Tabú
Regreso al pasado a mi manera
“And now, the end is here,
And so I face the final curtain.
My friend, I’ll say it clear,
I’ll state my case, of which I’m certain.
I’ve lived a life that’s full,
I travelled each and every highway.
And more, much more tan this,
I did it my way”.
(My Way, Paul Anka)
El presente llama al pasado de la ficción y de la misma historia cinematográfica. Un travieso director portugués de cuarenta, con antecedentes críticos, vuelve a mirarse en el espejo del cine, quizá para sobrellevar mejor el paso de su propio tiempo vital. En esta ocasión no se encuentra con Blancanieves, como le ocurriera a los treinta (A cara que mereces, 2004), pero sí con un cocodrilo que aunque no sea de peluche, sino un dundee real, también se escapa y crece. Esta vez, y según las reglas de un deslumbrante y particular juego de resonancias, Miguel Gomes rehace una película cuya palabra titular debería no poder pronunciarse, Tabú (1931) de Murnau y Flaherty, aunque también en cierto grado Amanecer (F. W. Murnau, 1927). Como su precedente, la Tabú de 2012 también es un díptico, pero altera el orden de las partes –1ª: Paraíso perdido; 2ª: Paraíso– y suma un preámbulo al conjunto, la fábula de un explorador atormentado narrada en off por el propio Gomes.
El director luso nos presenta en su versión a una mujer mayor que ya ha vivido todo lo que tenía que vivir y su memoria se dedica a recoger con torpeza los restos de un amor de juventud prohibido, mezclado con residuos de sueños de monos y paranoias poscoloniales. Su nombre es Aurora, la luz que anuncia la salida del Sol y el comienzo del día, la esperanza de lo recién llegado. Sin embargo, es pura confusión, está en las postrimerías y sus últimos días coinciden con los últimos de un año, y quizás también de una época. Nosotros no poseemos aún los datos suficientes para comprender su relato, su personal Memorias de África (1985), su arrebatada y clandestina aventura amorosa con Ventura. Aún se nos mantiene oculta.
Otras dos mujeres son convocadas en ese misterioso apocalipsis inicial y también ambas viven en una especie de tiempo paralelo, en su pasado y/o entre las ficciones de los otros. Por un lado, Santa, la mucama de Cabo Verde que sirve a la anciana y que se sumerge en cuanto puede entre las páginas de Robinson Crusoe. Su personaje conecta con las huellas del Ventura caboverdiano de Pedro Costa (Juventud en marcha, 2006) en un filme que también tiene a su propio Ventura, el amante de juventud de Aurora. Por otro lado, Pilar, la vecina soltera y amante del cine, asiste a la vida como espectadora, como si viviera a través del compromiso que establece con las historias de los otros y es, sin duda, el personaje que más se asimila a nuestro rol como público en relación a la película.
Magnetizados por lo que aún no sabemos y por una misteriosa puesta en escena (alucinante textura fotográfica de Rui Poças), van sucediéndose pequeños hechos que parecen articular un embrujo mientras prosigue la cuenta, hacia delante o hacia atrás, según se mire (diciembre: 28, 29, 30…). Aurora le cuenta a Pilar un sueño de monos en el casino de Estoril y observamos un fondo mutante donde van pasando personas y situaciones. ¿Quién se mueve? ¿Qué se mueve? Y, de pronto, en una extraña y solitaria noche de tormenta, el móvil de Pilar es localizado en la nevera. Aceptamos este pacto juguetón donde van combinándose hechos y leyendas, donde se nos van fundiendo las vidas y los sueños, la memoria y el cine. La película introduce por fin su Paraíso cuando un Ventura mayor inicia el relato de la historia de juventud con Aurora. La cinta empieza entonces a rebotar en sí misma originándose emocionantes e inquietantes ecos y rimas entre las partes, como ya ocurriera en Aquel querido mes de agosto (2008), aunque con su manual de instrucciones específico.
La aguda vuelta de tuerca tiene mucho que ver con el orden en que Gomes presenta las partes y con cómo va sembrando en la primera para implicarnos emocionalmente: la muerte de Aurora convoca una reconstrucción ficticia de la memoria (bien la de Ventura como emisor, bien la de Santa o Pilar como escuchantes) (1)↓, un modo subjetivo de recomponer la historia a partir de los restos del naufragio que quedan en un cuerpo viejo que ya vivió. Nuestra llegada al Paraíso no es, por tanto, idílica sino nostálgica (como el sentimiento que parecía poseer o enajenar a la Aurora vieja), pues sabemos que ya ha ocurrido y que Aurora ya no está. La primera parte nos lo ha contado. Es entonces cuando empezamos a cobrar consciencia de lo que está ocurriendo. Curioso que haya sido la muerte la que lo ha posibilitado. No estamos ante un pasado y punto, sino que la magnífica y terrible revelación es que en pantalla está sobreviniendo una fatídica historia de amor contraindicado entre fantasmas, esos seres sobrenaturales que campan bajo velos blancos por las memorias humanas. ¿Por qué, si no, es tan inquietante el plano en que Aurora y Ventura miran abrazados a cámara? Cadáveres. Cadáveres inagotables.
(1)↑ Entre otras cosas, Gomes nos habló de los juegos entre memoria y ficción que se establecen en Tabú y de la generosidad del espectador en la entrevista que tuvimos ocasión de realizarle con motivo de la presentación del filme en Barcelona el pasado mes de diciembre.
© Covadonga G. Lahera, enero de 2013.