Splice

Ciencia ficción híbrida

 

Clive y Elsa son pareja. Lo tienen todo. Felicidad, éxito y dinero. Su relación tiene que ir un paso más allá. Ella quiere tener un hijo. A él le aterra cambiar de domicilio. Su problema es similar al de Owen Wilson y Jennifer Aniston en Una pareja de tres (Marley & Me, David Frankel, 2008). Ellos deciden comprar un perro como paso intermedio a obligaciones mayores. Sin embargo, en el caso de los dos protagonistas de Splice (Vincenzo Natali, 2009), la situación cambia porque ambos son científicos, la vanguardia en el campo de la experimentación genética. Así que la película se alimenta de las dos tradiciones: la del drama familiar y la de la ciencia ficción. Dos películas en una. Por un lado, un drama sobre la evolución de las relaciones afectivas en una familia (padre-madre-hijo). En el otro, una cinta de ciencia ficción acerca de los límites materiales, técnicos y morales de la clonación humana. Dos películas que por sí solas pueden parecer convencionales, pero que alimentándose entre ellas, consiguen ir golpeándose, escondiendo la necesidad de recurrir a efectos dramáticos.

Vincenzo Natali se mueve con habilidad en la fina línea que separa el drama de la ciencia ficción, lo profesional de lo familiar. Esto no es novedoso ni en la filmografía de Natali ni en la ciencia ficción, especialmente en el principal referente del director, su compatriota David Cronenberg. A fin de cuentas, Natali ya había escondido su (discutible) drama metafísico como juego matemático en Cube (1997) mientras que en Cypher (2002) un hombre se borraba la memoria para volver a enamorarse de su mujer, a la vez clave de un enigma en una intriga de espionaje industrial.

De Cronenberg, especialmente dos obras clave, dos películas menospreciadas en una carrera llena de éxitos: Cromosoma 3 (The Brood, 1979) y Scanners (1981). En ambas, de nuevo los conflictos familiares son los que hacen despegar el filme de ciencia ficción. Cromosoma 3 convertía el instinto maternal en instinto asesino. La sobreexposición de la madre como figura protectora del hijo terminaba convirtiéndose en un monstruo psicópata. En Scanners, la conexión fraternal acaba generando adicción, incluso una fusión de identidades. Y, por supuesto, también el gran Larry Cohen que, con sus películas de género fantástico y de terror -principalmente Demon (God Told Me To, 1976) y la trilogía It’s Alive-, planteaba una América en la que los hijos eran abandonados y maltratados por sus padres, aunque escondiéndolo mediante tics de género, logrando un contraste más amplio.


Por el momento, Natali no es tan incisivo ni crítico como Cronenberg o Cohen. Todavía sigue moviéndose dentro de una ciencia ficción más inofensiva, más cercano a la ciencia ficción juvenil, a la entrega serial, que a un J.G. Ballard. Eso no le impide que su última película consiga unir el ámbito familiar y el ámbito científico de una manera bastante acertada. Principalmente gracias a Dren, el ser creado por Clive y Elsa, mitad experimento, mitad descendiente. Su ambigüedad es lo que divide y a la vez une las dos vertientes de la película. Cuando nace, Elsa se muestra maternal, mientras que Clive es más frío, más racional. Ella parece afectada por un parto que nunca se produjo, intentando crear con el espécimen una conexión madre-hija, intentando borrar el recuerdo de su madre. Si bien su progenitora nunca aparece en escena, es una de las claves de la película. Natali lo deja todo a la intuición del espectador. La madre de Elsa parece una mujer severa, que nunca dejó libertad a su hija y que la maltrató psicológicamente. Elsa pretende ser diferente con su “hija”, pero finalmente no consigue escapar al determinismo biológico. Y si Elsa reproduce la conducta represora de su madre, Dren evoca la rebeldía y los deseos de libertad de la joven Elsa.


