Victoria

Una victoria sin confeti sigue siendo una victoria

 

¿Cómo definiría usted la victoria? Supongamos que usted —lector hembra cortazariano para efectos explicativos— es un hombre de cierta edad y una noche decide salir de juerga con sus amigos, también de cierta edad. Ingresan en un club cualquiera y bailan durante algún tiempo. En el lugar conoce usted a una dama —de cierta edad— y empiezan a platicar de esto y de aquello. Si hay química, es solo cuestión de tiempo para que usted le aventure un beso, se aproxime cada vez más a ella y termine en algún lugar de la ciudad cantando, muy para sus adentros, ¡victoria!

Para la mujer —lector macho por contraste— también aplica esta historia, así el hombre al que conoció en el club termine desangrado hasta la muerte en la habitación de un hotel cualquiera. No se trata de una historia de amor, o sí, pero en la que la experiencia del flirteo, por llamarlo de algún modo, es lo que cuenta. En otras palabras el anhelado beso, o el anhelado más allá del beso, ese punto que delimita la victoria de la no-victoria en algunos melodramas, es completamente irrelevante cuando de lo que se trata es de vivir simple y llanamente. En este sentido podríamos estar de acuerdo con que Victoria (Sebastian Schipper, 2015) es un film carente de victoria, al menos en el sentido estrictamente aristotélico. Si así lo fuera, la película tendría que acabar casi veinte minutos antes, en el mismo lugar en el que comenzó, con dos desconocidos que celebran finalmente, y sin tapujos, el amor que han intentado profesarse hasta el momento sin éxito; una catarsis que no admite ni rastro de duda respecto al triunfo del héroe o heroína, frente a las vicisitudes que en definitiva la han hecho posible.

Laia-Costa-Victoria

En cambio tenemos la debacle de una love story que empieza cabalmente cuando nos damos cuenta de que esta no es una love story, pero que tampoco es necesariamente un thriller grotesco e inusitado, así termine con un par de muertos tras una noche de esparcimiento en el Berlin Mitte. Y aunque esto pueda herir susceptibilidades, he ahí el verdadero triunfo de Victoria, hablando tanto de su protagonista como de toda la película. No nos interesa si el chico consigue quedarse con la chica después de conocerla, como tampoco si alguien logra salirse con la suya en una trama de auténticos granujas. Simplemente queremos que la vida avance sin un trascender aparente, aludiendo a la realidad de cualquier evento cotidiano, como lo señala Žižek al afirmar que “lo real en la historia es precisamente lo que se resiste a su historización”(1). Y el film es poco menos que radical en eso, al punto de que su desenlace, si bien no es abierto, sí queda balanceándose sobre puntos suspensivos. Desde una lectura como esta, la estrategia de producción que Schipper utiliza resulta muy congruente con lo que vemos en la pantalla. Si se valió únicamente de doce páginas de guión para ponerlo todo en contexto, como aseguran las trivias en Internet, es claro que todo el peso recae sobre la capacidad de los actores para interpretar.

Muchos llaman a esto improvisar, pero yo considero que los miembros del elenco de Victoria –escasos cinco personajes, casi cuatro– están realmente viviendo lo que están representando pues de lo contrario, y ante cualquier muestra de teatralidad, los personajes pueden degenerar en lo que Cassavetes llamó alguna vez “antagonismo”, esa pérdida de empatía hacia el personaje por la adopción de un comportamiento contrario a su naturaleza (2). Y para manifestar esa veracidad es bastante acertado el recurso del plano secuencia, que a diferencia de otros despliegues rimbombantes, está desprovisto de toda incredibilidad, cuando no de incredulidad. La única toma del film no es grandiosa ni mucho menos si se compara con la elocuencia visual de obras como Soy Cuba (Mikhail Kalatozov, 1964), Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014) o la excelente Fish and Cat (Mahi va Gorbeh, Shahram Mokri, 2013). Los movimientos de cámara son todos los que puedan estar supeditados al humilde hombro del operador, y la iluminación muchas veces recula ante la penumbra de la madrugada, sin mencionar los constantes desenfoques. Pero esta no es una película para quedar uno embelesado con trucajes de birlibirloque, sino para vivirla con sencillez junto a sus ingenuos protagonistas, quienes siguen de largo en su interpretación sin la interrupción de los cortes o la desorientación de las elipsis. No sería exagerado reconocer inmediatamente que el desempeño actoral es excelente.

