Song Kang-ho

El coreano genuino

* Este artículo forma parte del Especial sobre la política actoral

Asomarse a cualquier repaso histórico de las dos últimas décadas de la cinematografía de Corea del Sur supone encontrar de forma constante el nombre de Song Kang-ho. El actor, nacido en la ciudad de Gimhae, al sureste de la provincia meridional de Gyeongsang del Sur, no solo se ha convertido en una de las estrellas de prestigio más importantes de su país —esa clase peculiar de actor famoso que une el reclamo comercial de su nombre con elogios críticos por la calidad de su trabajo dramático—, sino también en un referente del cine coreano fuera de las fronteras del país, particularmente en el entorno occidental.

Delante de la cámara, Song Kang-ho es sinónimo del cine coreano actual. Un icono de la época de mayor proyección internacional de las producciones comerciales de la industria cinematográfica local y de auge en la calidad artística de las propuestas autorales definidas dentro del mismo torrente de producción. El triunfo histórico de Parásitos (Gisaengchung, Bong Joon-ho, 2019) en el Festival de Cannes y los premios Oscar de la Academia de Cine de Hollywood se puede ver como la culminación de un proceso que arrancó en el cambio de milenio.

Song Kang-ho ha estado ahí desde el principio. El actor ha trabajado en numerosas ocasiones con prácticamente todos los cineastas importantes que han dejado su firma en esta época de bonanza, solo comparable con la conocida como edad de oro de los años sesenta. Bong Joon-ho, Park Chan-wook, Kim Jee-woon, Lee Chang-dong… todos han contado con Song Kang-ho en varios de sus títulos más conocidos. La evolución de sus respectivas filmografías ha ido de la mano con la del actor, lo que ha contribuido significativamente a solidificar esa imagen representativa del cine coreano en el exterior. Una ampliación progresiva de influencia y relevancia cultural fuera del país que se inició con la reactivación de la industria cinematográfica local tras el boom económico de Corea del Sur a finales de los años noventa con su transición a la democracia parlamentaria.

A continuación propongo explorar cómo Song Kang-ho ha ido afianzando su propia puesta en escena actoral a través de las diferentes colaboraciones con estos cineastas, al tiempo que cada uno de ellos ha desarrollado una peculiar relación artística con el actor como herramienta narrativa dentro de sus películas. Del mismo modo que cada uno de los autores se encuentra más inclinado hacia determinado tipo de historias y géneros, ninguno plantea de la misma manera el trabajo de dirección actoral con Song.

Aunque Song Kang-ho ha obtenido abundante éxito comercial protagonizando otras películas no dirigidas por estos cineastas, a efectos del análisis considero más interesante ver cómo se amolda el trabajo personal del actor con la sensibilidad propia de los directores que han contribuido al impulso primordial de su carrera. Títulos de gran popularidad como A Taxi Driver (Taeksi Unjeonsa, Jang Hoon, 2017) o The Drug King (Mayakwang, Woo Min-ho, 2018) ya han exhibido a Song como reclamo principal y aval de su financiación, construyendo a partir de esa imagen de marca.

El Song Kang-ho de los inicios

Tras unos cuantos años trabajando como actor de teatro —en concreto como miembro de la compañía de Kee Kuk-seo, conocida por su afinidad hacia la improvisación y una expresividad muy enfática—, Song Kang-ho debutó en la gran pantalla en la ópera prima de Hong Sang-soo, The Day a Pig Fell into the Well (Daijiga umule pajinnal, 1996). Si bien Hong no tardaría en convertirse en un referente insoslayable para la cinefilia mundial, el discurrir de su filmografía y la de Song tomaron caminos divergentes que hacen poco probable que sus intereses vuelvan a cruzarse. Es difícil imaginar al Song actual en el registro hipernaturalista preferido por el director, incluso aunque fuera interpretando un rol semibiográfico como estrella de cine.

El espacio de Song Kang-ho como rostro reconocible de la industria coreana se fraguó en paralelo al de otra gran estrella de su generación, Han Suk-kyu. Los dos coincidieron al inicio de sus carreras en un par de películas que marcarían tanto la especialización dramática de los actores como las dos vías principales del cine que su país no tardaría en exportar. En 1997, Song y Han participaron en la primera película de Lee Chang-dong, Green Fish (Chorok mulkogi, 1997), y en la comedia policiaca No. 3 (Neom-beo 3, Song Neung-han, 1997); en ambos casos, el segundo era el protagonista y el primero tenía un papel secundario como gánster brusco y voceras.

