Tintín y el misterio de las naranjas azules

 

Youth without youth

Se publicaba hace apenas unos meses el, hasta la fecha, último volumen de las aventuras de los irreductibles galos más famosos del mundo, El cumpleaños de Astérix & Obélix, el libro de oro (2009), enésimo autohomenaje que viene a revelar implacablemente la mediocridad creativa en la que se encuentra atrapado el que fuera uno de los personajes más carismáticos del cómic europeo. Allá en la inmortal y lejana Roma, Julio César no debe continuar lamentándose por no encontrar la estrategia que le permita derrotar a los malditos galos que a lo largo de cinco décadas tan ferozmente se le han resistido, pues el siempre despiadado paso del tiempo ha sido quien finalmente ha logrado vencerles, pese a todo el ingenio y valor de los simpáticos héroes y, por supuesto, la indispensable poción mágica del druida Paronámix.

Los últimos trabajos escritos por el inmortal René Goscinny ya evidenciaban cierto desgaste en la fórmula narrativa sobre la que se construían los cómics y quedaban muy por debajo de historietas tan fundamentales como Astérix y Cleopatra (1965). Una vez desaparecido el creador, junto a Jean-Jacques Sempé, autor de El pequeño Nicolás, el ilustrador Albert Uderzo se hizo cargo completamente de las aventuras de los galos, firmando unos álbumes cada vez más autocomplacientes e insulsos. Ni siquiera, después de tantos años resistiendo en su pequeña aldea, Astérix y sus amigos han tenido suerte en las últimas traslaciones de sus aventuras a la gran pantalla. Por una parte, films como Astérix en América (Asterix in America, Gerhard Hahn, 1994), apenas han tenido repercusión y los títulos protagonizados por Gérard Depardieu y Christian Clavier no pasan de ser insufribles mamarrachadas que poco tienen que ver con el espíritu de los mejores trabajos del dúo Goscinny y Uderzo. Tan solo los sentimentales parecen ocuparse a estas alturas del pobre Astérix, así que tengo mis serias dudas de que este nuevo fascículo publicado en septiembre haya logrado interesar realmente a alguien.

Curiosamente, el intrépido reportero Tintín, ya octogenario, goza de una salud envidiable frente a su colega de la Galia. Después de varios años tratando de poner en pie el proyecto, Steven Spielberg, acompañado por Peter Jackson, ultima la primera parte de una trilogía sobre el personaje, The adventures of Tintin: the secret of the unicorn (2011), para la que han utilizado la tecnología del motion capture (1) y que parece estar llamada a revolucionar una vez más (¿cuántas van ya en los últimos tiempos?) el espectáculo cinematográfico. El actor británico Jamie Bell, todavía hoy recordado por su encarnación del joven Billy Elliot, es el encargado de personificar a la inmortal creación de Hergé mientras que su inseparable compañero de fatigas, el borrachín Capitán Haddock, correrá a cargo del colaborador habitual de Jackson, Andy Serkis, discutible actor, especialista en dotar de vida a criaturas infográficas como el Gollum o King Kong. Esta adaptación de las historietas, que empezaron a publicarse en Le Petit Vingtième (2) en 1929, a casi dos años de su estreno se perfila como una de las películas más esperadas de los últimos años. El planteamiento indiscutiblemente es atractivo. Todo el poderío económico de la industria hollywoodiense puesto en manos de dos de sus cineastas más reconocidos e influyentes para tratar de capturar el alma de las historietas del joven periodista y sus amigos.

Por otra parte, en agosto de 2009, Tintín en el Congo (1931), el segundo álbum de la serie, era retirado de la biblioteca de Brooklyn por hacer apología del racismo. Nuevamente saltaba a los titulares el nombre del longevo muchacho de papel. Independientemente de la xenofobia, y brutal mirada colonialista, que se desprende de todas sus páginas, aún más descarnado que el feroz anticomunismo que encontramos en Tintín en el país de los soviets (1929), si por algo destaca esta historieta en el glosario de nuestro héroe es por ser indiscutiblemente una de las peor construidas y narradas de toda la serie. Independientemente de encontrarnos frente a una noticia cuanto menos tan curiosa como esta, no deja de ser hasta cierto punto hilarante que para poder hacerse con un ejemplar de este cómic en la biblioteca de Brooklyn haya que solicitarlo y esperar varios días para conseguirlo, pues “el libro ya no es de libre acceso para el público”.

