The sinkholes

 

Histo/eria

 

«La mujer no existe, es un síntoma del hombre». Este famoso axioma lacaniano bien pudiera servirnos, no solo para caracterizar una cierta tendencia de la psicología francesa, sino, por analogía, para definir una cierta tendencia del cine europeo que, bajo otro axioma, ahora godardiano, podría glosarse como: «Film is a girl & a gun». En este canon falocrático que elaboraría el síntoma “mujer” a través del cine, encontraríamos, qué duda cabe, a Godard, y junto a él a Dreyer, Bergman, Rossellini, Antonioni y Rohmer (con reticencias relacionales y de afinidad electiva, podría sumarse Von Trier). Todos ellos han desarrollado (en algún momento de su carrera o a lo largo y ancho de ella) prolijos y profusos estudios de lo femenino en sus películas, incluyendo, en varios de los casos, la participación de “la mujer” de algunos de los cineastas. Ejemplos de la mujer en el cine y no y el cine: para proveer contraejemplos de bio-hembras o “mujeres” inexistentes, habríamos de dirigir nuestra mirada a la obra de Chantal Akerman, Vera Chytilová o Jackie Raynal, o, en otro orden de cosas, a este segundo largometraje de Antoine Barraud que es The sinkholes (Les guoffres, 2012) desde ya un alegato feminista, igual que el axioma de Lacan.

Incipit histeria. Lo que el cine, esa máquina histérica, ha hecho de “la mujer” (una máquina deseante, en palabras de Deleuze), es lo que ya hiciera la psicología anteriormente: hacer de ella una histó/érica. “La histeria es una enfermedad por representación”(1), enseña Pierre Janet en 1894, fundamentando un lugar común psicológico que antes que austriaco fue francés, y que funciona como manifiesto para las inminentes representaciones de lo femenino como lo inventado y/o lo histérico. Lo que después de Freud se conocería como neurosis obsesiva o histeria de angustia se convertiría en la piedra de toque de la mayoría de las invenciones de “la mujer” sobre la pantalla.

 


 

Barraud, quien antes de realizar el estudio sobre lo femenino que propone en The sinkholes, ya había realizado varios cortometrajes y documentales (algunos sobre figuras canónicas del cine que trabajan en torno a la indiferenciación sexual, como Koji Wakamatsu o Kenneth Anger), parece invertir el axioma de Lacan, replicando: «El hombre no existe, es un síntoma de la mujer». The sinkholes (título que podemos verter al castellano como precipicio, abismo, pozo, gruta o sumidero, indistintamente, aun cuando el vocablo “gouffre” se opone expresamente a lo que sería una cueva o una caverna, por carecer de pared) parece repetir anaclíticamente el gesto que realizara Antonini en La aventura (L’avventura, 1960), con la diferencia de que aquí quien desaparece es “el hombre” y no hay ninguna triangulación romántica y pequeñoburguesa ulterior. Barraud, como Antonioni, hace desaparecer a su protagonista masculino (y productor del filme: el ubicuo Mathieu Amalric, aquí haciendo de efímero espeleólogo), en un par de secuencias. Precisamente en el abismo/gruta/sumidero que da título al filme, lugar cárstico de origen primitivo y que juega un papel tan trascendental como la isla donde desapareció Lea Massari, si no más. La película, señera de la ciencia ficción (como se la promocionó) y más cercana al thriller psicológico tipo Roman Polanski (o, nuevamente, von Trier, con cuya Melancolía (Melancholia, 2011) raya esta Histeria), lo ubica en algún lugar de Cataluña.

les-gouffres-amalric

“La mujer”, una vez desaparecido “el hombre”, se histo/eriza. Encerrada en un hotel, acompañada tan solo por una sirvienta americana que ha llegado mágicamente atraída por el pozo/sumidero, y con la que difícilmente se entiende. Abandónica, “la mujer” se concentra en su trabajo (preparar una ópera de Puccini en la que ella canta y que corrige con severidad), mientras (des)espera. Pero «la gruta es más que una casa, es un ser que responde a nuestra era con la voz», como dice Gaston Bachelard en La tierra y las ensoñaciones del reposo (2). La reunión de “mujeres”, su comunidad, tiene un final patético: «Puedo ver tu miedo, pero no tu amor», le espeta la sirvienta “llamada” por la gruta desde el otro lado del mundo, como hiciera  La Patria España con Millán-Astray.

“La mujer” será también “llamada”: ella es siempre Alicia al otro lado de la madriguera, viajando a otro mundo histó/érico o, como en este caso, introduciéndose en sí misma, en su inconsciente, ese lugar situado bajo el colchón y que nos dirige directamente a la gruta que somos nosotros mismos, biomachos y biohembras: «La inmensidad está en nosotros», de nuevo Bachelard (3). En un viaje que no podemos sino definir como sanansélmico (4), “la mujer” viajará literalmente al Sumidero de su Conciencia Soñadora, donde hay un buen montón de “hombres” rudo-primitivo-musculosos y un lago-letéico-depurativo, y de donde regresará sin voz, asumiendo de forma definitiva el guión de Puccini y siendo incapaz de reconocer el rostro del/su “hombre”. Definitivamente, la histo/eria era esta: la de la persona, la de una máscara, la de una obra. Y, entretanto, el significante “hombre” ha desaparecido, o se ha hecho total y materialmente intercambiable e indistinguible.

Les-gouffres-film

Simone de Beauvoir, la madre del feminismo francés cuyo “hombre” era el pensador Jean-Paul Sartre, quien decía aquello de: «Así soy responsable para mí mismo y para todos, y creo cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndome, elijo al hombre», (5) ella fue quien sentó las bases de un modo de ser “mujer” que no podía ser histo/erizado por “el hombre”, fuera este hegeliano o no, cineasta o no, francés o no,  al asegurar que

No se nace mujer, se llega a serlo.

 Dinamitando en su película ciertos lugares comunes, bajándose al pozo/abismo/gruta de la conciencia, Barraud se adentra en la indiferenciación sexual, en el melodrama épico de la identidad, esa ilusión ontológica, proponiendo no se sabe si una performatividad a lo Judith Butler, una vuelta a la disputa genérica, o una disolución escatológica de la dualidad convencional “hombre/mujer”: “Film is a gun & a gun”. Parecería decirnos, sin comillas (aunque soy yo el que lo hace):

Soy mujer porque me sale de los cojones.

 

separador

 

(1)   Janet, Pierre, en JB. Pontalis y J. Laplanche, Diccionario de Psicoanálisis, ed. Paidós, Barcelona, 1996, pág. 172

(2)   Bachelard, Gaston, La tierra y las ensoñaciones del reposo, ed. FCE, Mexico D.F., 2006, pág. 225

(3)  Bachelard, Gaston, Poética del espacio, ed. FCE, Madrid, 1998, pág. 221

(4)   Dice San Anselmo al comienzo de su Prologion, “o sea, alocución.”: “¡Oh, pobre mortal! Deja un momento tus ocupaciones, huye un poco de tus tumultuosos pensamientos, abandona tus trabajosos quehaceres. (…) Entra en el recinto de tu mente…” (la cursiva no es mía).

(5)   Jean-Paul Sarte, El existencialismo es un humanismo, ed. Edhasa, Barcelona, 1999, pág. 35