Victoria_plano secuencia

Pareciera que Schipper lo que quiere es proponerle a sus congéneres –él también es actor– una noche de bebidas y de fiesta en la que deben defenderse como puedan y sin saber muy bien a qué atenerse, premisa que termina extrapolándose a todos los miembros de la producción. Lo importante es conseguir un desenvolvimiento natural en un ambiente inofensivo, es decir, sin los condicionantes escénicos de un plató. En estas circunstancias es de esperar que lo que se lleva a cabo frente a la cámara no es más que la interacción entre personas comunes y corrientes, más que la representación de un dialogo sobre un papel. Y muchas veces, si es que no en todas, es esta la percepción que se lleva el espectador.

Por supuesto ello se hace quizá más asequible mediante el establecimiento de una diégesis que podríamos tildar de normalcualquier noche de fiesta en cualquier ciudad del mundo—, que podría pecar de ordinaria si no se le agrega el suspense policíaco de la segunda mitad. Pero incluso en el trastorno de la normalidad de los personajes, su comportamiento es aún más natural, pues ¿cómo esperar que ellos tomen con más frialdad y cálculo el robo de un banco a mano armada, si ninguno de ellos, salvo Boxer, tiene conocimiento del mundo del hampa? Así las cosas cualquier error es más que afortunado, cuando lo esencial es encontrar verosimilitud en lo espontáneo. Es por eso que Victoria decide no robarse otro coche —para la desilusión de algunos—, cuando el que está conduciendo deja de funcionar justo en el momento en el que deben huir con el botín. Ella no es una delincuente y en su destino no está el convertirse en una, por lo que se queda gritando, aterrada e impotente, tras el volante hasta que llega Boxer a solucionarle el problema de una manera un tanto facilista, pero hay que recordar que esta historia no es la de Walter White ni nada que se le parezca.

victoria_Sebastian_Schipper

Tendríamos que estar agradecidos de que Victoria sea fiel a esa sencillez y rehúya la extravagancia que suscitan por lo general los acontecimientos advenedizos. Si en el final tenemos la inevitable sangre de cualquier argumento policíaco, después de una muy ajustada secuencia de persecución y balacera, es porque hay una aseveración de los principios que rigen la naturaleza de este film. Sí, es un melodrama hasta cierto punto, y la chica debe padecer el sufrimiento de la pérdida de propósito así como de la no-victoria amorosa, pero las sábanas ensangrentadas en las que yace Sonne no son más que la sinécdoque de la fatalidad sobre la que se precipita el llanto visceral de Victoria; no se necesita de nada más para saber que la noche no acabó como se esperaba.

Y después de tantas lamentaciones, lo que obtiene Victoria está muy lejos de ser un fracaso. Ella quería vivir una noche en una ciudad que desconoce por completo, y los reportes noticiosos que le advierten de que es prófuga de la justicia en escasas dos horas es una respuesta contundente a su triunfo. Quizás al alejarse por fin de la cámara y dejar de ser el centro de todas las [nuestras] miradas, es la constatación de que es mejor pasar desapercibida y sepultar lo inenarrable —moral y trascendentalmente— de la historia, retomando a Žižek. Así podemos aceptar de buen grado que se pierda en una calle cualquiera de Berlín y no terminase contemplando el monumento a la Victoria en el centro del Tiergarten, lo cual solo destruiría el precepto que se ha formulado no sin alguna rigurosidad técnica —la mitificación del plano secuencia—, en el vacuo nombre del estereotipo. Por eso Victoria es el triunfo de la sobriedad sin tacañería, de la justa medida entre el discurso anecdótico y su pronunciamiento visual poco retórico. Ahora, ¿cómo definiría usted la victoria? No debe preocuparse si se quedó sin el beso o el confeti.

 

© Julián Cajas, octubre de 2015

 

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(1) ŽIŽEK, Slavoj. “El sujeto interpasivo”, Slavoj Žižek en español, 1998. Web. 24 de oct. de 15.

(2) Ver la entrevista que realiza Joseph Gelmis a John Cassavetes en 1969 en El director es la estrella, Ed. Anagrama, Barcelona, 1972, pág. 135.