Todos vós sodes capitáns + Entrevista a Oliver Laxe

Mirar como un niño

 

Mucho se ha hablado de Todos vós sodes capitáns en los últimos meses gracias al premio FIPRESCI que logró en Cannes 2010. De lo que no se ha dicho apenas palabra es de la trayectoria anterior de su autor, Oliver Laxe, que llega a su primer largo tras la construcción progresiva de una mirada propia en tres trabajos muy conocidos en Galicia pero casi invisibles en el exterior. Estos son los cortos Grrr! nº7 y las chimeneas decidieron escapar (2006) y Suena la trompeta ahora veo otra cara (2007), y el mediometraje París#1 (2007).

Los tres, totalmente experimentales, definen algunas de las constantes formales de este cineasta. La primera, aun cuando el digital hubiera proporcionado un acercamiento más práctico al cine de no ficción a su autor, es una apuesta absoluta por el celuloide; un formato que usa con una mirada contemplativa y poética. Algo que es resultado de un proceso de trabajo muy intuitivo en el que Laxe rueda primero lo que le interesa como experiencia estética y después intenta comprender lo que hay tras esas imágenes, lo que significan como tales sin subrayarlas.

Se puede deducir por las palabras del realizador en la entrevista que acompaña a este texto que Todos vós sodes capitáns es una película bisagra en la que su primigenia intención de matar la semántica de las imágenes se combina con un flexible control narrativo nunca antes presente. Pues, en sus dos primeros cortos, había incluso una renuncia al sonido -salvo por los ruidos captados por Diego Rial en Grrr! nº7, de naturaleza más disruptiva que representacional- y las formas se intuían y se sucedían en un flujo poético muy contemplativo y sin ningún hilo argumental.

En este sentido, sus filmes podrían ir en la línea de cineastas que han visitado recientemente certámenes españoles, como pueden ser Ben Russell, Jem Cohen o Peter Hutton, que se ve a sí mismo más como pintor o fotógrafo que como director de cine. No en vano, Laxe ha comentado que ha nacido en el siglo equivocado porque se siente y expresa como un romántico, como un poeta que intenta observar la realidad con una mirada limpia, con la mirada del niño. Este aspecto ya estaba presente en su más depurada París#1, rodada en Galicia con el colectivo QQ bajo las mismas constantes, en la que ya se insertaban diálogos puntuales recogidos como quien filma un rostro; sin subrayar, sin construir, limpios, significando a la imagen por lo que es.

Estos elementos llegan a Todos vós sodes capitáns amplificados y enfrentados a un control narrativo que el propio realizador se impone. La película es el resultado de un taller de cine realizado en Tánger con chavales conflictivos con los que Laxe ha trabajado como profesor. La visión del autor sobre el cine se contrapone a la de los niños, que quieren construir en todo momento una historia con introducción, nudo y desenlace. Este choque dialéctico desequilibra el filme y lo convierte en algo frágil, y es en esa imperfección donde se encuentra su mayor reclamo y significado.

Irónicamente, Laxe precisa de herramientas narrativas para contar su relación con sus alumnos, pero son ellos los que acaban adquiriendo sin querer su visión. En una de las escenas más naturales del filme, que se mueve entre la ficción y el documental, los chicos reprochan primero al realizador la falta de un argumento pero después acaban queriendo filmar olivos por lo que son, por puro placer estético, sin guión. Juegan. Y esta secuencia aparentemente sencilla concentra lo que es el cine, al menos una forma de entenderlo que lucha contra la estandarización mercantil de la mirada.

Después existen muchas más lecturas igual de ricas. Capitáns es, entre otras cosas, la crónica de un fracaso a la hora de estudiar al ‘otro’ sociológico con ojos limpios, y, a su vez, se erige en parodia de la visión eurocentrista hacia África al tener a un profesor-director que controla los destinos de sus alumnos en una espiral narrativa que ha creado para aprovecharse de ellos artísticamente -el Oliver ficticio de la película ejerce esa función de colonizador con una inconsciente crueldad.

Entendiendo la vida como un caos cruel y sin sentido, como un mundo oscuro, Laxe se entrega también al arte como proceso catártico, como baile, como juego de niños que ríen ante las adversidades intentando comprenderlas; y ahí es solo su visión la que cuenta, es él el que manda – el arte es afortunadamente anti-democrático”, dijo en Gijón 2010

Es de hecho cuando no está presente como protagonista cuando su presencia cobra más fuerza. El problema es que esos últimos 20 minutos, más en la línea de sus primeros trabajos, vienen precedidos de un ejercicio narrativo de una hora que, como él bien explica, “intenta justificar el rodar un olivo”. Quizás no era necesario justificar, sino que lo esencial consistía en educar. En este sentido, misión cumplida, pero eso es una historia y hacer poesía es otra. Por mucho que Laxe se esfuerce en explicar que no hay dos películas en Todos vós sodes capitáns, el cambio de lo narrativo a lo poético es demasiado evidente para negar esa realidad. 

Se le puede reprochar como único ‘pero’ que llega al final del metraje un poco cansado, como queriendo rellenar los minutos para conseguir una duración mínima exigible por una sala comercial. Pero tampoco se lo vamos a reprochar mucho porque, como ya se ha dicho, en esta descompensación y fragilidad radica parte de la belleza de un filme que se disfruta como experiencia estética -es obligado su visionado en sala- proporcionada por la excelente fotografía en blanco y negro de Inés Thomsen, a la que Laxe cede la cámara por primera vez en su carrera, colocándose entre ella y los niños, y no detrás.

En definitiva, una película que destila tantas lecturas y de una capacidad hipnótica tan pronunciada por obra y gracia de sus bellas imágenes debe significar algo gordo. Quizás a Laxe le falte depurar y definir un estilo que solo está despuntando como un iceberg, pero lo que está claro es que goza de una interesantísima mirada propia y que está llamado a convertirse en uno de los grandes valores del cine español.

 

 

 © Víctor Paz Morandeira