Últimamente, las películas de ciencia ficción se quedan únicamente en el mecanismo. En la originalidad de su propuesta. Sorprender al espectador, bien sea con el mundo imaginado o con la capacidad de sorprenderlo, son las bazas del cine de este género en la actualidad. En el Festival de Sitges, donde tuvimos la ocasión de ver Splice, se presentó también Moon (Duncan Jones, 2009), que representa perfectamente lo explicado en este párrafo. En otro extremo, las películas que quieren ser más que un filme de ciencia ficción. Aquellas que no se conforman con encontrarse dentro de los tópicos del género (algo que no es necesariamente malo) y juegan a “película total”, ya sean blockbusters como Avatar (James Cameron, 2009) o películas de autor como The Box (Richard Kelly, 2009). Más cerca del filme de Natali, Shyamalan se curó de la sobredosis de “autorismo” que se dio con La joven del agua (Lady in the Water, 2006) gracias a El incidente (The Happening, 2008), una película pequeña, que funcionaba alrededor de los lugares comunes del género, en su vertiente apocalíptica, pero dejando espacio para que el autor encontrara su espacio de libertad, pues pocas veces el director de origen indio había rodado imágenes de una poética tan desoladora, utilizando tan pocos medios.


Natali tampoco tiene miedo a moverse en las arenas movedizas y, por eso, traslada la acción de su película desde un laboratorio a una casa abandonada en medio de un bosque. Antiguo hogar de Elsa, heredado de una madre a la que quiso olvidar, pero con la que conectará al tiempo que se aleja de Dren. La casa destartalada, rodeada de un terreno agreste y salvaje, contrasta con la frialdad del laboratorio. Allí triunfaba la racionalidad, el método científico, pero finalmente la película se deja llevar por su vena dramática y el viejo caserón será escenario de la explosión de las pasiones del trío protagonista. La crueldad de Elsa con Dren se compagina con el cada vez más afectuoso vínculo entre Clive y Dren, de nuevo determinados por sus organismos, incapaces de huir a sus estímulos. Ella hereda los genes de Elsa y, al igual que su madre, se siente atraída por Clive, que asimismo descubre en ella una reproducción de su mujer. La escena en la que Elsa maltrata a Dren cortándole el filo de su cola es perfecta. Ella, atada e indefensa, llora desconsoladamente cuando aparece Clive. Apiadándose de ella, el hombre la desata y le deja una manta. Ella, avergonzada de que la haya visto desnuda, se tapa, agacha la cabeza y le da la espalda. Es el primer paso hacia la relación incestuosa, aunque Dren puede ser tanto su hija como su esposa, en cuanto a que es depositaria únicamente de los genes de su mujer.


Pero ante este conflicto dramático, que en otras películas más apegadas al género seguramente derivaría en una serie de golpes bajos al espectador, Vincenzo Natali recuerda que su película también es de ciencia ficción, así que decide que su criatura experimental cambie de sexo. En otro gran momento de la película, Clive y Elsa discuten después de que el primero tuviese un encuentro sexual con Dren. Él dice: “Cambiaste las reglas, en ese momento las cosas se volvieron confusas”. Pero no sabemos si habla de su trabajo como científico (cruzar la línea al experimentar con genoma humano, con sus propios genes) o de su papel como padres (la madre que humilla a su hija, que coarta su libertad). Pero, al mismo tiempo, con esa frase el protagonista está definiendo también la película: un híbrido genérico que cambia de “sexo” a su voluntad. Y, ciertamente, esa discusión que tienen los dos protagonistas sobre su responsabilidad en el conflicto podría pertenecer tanto a un melodrama de Mike Leigh como a una cinta de ciencia ficción como Primer (Shane Carruth, 2004), Déjà Vu (Tony Scott, 2006) o la televisiva Fringe (J. J. Abrams, 2008), por abarcar tres estados distintos de la ficción norteamericana -cine independiente, blockbuster y televisión-, que tratan sobre dilemas morales alrededor de los avances científicos.


Dren el híbrido, en su ambigüedad sexual, muestra también la ambigüedad de Natali: por un lado, enamorado del género; por otro lado, erosionándolo, disfrazándolo de melodrama familiar. Pocas cosas quedan claras: si Dren es un experimento o un hijo problemático resulta, en ambos casos, un enigma. Ni siquiera la postura de Natali alrededor de la clonación, asombrado con su creación, pero perturbado por sus consecuencias. Es una película resbaladiza, porque por su simpleza puede parecer menos de lo que posiblemente sea. Una película que podría haber empezado mucho antes y que deja un final para una continuación -aunque Natali la descartaba al principio, finalmente su éxito en taquilla parece que la hace inevitable. Si Splice trataba sobre las tensiones, envidias y confesiones de una familia en crisis, es posible que Splice 2 trate sobre las dificultades de una madre soltera para criar a su hijo y seguir manteniendo su éxito laboral al mismo tiempo.