Si volvemos a la expectación provocada por la adaptación fílmica en la que trabajan codo con codo Spielberg y Jackson, me planteo diversos interrogantes. ¿El interés que suscita este film viene dado por la asociación de dos de los realizadores más poderosos del mundo, por encontrarnos finalmente con una película que haga justicia al imaginario de Hergé o quizá por ambas posibilidades? ¿Cuál es la media de edad del lector de Tintín y cuál es la edad media del espectador potencial de una película como esta? ¿Los jóvenes conocen a Tintín, valoran sus historietas, consiguen atraparles? Nada más lejos de mi intención sería entrar en posicionamientos caducos o reaccionarios, pero la generación que ha crecido con la Play Station 2 y similares, que lee los libros de Crepúsculo y sucedáneos, ¿puede verdaderamente conocer a Tintín? En realidad, tengo la sensación de que probablemente lo conocerán gracias a sus padres o, inclusive, a sus abuelos, y lo desdeñarán como un personaje que les resulta completamente ajeno, que no les pertenece. Cargadas de emoción y brío narrativo, dudo, seriamente, que las aventuras de Tintín puedan enganchar a un número considerable de jóvenes del siglo XXI. El héroe del cómic de línea clara no se mueve alrededor de peripecias atronadoras; con el paso de los años, los títulos que componen la serie nos parecen cada vez más reflexivos, menos trepidantes. Salvando las distancias, lamentablemente, para las nuevas generaciones de lectores, Hergé es una antigualla como Julio Verne.

Tintín, pese a todo, continúa siendo uno de los nombres propios del cómic mundial y su número de seguidores es prácticamente incalculable. Hergé, junto a dibujantes como Will Eisner, sigue siendo uno de los autores fundamentales para entender la narrativa del cómic. La mejor etapa del personaje se sitúa a mediados de los años cuarenta, curiosamente bajo la ocupación alemana de Bélgica. En apenas cinco años, Hergé introduce nuevos personajes que resultan esenciales para comprender la mitología del personaje, empezando por el inmortal Capitán Haddock, que tiene su primera aparición en El cangrejo de las pinzas de oro (1941). Con el paso de los años la popularidad del personaje fue aumentando vertiginosamente, pese a tener que enfrentarse a las acusaciones de colaboracionismo que pesan sobre el dibujante y el forzoso agotamiento de la propuesta. Coincidiendo con la publicación de los últimos títulos, a mediados de los sesenta (el último trabajo de Hergé, Tintín y los Pícaros, data de 1976), se realizan dos películas de acción real sobre Tintín y sus aventuras, Tintin et le mystère de la toison d´or (Jean-Jacques Vierne, 1961) y Tintín y el misterio de las naranjas azules (Tintin et les oranges bleues, Philippe Condroyer, 1964) que, pese al absoluto desconocimiento que sufren a día de hoy, se sitúan como dos significativos precedentes de la última propuesta a cargo del creador de E.T..

Rodada en localizaciones de la Comunidad Valenciana como Gandía o Xàtiva, la segunda entrega cinematográfica de Tintín corrió a cargo de Philippe Condroyer, autor de exigua filmografía, que sitúa prácticamente toda su trayectoria en el medio televisivo, quien con este trabajo filmaba el que quizá sea su mejor film. Pese a las irregularidades del conjunto, la película resultante es una notable y fiel adaptación del espíritu de los cómics del dibujante belga a la gran pantalla. La caracterización de los personajes resulta en ocasiones conmovedora. Por momentos, observando a los protagonistas moviéndose en los diferentes escenarios, podemos tener la sensación de que los dibujos han cobrado vida. Los personajes de apariencia más caricaturesca son curiosamente los más conseguidos, como Haddock, Tornasol o Dupont & Dupont (conocidos entre nosotros, caprichos de la traducción, por el delirante nombre de Hernández & Fernández). Especialmente notable resulta, en términos de veracidad física, la interpretación de Jean Bouise, visto posteriormente en realizaciones de Costa-Gavras o Claude Sautet, como un desternillante Capitán Haddock, seguido por el español Félix Fernández, quien da vida al atolondrado Profesor Tornasol, en doloroso contraste con el insustancial Jean-Pierre Talbot, que ya interpretó al reportero en su primera, y aún más desconocida, aventura cinematográfica. Tanto Bouise como Fernández heredaban los roles que habían interpretado Georges Wilson y Georges Loirot anteriormente. La construcción de esta adaptación fílmica sigue fielmente la estructura de los trabajos de Hergé e inclusive las inconsistencias narrativas resultan imprescindibles para tratar de capturar la esencia de las viñetas.

