Martes, después de Navidad

He conocido a alguien

 

Como punto de partida a su radiografía de las nuevas formas de relaciones amorosas en los estertores del siglo XX y albores del XXI, los sociólogos alemanes Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim se preguntaban si en las sociedades donde el bienestar, la seguridad social, la paz y los derechos fundamentales democráticos se han asumido como certezas cotidianas las luchas -y, por lo tanto, los anhelos- han terminado por desplazarse y reducirse al terreno sentimental. “Tal vez la gente ya no tenga otros temas” (1). Un proceso que no puede resultar ajeno a la acelerada transformación social y económica de Rumanía desde la revolución de 1989 -pasar de dictadura comunista a tigre económico de Europa del este, ingreso en la Unión Europea y vuelta a la casilla de salida del déficit por obra y gracia de la crisis económica mundial-, tal y como se observa en lo expuesto por Radu Muntean en sus dos últimas películas: Boogie (2008) y Martes, después de Navidad (Marti, dupa craciun, 2010), ganadora de Gijón 2010.

Frente a sus compatriotas habituales en los festivales internacionales de cine, Muntean no mira hacia los callejones oscuros de la ominosa etapa Ceaucescu o traza metáforas políticas sobre la posterior irrupción del libre mercado y sus efectos sobre la sociedad rumana. Una vez que cumplió esa tarea pedagógico-histórica con The Paper Will Be Blue (Hîrtia va fi albastrã, 2006), crónica de la revolución de diciembre desde un margen extraviado, sus dos últimos y mejores trabajos son sendos dramas contemporáneos. Historias de parejas comunes y urbanas liberadas del peso de la Historia y centradas en lidiar con su felicidad y sentimientos. Que no es poco.

Hay historias inagotables, que el cine ha contado en innumerables ocasiones. La de Martes, después de Navidad es una de ellas. Pero eso no debería importar, también hay vidas que se han vivido miles de veces y no por eso dejan de ser únicas. El triángulo amoroso que presenta la película no guarda ningún as en la manga que lo haga singular: Paul es un hombre maduro que está casado con Adriana mientras mantiene en secreto una relación paralela con Raluca, la dentista de su hija. Estos son los simples elementos de partida que luego son desarrollados con una portentosa naturalidad que contagia a toda la narración y no se circunscribe únicamente a las geniales interpretaciones de sus protagonistas.

Muntean y sus dos compañeros coguionistas Alexandru Baciu y Razvan Radulesco -con los que colabora habitualmente- gozan de ese mismo placer de otros autores, como Arnaud Desplechin, habituados a ficcionar sobre la gente común. Desgranan las distintas etapas que van desde el triángulo inicial hasta el momento en el que Paul decide confesar y separarse de su mujer con tanto mimo y dedicación como si estuvieran escribiendo un thriller de robos conociendo al dedillo los resortes del género. Esto podría llevarnos al terreno del melodrama, pero no hay nada más alejado de las intenciones formales de la película. Su apuesta no es por el artificio, sino por diluir la representación en las brumas de la realidad. Unas pocas decenas de planos y el talento para encontrar la distancia justa de una cámara antivoyeur –nunca nos hemos sentido tan cerca de la intimidad de una pareja, pero sin intrusiones, desde M/Other (Nobuhiro Suwa, 1999)- son las principales herramientas formales utilizadas para dejar respirar, hablar y moverse a los personajes.

No caben aspavientos, afectación ni psicologismos. Paul, con el rotundo semblante de Mimi Branescu, suelta a su pareja la bomba que le ha estado ocultando con la imprevisibilidad de un momento cualquiera. Podría habérselo dicho antes, más tarde, quizás nunca -aunque tomamos la decisión de exclusivizar su relación con Raluca como sincera-, pero el caso es que cuando lo hace, todo cambia sin vuelta atrás. Los dos planos más largos de la película acogen la reacción de Adriana a lo largo de un carrusel físico y gestual donde Mireia Oprisor va pasando por las distintas fases de incredulidad, decepción, histeria, miedo, enfado, rabia y llanto. Es en ese momento cuando es posible percibir, entre el espacio que separa los cuerpos de los dos actores las imágenes, recuerdos del pasado común, del presente y futuro de su hija Mara, estrellándose contra la materialidad de la revelación. Los añicos del derrumbe seguirán desintegrándose hasta el cierre de la película.

El director-narrador se coloca tan a la altura de sus personajes que no osa inducir en el espectador ningún juicio moral sobre lo sucedido. El sufrimiento de Adriana -y posterior entereza orgullosa, recompuesta- se filma con la misma delicadeza y luminosidad que las escenas de ternura entre Paul y Raluca. El único momento de la película donde podemos percibir la sombra del realizador es en la, por lo demás, brillante, secuencia en la que Paul va a buscar a Raluca a la casa de su madre, donde se ha ido a pasar la Navidad. El momento en el que ella, que conoce la relación entre ambos, le ofrece un pedazo de tarta mientras esperan a que su hija salga de la ducha, no desentona respecto a otras grandes secuencias del cine rumano reciente (2) en su capacidad para materializar la incomodidad más absoluta, que se puede paladear mientras se congela la sonrisa por el poso cómico de la situación.

Como ocurría en Boogie con el episodio extramatrimonial del protagonista con una prostituta, Muntean se distancia del juicio moral a la vez que se implica en las dudas de los personajes. La naturalidad de la puesta en escena y los planos secuencia sin coreografía, donde la cámara fluye siguiendo a los cuerpos, le ayudan. Porque, dejando a un lado el evidente período de ocultamiento y mentira de la infidelidad, ¿desde qué posición ética se puede juzgar el nacimiento del amor respecto al fin de este? Al fin y al cabo, “el no amar no es una infracción de las leyes, no es un acto criminal, aunque con ello se hiera la vida de otros más profundamente que con un robo o una lesión. El amor es, por tanto, no solo una promesa de salvación y de ternura, también es un plan de batalla para cruzadas con las armas blancas de la confianza” (3).

 

(1) BECK, Ulrich & BECK-GERNSHEIM, Elisabeth: El normal caos del amor, Paidós, Barcelona, 2001, pág. 17.

(2) Pienso en la demoledora cena familiar de 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamâni si 2 zile, Cristian Mungiu, 2007) o la encolerizada visita on the edge del protagonista a la tienda de ropa de Aurora (Cristi Puiu, 2010).

(3) BECK, Ulrich & BECK-GERNSHEIM, op. cit., pág. 236.

 

© Daniel de Partearroyo