Un profeta

Malik’s way

1. La Mafia, las mafias, se nos presentaron con un aspecto humano. Desagradablemente humano, por supuesto. Organizaciones con afán de poder, con avaricia y envidia. Grupos salvajes cuyos rostros podemos identificar con los de vecinos que se cruzan en nuestro camino, con compañeros de trabajo o con políticos de partido. El cine nos ha permitido ver a menudo el mundo de las mafias, de los Corleone a los Soprano, de los gangs irlandeses a las triadas chinas. Gomorra (Matteo Garrone, 2008) nos escalofrió al presentarnos una auténtica sociedad mafiosa, de la cabeza a los pies vestida de corrupción y crimen. Pero revela una cierta evolución.

2. En paralelo a las mafias, a las organizaciones ilegales, se han tejido marañas densas de intereses y beneficios. A parte de numerosos thrillers comerciales que desvarían en el momento en que tratan de dar explicaciones, tal vez innecesarias, cineastas como John Sayles o Ken Loach se han referido a ellas en diversas ocasiones. Más allá del blanqueo de dinero, existe un puñado de conglomerados financieros que rigen, pese a quien pese, caiga quien caiga, el destino global. Por encima de los gobiernos, por encima de las fronteras políticas, sociales y culturales. Entes menos marcianos de lo que se nos antojaría, mucho más próximos de lo que querríamos suponer y a la vez mucho más amenazantes que cualquier banquero, que cualquier político, cuya cara podamos conocer y odiar. Son entidades virtuales, fantasmagóricas pero nada transparentes, sin apellidos ni rostro, que mueven cifras de muchos dígitos. Sin embargo, sin ser conscientes de ello, les hemos permitido, leyes y parlamentos mediante, que puedan determinar el curso de nuestra propia existencia, de la de nuestro país, bajando uno o más enteros el precio del crudo, los intereses del mercado u optando por retirar unas acciones para desplomar la Bolsa. Son nuestro pecado original y nuestra condena. Sin redención posible.

3. El cine carcelario se ha caracterizado en la mayor parte de las ocasiones por un eje temático: la fuga o la revuelta, la rebelión. Desde Al rojo vivo (White Heat, Raoul Walsh, 1949) a Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, Don Siegel, 1979), de La evasión (Le trou, Jean Bécquer, 1960) a Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, Frank Darabont, 1996). En todas ellas el protagonista, aislado de su entorno, acosado por viejos y nuevos enemigos, debía reunir fuerzas para alcanzar un objetivo principal. El mundo real estaba allí fuera… y debía llegar a él como fuera.

La originalidad de Un profeta (Un prophete, Jacques Audiard, 2009) radica en replantear el paradigma. Aislado, solo en el mundo carcelario, el protagonista debe, en primer lugar, sobrevivir, por supuesto. Pero, más adelante, y empujado por las circunstancias, empezará una escalada laboral y social entre los muros de la prisión que le es más rentable que la fuga o incluso que la llegada de la libertad. Los chanchullos que hemos visto en numerosas películas, los intercambios de cigarrillos y drogas, las confidencias y la violencia sexual, son minimizados en Un profeta para dar paso a un auténtico aprendizaje del negocio. A Malik, inmigrante de segunda generación, abandonado por su familia, carne de reformatorio, analfabeto, nada le espera tras los muros. No hay futuro alguno reservado para él en la sociedad “legal”. Al contrario, el ascensor social es más rápido y más seguro tras las rejas. De este modo pasará de su corto aislamiento a integrarse en la banda de la mafia corsa como sicario para llegar a ser hombre de confianza del capo César y, más adelante, fundar su propio negocio. Las esporádicas salidas que tendrá un tiempo más adelante no serán sino viajes de negocios que le permitirán “abrir nuevas líneas de financiación” para su empresa.

Audiard define con una sutileza extrema las relaciones de parentesco estratégico que hay entre las nuevas mafias y las financieras internacionales. No se habla solo de luchas por el territorio o el negocio. Es significativo el momento en que Malik deja claro a su amigo que no debe vengarse del egipcio sino que deben fusionar sus negocios. Más recursos, más beneficios. Malik es el profeta nacido en el exilio interior cuyas visiones le permiten sobrevivir, medrar e incluso convencer a los ejecutivos de adoptar nuevas acciones. Finalmente, la coyuntura mercantil favorecerá una fusión de organizaciones (léase entre bandas mafiosas) que le permitirá establecer con las mismas una provechosa joint venture. El papel, el rostro mismo del capo, se desdibuja para dar paso a la preeminencia de una organización globalizada, corsa y magrebí, europea y africana, cristiana y musulmana; pero, eminentemente, ávida de poder y determinada a sobrevivir por encima de sus propios integrantes.

La película de Jacques Audiard no sigue, pues, el clásico esquema carcelario pero tampoco sigue los trazos del noir. El auge de Malik no está en las calles como anhelara Carlito Brigante. El instinto y la inteligencia llevan al visionario Malik a un triunfo muy por encima de la caída que el cine clásico reserva a sus protagonistas. Posiblemente porque la mafia actual, la real, ya no se mueve por criterios de honor, sangre y territorios, sino que se ha globalizado y mimetiza los movimientos globalizados de las grandes corporaciones… O tal vez sea a la inversa.