Buena parte de la acción sucede en una Valencia (inevitable localización, teniendo en cuenta que el macguffin que mueve a nuestros protagonistas es una extraordinaria naranja azul que ha creado un colega de Tornasol), tan adulterada como todos los lugares por los que solían moverse los personajes, ya fueran el Cairo, el Tíbet, Norteamérica o incluso La Luna, que lejos de alejarnos de la propuesta consigue engancharnos todavía más a la butaca. Las excesivas superficialidades y la aparición de personajes más bien absurdos y fastidiosos, como la pandilla de críos que lidera un imberbe Pedro Mari Sánchez, por aquel entonces uno de nuestros niños prodigio, así como resoluciones excesivamente apresuradas no consiguen empañar lo más mínimo un film que parte de una ingenuidad y un desprejuicio tan blanco como la propia línea que definía al personaje, alcanzando algo tan difícil como llevar a la acción real un cómic sin caer en el ridículo. Para llegar a este buen puerto, un elemento básico es la puesta en escena de Condroyer. El cineasta (a excepción de ciertos planos tan extraños como aquel en que Tintín se oculta detrás de unas cortinas y la iluminación dibuja sobre su rostro unas misteriosas sombras) parece mimetizar las viñetas de Hergé en sus planos con una composición milimétrica y detallista que remite totalmente a los dibujos de las historietas. Incluso en determinadas ocasiones podemos atisbar cuadros de los protagonistas (Haddock o su eterna enamorada, Madame Castafiore) con su efigie de los cómics.

El film de Condroyer quedará muy lejos de las excelencias visuales de las que más que probablemente presumirá la realización de Spielberg y Jackson. La historia no atrapa a los espectadores (y mucho menos a los más jóvenes) como lo consiguen las que durante años y años han escrito y reescrito hasta la saciedad Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish. Ni siquiera la divertida banda sonora de Antoine Duhamel podrá hacer frente a las fanfarrias típicas que despliega siempre en sus partituras John Williams. Y, por supuesto, a nadie se le ocurrirá decir que Tintín y el misterio de las naranjas azules, es una película que representa un antes y un después en el quehacer cinematográfico y una auténtica revolución expresiva. Este film de 1964 es un perfecto ejemplo de cine de entretenimiento para todos los públicos cuya mayor ambición (además de conseguir capturar el espíritu del cómic) parece ser algo tan difícil y loable como entretener al espectador.

A día de hoy, esta olvidada incursión cinematográfica de Tintín tan solo es un fantasma. El entrañable espectro, que presumiblemente se desvanecerá con el estreno de la nueva trilogía el 23 de diciembre de 2011 (fecha de estreno de la primera entrega) se desvanecerá completamente. Merece una reivindicación ante la llegada de los gigantes. Pase lo que pase, como decía más arriba, Tintín -con ochenta años a sus espaldas-  está más joven que nunca. Tal vez en su próximo artículo escriba sobre una aldea de irreductibles galos que finalmente, después de muchos años, ha sido conquistada por los romanos.

 

 

(1) Según su definición en Wikipedia, motion capture es: “En animación, la captura de movimiento (también conocida por sus nombres en inglés motion capture o simplemente mocap) es una técnica para almacenar los movimientos digitalmente (…). En el contexto de la producción de una película, se refiere a la técnica de almacenar las acciones de actores humanos, y usar esa información para animar modelos digitales de personajes en animación 3D”.
(2) Le Petit Vingtième era el suplemento infantil y juvenil del diario belga Le Vingtième Siècle.