Sweetgrass + entrevista a Ilisa Barbash

She’ll be coming ‘round the mountain

 

Parece que cada cierto tiempo aparece alguna película que recupera el mito del héroe americano y los ideales que cimentaron la construcción de un país tan particular como Estados Unidos, bien para jugar con los códigos del género, para homenajearlo o por simple nostalgia revisionista. Es matemático. En un principio podría parecer que Sweetgrass (Ilisa Barbash & Lucien Castaing-Taylor, 2009) participa de este juego posmoderno, no solo por el tema que trata, sino por la estructuración de su historia: la llamada a la aventura, los obstáculos, los enemigos, la batalla final y el regreso al hogar. Pero, en este caso, no se trata de reactualizar el mito ni de subvertir los códigos propios del western, sino que directamente rompe con todo lo anterior, destrozando nuestra imagen idealizada del cowboy americano. ¿Alguien se imagina a John Wayne fallando un disparo o llamando a su mamá lloriqueando? Bien, pues aquí los cowboys lloran, maldicen sin parar, usan el móvil y no siempre aciertan el tiro.

En un principio, el rebaño aparece como protagonista del relato. La inicial mirada a cámara de una oveja juega con las expectativas del espectador para terminar desestabilizando y abriendo la narración hacia la figura central del cowboy. Se trata, por tanto, de un relato colectivo donde los animales, el ser humano y el paisaje representan los diferentes estadios de la naturaleza, que lo gobierna todo.

Los vaqueros, ante el grado de aislamiento al que se ven expuestos durante los meses que pasan en la cima de la montaña, recurren a una terapia entre divertida y dramática. Por una parte, una actitud animista con todo aquello que les rodea: perros, caballos y ovejas; y por otro lado, procuran mantenerse conectados con el mundo exterior a través de la radio o el teléfono móvil. En medio de la nada, un vaquero escucha en las noticias el parte sobre las bajas norteamericanas en la guerra de Afganistán, algo completamente ajeno a su situación actual y, sin embargo, complementario, ya que él se encuentra envuelto en una frenética lucha y una auténtica aventura, uno de los principales motivos de alistamiento de los soldados que buscan una descarga de adrenalina.

Hace poco, en una sesión del Xcèntric, proyectaron Ventrada (Óscar Pérez, 2009), un filme que me hizo reflexionar un poco más sobre Sweetgrass: no solo porque trate el tema del pastor paralítico (otra manera de destrozar nuestras expectativas y nuestras ideas preconcebidas), sino también por su planteamiento observacional que se rompe en mil pedazos cuando su protagonista, al igual que en Sweetgrass, interpela directamente a su director. En este caso, para pedirle ayuda. La intervención del autor parece anulada o pretendidamente disimulada hasta que, inevitablemente, la presencia de una cámara es repentinamente revelada y el equipo técnico es forzado a participar de la acción, inesperadamente reclamado o solicitado.

Y a partir de este diálogo entre las dos películas, surge también la reflexión sobre el impacto de esas imágenes en el espectador. En varios textos sobre Sweetgrass se habla del trato agresivo de los protagonistas hacia los animales. Creo que más bien debería plantearse desde el punto de vista de la violencia que esas imágenes ejercen en nosotros. No se trata de que los pastores maltraten al rebaño o de que lleven a cabo el ritual del esquilado con rudeza, sino de la impresión que nos provoca como espectadores ajenos a esa realidad, como individuos urbanos y cosmopolitas que desde nuestra butaca de la sala de proyección contemplamos ese mundo como algo arcaico y extinto.

Debido a todo esto, la película produce una extraña fascinación a ojos de quien cae en sus redes, una mezcla de asombro y extrañeza, que nos descubre un mundo entre caótico y ordenado, entre salvaje y organizado. Un relato circular que se corresponde con los ciclos de la naturaleza.