The Smell of Us

Este es mi cuerpo, esta es mi sangre

 

En la filmografía de Larry Clark, el mundo adulto ha pasado de ocupar el fuera de campo absoluto (Kids, 1995) a aparecer, intermitentemente, como contraplano necesario pero indeseable. En The Smell of Us (2014), sin embargo, más que en ninguna otra de sus películas, los adultos son fantasmas que acechan en las esquinas, espectros mefistotélicos que saben que no hay pacto posible y se alimentan de los restos. Los adolescentes del filme, por otro lado, avanzan por un laberinto dantesco; su marca es un olor (un olor que desprenden pero que no poseen, y que puede extinguirse repentinamente en cualquier momento). La película está punteada por extraños ecos que refuerzan la idea de una cadena maldita que bebe del fantástico, del surrealismo, incluso de la lírica renacentista y romántica: las calaveras tatuadas de Math (Lukas Ionesco) y Rockstar (interpretado por el propio Clark); el apelativo “mon petit garçon” pronunciado por dos figuras distintas en dos momentos cruciales; el gesto, repetido por varios personajes, de olfatear el cuerpo de otro… Y, quizás por primera vez en la filmografía de Clark, los lazos entre adultos y jóvenes adquieren el carácter del doble, de la visión, del presagio fatalista.

TheSmellOfUs-Clark

The Smell of Us empieza diseccionando un espacio público emblemático con ojo decididamente arquitectónico y coreográfico y, tras haber revelado la naturaleza inevitablemente fluctuante de los grupos que se reúnen en esos lugares, termina con el Forever Young de Bob Dylan sonando sobre los créditos finales. Muchas veces el título de esta canción ha sido entendido como afirmación reflexiva –la enunciación del deseo del sujeto por permanecer eternamente joven– pero, en realidad, la letra de Forever Young sigue la estructura compositiva de una bendición dirigida a otro (“may you stay forever young”); y la versión que suena en el filme está, además, interpretada a dúo por el propio Clark y el wassup rocker Jonathan Velasquez. Es la coda perfecta para una película que observa con estremecimiento a estos adolescentes expuestos a las transmisiones y contagios que marcarán su futuro.

Con The Smell of Us, la fascinante filmografía de Clark ha alcanzado una cumbre. Se trata de su película más enigmática, la que más se sumerge en una nebulosa de ensueño, y la que vuela más alto en su ambición por despegarse de cierto realismo documental –con todos los matices que, tratándose de Clark, debemos ponerle a esta denominación– para entrar, a golpe de sensación pura, en el universo que retrata. Es también su película más vibrante y dinámica, y en ella el estilo (en apariencia trivial) de la cámara en mano es increíblemente preciso y riguroso en su versatilidad –tanto cuando se convierte en el ojo voyeur pero insider de un teléfono móvil como cuando se pega a las ruedas de los monopatines y a los cuerpos de los actores o inventa composiciones y movimientos dignos de un musical–. The Smell of Us es una de esas pocas obras que llevan las propiedades sensoriales, cinéticas y afectivas del cine a otro nivel.

TheSmellOfUs-LarryClark

La fabulosa secuencia de la rave es un ejemplo perfecto de la libertad y la complejidad alcanzada por Clark como director: de su maestría a la hora de usar el montaje para hacer avanzar la escena y, al mismo tiempo, transformarla, hacerla mutar; de su bravura a la hora de buscar la mejor forma (y nunca la más fácil) para expresar aquello que no puede decirse; de una determinación que le lleva a escindir con violencia la relación imagen/sonido para crear sentido y resonancia; de su capacidad para conjugar realidad y fantasía en el mismo plano, mediante un juego prodigioso con las distancias, los cortes, el fuera de campo y la perspectiva.

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La juventud –como actitud, como energía, como modo de habitar el mundo– ha inspirado el trabajo de Clark desde el principio. Y, pese a que su retrato de los ambientes en que se mueven sus personajes suele ser desolador, el director ha sido acusado con frecuencia de idealizar el espíritu adolescente y de fetichizar el cuerpo de sus actores. La obsesión de Clark con la carne no es un secreto, pero nunca ha sido una fijación vacía o superficial. En sus filmes los cuerpos se convierten en lo que son en relación a un ambiente específico (y, muchas veces, siguiendo una lógica que no podemos predecir). En The Smell of Us este ambiente incluye cámaras móviles, internet, el siempre disponible mercado del porno y la ley de la oferta y la demanda. Pero si hay algo que el filme pone en cuestión a medida que despliega su relato es esa imagen de juventud decadente que los personajes adoptan y proyectan para los otros. Porque The Smell of Us arranca en el exterior, promulgando (aparentemente) esa imagen para, progresivamente, entrar en los espacios domésticos y en la esfera interior de sus protagonistas. Es una película que comienza afirmando el poder de estos adolescentes –que, por elección propia y porque vende bien, parecen haber convertido su juventud en mercancía– y termina dándole la vuelta a esta visión, retratándolos indefensos, prisioneros de su propia libertad.

