The Day He Arrives

 

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                                                         “Una vez vio una película coreana con su compañero de  piso en la sala de estar. (…) «La vida me aburre», pensó Haley Joel Osment. «O, espera. No sé. Da igual.»”

Richard Yates, Tao Lin

 

Con este nueva variación, HSS introduce la música diegética, descarta el color para quedarse con un elegante blanco y negro, y reduce la duración en minutos para convertir The day he arrives en el más corto de sus largometrajes. Ha alcanzado tal grado de depuración, que consigue filmar su película más refinada, limpia y asequible; pero, al mismo tiempo, tal vez la más rica en matices, lecturas y enredos cronológico-temporales. Si bien el tráiler oficial ya anticipaba un evidente trastorno temporal, el filme posee una deliciosa e intrincada estructura en forma episódica, legible como una línea recta, o como una serie de acontecimientos alternos e intercambiables, o si acaso como el relato de unos hechos que jamás ocurrieron.  Tal maraña de hilos no será fácil de resolver.


Yoo Seongjun es un director de cine retirado –aunque deja entrever que se trata de una decisión personal, probablemente sea mentira– que ahora vive en provincias. Llega a Seúl sin un objetivo demasiado claro más que visitar a su amigo Young-ho. No consigue localizarle y termina de farra con unos estudiantes. Acaba tan borracho que se presenta en la casa de la única mujer que amó –y abandonó–, llorando y arrastrándose patéticamente como solo los personajes de Hong Sang-soo saben hacer: “- ¿Has venido porque estabas borracho? – No, estoy demasiado borracho. No debería haber venido.” Al día siguiente queda por fin con su amigo y a partir de aquí tienen lugar diferentes estampas alcohólico-gastronómicas más o menos análogas. Desde este momento, sería útil algún tipo de conocimiento sobre combinatoria matemática que, por desgracia, descuidé desde el instituto.

Como siempre ocurre en sus películas, los triángulos amorosos terminan, digamos, siendo satisfechos en el plano de lo físico y carnal, pero devastadores a nivel emocional. Esto es una cosa que es así y punto. Al que me gusta no le gusto yo, sino el de más allá. La camarera de la que se enamora el protagonista, es idéntica a la mujer primigenia de la que hablábamos más arriba. No solo es la misma mujer, sino también la misma actriz. Mientras seduce a la nueva, la anterior le envía sms desesperados echándole de menos. Y con las dos se comporta de la misma manera: el frenesí inicial concluye en un “No nos veamos más. No me llames nunca”.

Resulta curioso el hecho de que la taberna que frecuentan los protagonistas se llame “Novela”, lo que Maggie Lee del Hollywood Reporter interpreta como “un gesto hacia la posibilidad ficticia de todo lo que allí ocurre”. Personalmente, considero más acertado valorar las escenas del bar como versiones alternativas de un mismo hecho: charlar, emborracharse y comer. Hay un momento especialmente delicado, la primera vez que acuden allí, en el que el protagonista sale a la terraza a fumar. Acaba de conocer a la camarera, exactamente idéntica a la mujer de su vida. Un travelling de acercamiento acompaña sus pensamientos mientras interpela directamente al espectador y le pregunta “¿Qué debo hacer?” En ese momento mira directamente a cámara –o no, tal vez solo la busca a ella– lo cual podríamos considerar perfectamente como el inicio de un gran flashback o como esa casilla en la que tomar la primera decisión de nuestra propia aventura.

El final parece confirmar toda esta teoría conspiratoria en cuanto a galerías espacio-temporales dentro de la película: Seongjun deambula por Seúl otra vez como al inicio del film. Empieza a nevar. Llama a su amigo y este le dice que no podrá quedar con él porque está muy ocupado esos días. No parece descabellado, entonces, concebir este final como una alternativa a todo el metraje anterior. Una historia que sucedió solo en parte, o no sucedió en absoluto; cada cual es libre de escoger su camino.

 

© Laura Menéndez