La misma fórmula se repitió en Shiri (Swiri, Kang Je-kyu, 1999), la superproducción concebida como el primer blockbuster coreano del nuevo milenio. En este thriller, completamente imbuido por la estética del cine de acción hongkonés de John Woo y de las películas noventeros de este género en Hollywood, compartieron plano por última vez como un dúo de agentes secretos que debe encontrar un peligroso explosivo líquido en manos de terroristas. Siguiendo la hipercodificada fórmula de una buddy movie, Han conservó el rol protagónico mientras Song adoptaba el de su compañero afable y despreocupado.

Hasta aquí, la dinámica entre Han Suk-kyu y Song Kang-ho no se desvió de la inercia habitual en los procesos de cásting y cierta visión de particularidades geográficas. Han Suk-kyu, con su pulcra figura espigada, rostro simétrico y acento de Seúl parecía perfectamente diseñado para el papel de héroe romántico, con su pizca de tormento interior pero una integridad moral de menos matices que su mentón barbilampiño. De hecho, es el tipo de rol que ha persistido desempeñando el actor en películas románticas como Christmas in August (Palwolui Keuriseumaseu, Hur Jin-ho, 1998), dramas históricos como The Royal Tailor (Sanguiwon, Lee Won-suk, 2014) o innumerables thrillers de acción y espionaje como The Berlin File (Bereullin, Ryoo Seung-Wan, 2013).

En cambio, Song Kang-ho se amoldaba con facilidad al arquetipo del compañero del héroe, el sidekick que aporta distensión simpática. El actor ya había demostrado su facilidad para el humor físico en la comedia negra The Quiet Family (Joyonghan Gajok, 1998), la opera prima de Kim Jee-woon. En ella formó dúo tragicómico con otro futuro icono del cine coreano, Choi Min-sik, quien también estaba dando los primeros pasos en su carrera y fue otro de los protagonistas de No. 3.

Song Kang-ho con Kim Jee-woon: el bufón

 Tanto en la coral The Quiet Family como en la inmediatamente posterior The Foul King (Banchikwang, 2000), primer protagonista de Song Kang-ho, se afianzará la relación artística entre el actor y el director Kim Jee-woon. Kim, también procedente del mundo de las artes escénicas, escribió el guion de esta farsa tragicómica sobre un empleado de banca metido a improbable luchador profesional de lucha libre con la intención de sacar partido a todo el rango dramático de Song. Antes de evolucionar hacia la refinación formal y esteticista que iría moldeando su cine, el director consagra su largo a la figura de su actor principal dotando al protagonista de toda su patética gloria.

Las apariciones de Song Kang-ho en The Quiet Family ya tendían hacia la comedia física; The Foul King perfecciona ese registro desde el propio desarrollo argumental a medida que su personaje es objeto de las humillaciones de su jefe y decide buscar una vía de escape y segunda vida en el mundo de la lucha libre. Bajo la identidad de Foul King, y con una máscara de luchador mexicano, se apunta a entrenamientos y combates donde, como es habitual en la disciplina, los golpes y el dolor físico se coreografían y exageran en términos de pantomima gestual.

Un terreno de juego ideal para que Song Kang-ho diera rienda suelta a una expresividad física expansiva, engrandecida y en la línea con sus raíces teatrales. De hecho, el actor realizó él mismo la mayoría de las acrobacias, agarres y golpes sobre la lona, sin emplear dobles de cuerpo. Una teatralización máxima de la lucha cuerpo a cuerpo que sirve tanto al humor de la película como a su reflexión, más amarga, sobre los roles sociales, la jerarquía laboral y las ideas de éxito o fracaso. En cualquier caso, una demostración del cuerpo del actor como lienzo argumental y diana de porrazos que Kim Jee-woon trasladaría también al personaje de Song en su western mongol El bueno, el malo y el raro (Joheunnom nabbeunnom insanghannom, 2008).