Hay en The Smell of Us una energía que contradice la misma idea del fetiche. Clark pinta a sus personajes con una impresionante mezcla de violencia y ternura que no está exenta de un ojo crítico. Porque lo cierto es que, a lo largo de su filmografía, el director ha sabido incidir, a través de formas sorprendentemente variadas, en las contradicciones y choques de género, rol y clase social que se dan dentro (y, en momentos cruciales, también fuera) del grupo. En The Smell of Us estos conflictos están magistralmente conectados a una inteligente narración elíptica y a algunos de sus principales incidentes dramáticos, dando como resultado un filme donde el deseo de Clark por introducir y manipular la ficción como forma generadora para acercarse a la realidad alcanza una mayor cohesión y exige, también, una observación más atenta por parte del espectador.

En este sentido, el tramo final del filme es especialmente fascinante para quien ha seguido de cerca el tumultuoso rodaje de The Smell of Us. Durante la filmación de la película, Clark decidió alterar el desenlace, alejándose del guión de Mathieu Landais y haciendo desaparecer a varios de los personajes principales –un giro que refuerza la idea de transitoriedad y disgregación apuntada anteriormente–. Pero esta decisión repentina sembró el caos y la ira en un ambiente ya caldeado y terminó de desestabilizar a sus actores. Clark introdujo una nueva escena (interpretada por Ionesco y por una soberbia Dominique Frot) que sería la última en la que aparecería Math. La brutalidad e incomodidad, tanto en forma como en fondo, que desprende esa escena bien pudo ser una de las gotas que colmó el vaso. Y, sin embargo, se trata –en términos dramáticos– de la escena más importante del filme. Con ella, el director incide, de nuevo, en esa cadena maldita de transmisiones que van de generación en generación (pero esta vez creando un vaso comunicante entre la ficción del filme y la historia familiar real de su actor protagonista). Y es entonces cuando ese gesto de Math que resuena insistentemente durante todo el metraje (su cuerpo pasivo, su rostro ladeado, su mirada perdida en el vacío) se ilumina y adquiere sentido.

TheSmellOfUs-LukasIonesco

En un pasaje de su libro Jour de souffrance, la escritora y crítica de arte Catherine Millet reflexiona acerca de su propia experiencia sexual y recuerda el punzante sentimiento de exclusión que sintió en su temprana adolescencia cuando, durante un juego de bolos con la familia, los participantes la ignoraron y se saltaron su turno. Ella relaciona este momento con ciertos hábitos sexuales, especialmente el voyeurismo y la masturbación, y escribe sobre el incidente: “Nunca lo he olvidado porque continuamente he buscado revivirlo” (1). En The Smell of Us, la necesidad de revivir unos hechos traumáticos mediante una conducta sexual compulsiva es además el velo con el que encubrir el origen de dicha conducta. Math no puede hacer frente a su propia pregunta (“¿por qué hago esto?”) con la serenidad lógica de Millet porque la respuesta pondría en evidencia aquello que los propios actos tratan de ocultar o subvertir. Su comportamiento es pues un perfecto reflejo de las dos palabras que Kurt Cobain grita –también compulsivamente– al final de Smells Like Teen Spirit: “a denial” (una negación).

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Cuando le preguntan cómo consigue terminar sus películas en esos ambientes repletos de caos, tensión y estrés (motivados, hasta cierto punto, por él mismo), Larry Clark responde: “No lo sé. Mi cuerpo lo hace” (2). Y, en The Smell of Us, el espectador puede sentir el cuerpo, la carne y la sangre de Larry Clark en cada plano.

 

 

© Cristina Álvarez López, junio 2015

 

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(*) Algunos párrafos de este texto aparecieron primero (en inglés) aquí: “The Smell of Us: Larry Clark’s Portrait in Flesh” (Fandor: Keyframe Daily, 28-05-15).

(1) MILLET, Catherine: Jealousy, Londres: Serpent’s Tale, 2009, pág. 74.

(2) Estas declaraciones –probablemente pertenecientes a la rueda de prensa ofrecida por Clark en el 39º Festival du Cinéma Américain de Deauville– pueden escucharse en el octavo capítulo de Un été avec les kids de Larry Clark (Thomas Kimmerlin, 2013), una serie web documental sobre el rodaje de The Smell of Us.