraes alterna la presentación de sus individuos con largos planos secuencia en los que el personaje queda empequeñecido, casi desaparece o es completamente apartado para dar paso a una naturaleza inmensa, aparentemente hostil, inhabitable, que supera por completo las dimensiones de nuestro mundo. Una naturaleza, solo atravesada por larguísimas carreteras surcadas por gigantescos camiones que rugen a su paso. La bellísima fotografía nos atrae en este estatismo hacia un vértigo postapocalíptico que rememora, a su vez, las mejores viñetas de Moebius o algún inspirado pasaje de Mad Max. Un mundo en el que el hombre es reducido, ajeno, intruso. Estas imágenes, que podrían tomarse como interludios entre las declaraciones de los personajes, no son tales insertos sino que constituyen en realidad el cuerpo de la cinta, su auténtico fin. Y en este sentido es completamente coherente que los personajes no sean camioneros, buscadores de oro o viajeros cómo podíamos esperar al inicio de la proyección. Son seres enajenados en un mundo superior a sus conocimientos, un mundo que desborda el mundo que conocemos. La inferioridad y la locura de estos personajes que hablan de dioses y espíritus, su locura frente a un Mundo inaprensible, son el auténtico motivo de Andarilho. La inmensidad inabarcable de Minas Gerais los ha devorado. Y su enajenación y la Naturaleza inamovible que les envuelve son captadas con escalofriante fidelidad por la cámara de Guimaraes.

Y, al acabar la proyección, los espectadores que hemos permanecido hipnotizados en la sala salimos a la calle. Y comprendemos que nuestros coches, nuestros valles y nuestros montes urbanizados, nuestras carreteras y nuestras creencias, no tienen sentido. Andarilho nos recuerda que más allá en el tiempo o en el espacio hay una dimensión telúrica que nos supera. A nosotros, a nuestra sociedad, nuestra civilización y nuestro mundo. Y entonces comprendemos, aproximándonos, asomándonos al vértigo de la locura como los personajes de la película de Guimaraes y como los personajes de las películas de Werner Herzog (autor de estilo no tan alejado como cabría pensar, véanse algunos pasajes de Aguirre, la cólera de Dios, Fitzcarraldo, Lessons of Darkness, Grizzly Man o The Wild Blue Yonder), que solo tienen cabida en nuestras cabezas las enfebrecidas disquisiciones sobre unos dioses y unos espíritus. Y que, ellos también, desbordan al dios de allá arriba, un falso dios creado por los habitantes de este pequeño mundo a nuestra imagen y semejanza. Y, finalmente, Andarilho nos empuja hacia el vórtice.

 

* Andarilho se proyectó dentro de la programación de Cine Ambigú-100.000 retinas en los cines Verdi Park (Barcelona) el pasado mes de noviembre.