Rodado ocho años después de The Foul King, este homenaje pirotécnico al spaghetti western ocupaba a director y actor en etapas ya bien consolidadas de sus respectivas carreras profesionales, que en ambos casos suponía una vuelta a la comedia (o, siendo más precisos, a un tono distendido de cine espectáculo) después de algunas de las películas más oscuras de sus filmografías. Quizás por esa amistad entre ambos y la oportunidad de volver a trabajar juntos, el personaje de Song en El bueno, el malo y el raro, a quien correspondería el último papel de la enumeración como el ladrón Yoon Tae-goo, no se deja ningún manierismo caricaturesco fuera de su interpretación de este criminal dicharachero y bonachón. Un carrusel de muecas y berridos que haría pasar al de Eli Wallach en El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo. Sergio Leone, 1966) por un semblante estoico.

Los caminos de Song y Kim no se volverán a cruzar hasta ocho años después con ocasión de El imperio de las sombras (Mil-jeong, 2016), donde la dinámica habitual del actor y director adquiere un rictus más serio. Lo hace en consonancia con el semblante de este thriller histórico de espionaje con el que Kim orquestó su regreso a la industria coreana tras la experiencia hollywoodiense de El último desafío (The Last Stand, 2013). En esta vuelta a casa, el cineasta dejó de lado su habitual disparidad de tonos y apostó por la sobriedad; no exenta de espectacularidad en la planificación de las escenas de acción, sino sobre todo en el campo argumental, la ambientación histórica y el diseño de los personajes.

También se puede ver cómo Song Kang-ho constriñe cualquier manierismo y da un enfoque completamente sobrio al general coreano que interpreta integrado en el ejército colonial japonés. El imperio de las sombras es el relato de su intento de redención tras haberse dotado de una posición acomodada mediante la traición y la delación de sus compatriotas. Estamos ante un relato de tono serio y fuerte sentimiento patriótico, donde el actor consigue trasladar las dudas, la confusión y los temores del personaje con economía expresiva y gran contención. Una actuación hacia dentro que, consecuentemente, rompe con sus anteriores colaboraciones con Kim Jee-woon y recuerda más al tipo de trabajos que ha hecho bajo dirección de Park Chan-wook. 

Song Kang-ho con Park Chan-wook: el otro

Sin duda, Park Chan-wook fue el principal estandarte en pantalla de esa corriente de cine coreano de género que empezó a inundar festivales y marquesinas occidentales a principios de siglo. Joint Security Area (Gongdong gyeongbi guyeok JSA. 2000), su tercer largometraje, es un título icónico tanto por abrir una veta que acabaría estallando con Oldboy (Oldeuboi, 2003) como por lanzar a su trío de protagonistas —Lee Byung-hun y Lee Yeong-ae además de Song Kang-ho— y por su simbólico argumento: un alegato antimilitarista contra el conflicto enquistado en el paralelo 38 y una llamada al entendimiento entre las dos Coreas.

Joint Security Area es una historia de amistad disfrazada de thriller bélico que se desarrolla en varios tiempos dentro de la Zona Desmilitarizada de Corea. Un tiroteo y la muerte de un par de militares norcoreanos llevan al descubrimiento de la relación clandestina que había surgido paulatinamente entre cuatro soldados de los dos bandos enfrentados, quienes aprovechaban sus horas de guardia para verse en secreto. Song Kang-ho aporta al papel del sargento norcoreano la fachada de bonhomía raspada con cierta tosquedad que empezaba a convertirse en uno de sus rasgos distintivos como intérprete. En este papel tan significativo, expande con su afabilidad los rasgos humanistas que se dan a este militar norcoreano aficionado a las canciones folk de Kim Kwang-seok y los bollitos del lado sur de la frontera.

Es importante percibir el desplazamiento que se opera gracias a la labor de Song en este personaje de Joint Security Area. Un sargento norcoreano tradicionalmente tendría el rol de antagonista, por lo que su construcción cercana y reconocible como un igual con quien identificarse para los espectadores surcoreanos es tan importante para el éxito dramático de la película como los detalles con los que se le da una personalidad particular; por ejemplo, su manera característica de silbar al expulsar el humo de un cigarrillo.

Inmediatamente después de Joint Security Area, Song Kang-ho volvió a trabajar con Park Chan-wook en Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun naui geot, 2002). En este caso se enfrenta al mudo protagonista como el importante hombre de negocios cuya hija secuestran y accidentalmente ahogan. Después de eso, su propia búsqueda de venganza se engarza con la del personaje principal en una perversa cadena de fatalidades marca de la casa. Lo que interesa señalar es de nuevo el desplazamiento que practican tanto Park como Song sobre la posición habitual de su personaje: el empresario sin escrúpulos a quien el protagonista chantajearía para salir de la difícil situación económica en la que se encuentra acaba convirtiéndose en un hombre desgraciado que acaba pagando la espiral de odio y venganza en la que se ve metido con la última gota de su humanidad primero, y su propia vida después.

En Sympathy for Mr. Vengeance ya se percibe una compenetración absoluta entre la puesta en escena de Park Chan-wook, de encuadres explícitamente milimétricos y con puntos de vista enfáticos, y la de Song Kang-ho modulando los gestos de su personaje. El director ha declarado que Song es un actor a quien es habitual ver en la cabina de edición durante el proceso de montaje de las películas, así que hay un entendimiento muy preciso entre ambos sobre lo que buscan transmitir con cada toma concreta. Así se llega a construir escenas completas a partir de las diferencias en la mirada del actor hacia lo que ocurre fuera de campo, como lo distinta que resulta la desconsolada primera autopsia de la segunda, ante la que el personaje incluso bosteza.

Después su breve aparición en Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan geumjassi, 2005), Thirst (Bakjwi, 2009) es la última colaboración hasta el momento entre Song Kang-ho y Park Chan-wook, así como el título que más lejos lleva el trabajo de ambos para dotar con empatía a arquetipos dramáticos tradicionalmente negativos. Thirst es una revisión sobrenatural de la Thérèse Raquin de Émile Zola donde los amantes adúlteros que cometen un asesinato son además una pareja de vampiros. En ella, Song Kang-ho interpreta a un sacerdote cristiano que se transforma en vampiro tras someterse a unas pruebas médicas; por si la crisis de fe que le supone su recién adquirida inmortalidad no fuera poco, el apetito vampírico va acompañado de un desaforado deseo sexual que pone en marcha toda la subtrama criminal.

Song Kang-ho con Bong Joon-ho: el pueblo

Esa capacidad para encarnar la imagen del hombre común será la que más explote en Song Kang-ho el tercer director cuya filmografía ha crecido de la mano con el actor. Bong Joon-ho ha trabajado con Song en sus cuatro películas más aclamadas: Memories of Murder (Salinui chueok, 2003), The Host (Gwoemul, 2006), Snowpiercer (2013) y Parásitos. Solo a la tercera, una coproducción internacional filmada mayoritariamente en inglés, se le podría discutir un puesto insoslayable entre los títulos esenciales de las dos últimas décadas de cine coreano. En todas ellas, y por acumulación con lo dicho anteriormente, reforzará la mímesis entre su imagen y la autopercepción del pueblo coreano en sus estratos más humildes.

Pero antes de pasar a las películas de Song con Bong Joon-ho es interesante hacer un pequeño rodeo para mencionar dos ejemplos fundamentales en la construcción de esa imagen. Uno es The President’s Barber (Hyojadong ibalsa, Lim Chan-sang, 2004), drama bienintencionado que ejerce en la cultura popular coreana un papel similar al de Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) en la estadounidense al poner a un ciudadano anónimo como testigo inesperadamente privilegiado de momentos significativos de la historia reciente de Corea. En este caso, el humilde barbero reclutado para hacerse cargo del afeitado del dictador Park Chung-hee. La vinculación con Forrest Gump se acentúa al pensar cómo aquella afianzó el lugar de Tom Hanks en el imaginario popular como el estadounidense medio, del mismo modo que ocurre con Song Kang-ho; otro intérprete de orígenes cómicos que en poco tiempo se consolidó como uno de los mejores actores dramáticos de su generación.

La otra parada es Secret Sunshine (Milyang, 2007), una de las obras maestras de Lee Chang-dong. Lee, sin duda el cineasta cuya labor más palpable resulta en la guía, dirección de actores y el descubrimiento de los intérpretes más premiados y aclamados de la escena coreana, volvió a trabajar con Song Kang-ho diez años después de aquel casi debut de Green Fish ofreciéndole un papel diametralmente opuesto. En vez del gánster estridente de aquella, en Secret Sunshine interpreta a un tímido y amigable mecánico de Miryang, la ciudad del sur de la península coreana a la que se muda la protagonista Shin-ae (Jeon Do-yeon) para rehacer su vida tras la muerte de su pareja y padre de su hijo.

Shin-ae no tiene una buena experiencia adaptándose a su nuevo hogar. Al llegar desde Seúl es recibida con no pocos prejuicios por sus nuevos vecinos, pero el mecánico Jong-chan (Song) siempre se muestra amable y protector, planteando un interés romántico que ella intenta esquivar hasta que las circunstancias llevan al rechazo explícito. Sin embargo, él se mantiene a su lado —o, más bien, en un segundo plano, al fondo de los encuadres, haciendo su presencia evidente pero no invasiva— en los peores momentos, cuando su hijo es secuestrado y asesinado, o cuando tanta tragedia la lleva a rebotar entre una comunidad religiosa y un sanatorio mental.

La interpretación de Song Kang-ho acumula matices bajo la superficie al desarrollar el registro ultranaturalista tan querido por Lee Chang-dong. Una inclinación de hombros, el canturreo susurrante al colocar un cuadro en la pared o el gesto típico de agacharse a fumar en cuclillas como postura de descanso e introspección. Todo eso está ahí, pero también es una cuestión de la forma de hablar. El actor, nacido en Gimhae, tiene de manera natural una forma de expresarse que se considera fuerte y áspera, característica del satoori (dialecto) de la región de Gyeongsang, donde también se encuentran Miryang y Busán.

Esa peculiar forma de expresarse, por la rudeza de su sonoridad, es bien identificable por la población coreana. Contrasta de inmediato con el satoori de Seúl, de una entonación mucho más suave y sin acentos especialmente marcados en las sílabas de las palabras. La modulación del dialecto de Gyeongsang es una de las herramientas más potentes con las que cuenta Song Kang-ho para la construcción de sus papeles, y ha sido Bong Joon-ho, que nacido en la ciudad de Daegu es otro oriundo de Gyeongsang, quien más partido le ha permitido sacarle en sus colaboraciones.

La primera de ellas, Memories of Murder, se basó en el caso real del asesino en serie que operó a finales de los años ochenta en el pueblo de Hwaseong, al sur de Seúl. Song interpreta al detective de policía local que empieza a investigar los crímenes, con agresividad malencarada y métodos de tortura que acostumbra a emplear con los sospechosos locales. La acumulación de cadáveres propicia la llegada del detective encarnado por Kim Sang-kyung, procedente de la gran ciudad, que pretende aplicar sus métodos más sofisticados de investigación, pero acaba topándose con el mismo callejón sin salida ante la manifestación del mal que ni la mayor brutalidad policial puede sofocar.

Bong diseña un thriller policiaco excelso, pero también es consciente de las dinámicas de poder y desigualdad que pone en juego con su choque de detectives. Como en el resto de su filmografía, culminando en la fábula social de Parásitos, la diferencia de clase reclama un lugar central más allá de los códigos del género cinematográfico. En The Host, una película familiar de terror con monstruo, es el hermano humilde interpretado por Song Kang-ho, hortera de pelo teñido y con cierta simpleza mental, el que acaba liderando la lucha conjunta contra la criatura surgida del río Han. No hay exageración por parte de Song al encarnar personajes que podrían desviarse con facilidad hacia la sobreactuación, precisamente gracias a su facilidad para que modulaciones en la forma de hablar ya los hagan verosímiles y auténticos.

Lo curioso es cómo esa identificación no se limita a los hablantes de coreano. Por un lado, gracias a la habilidad del actor para acompañar con su movimientos de cuerpo y gestos esa misma campechanía y, por otro, por la inteligencia de Bong al diseñar sus papeles. No es necesario identificar la chulería árida que desprende el acento marcadísimo del personaje de Song Kang-ho en Snowpiercer –llamado Namgoong Minsoo por ser un nombre difícil de entender y pronunciar para los occidentales, según declaraciones del propio actor– para sentir su fuerza en cualquiera de las interacciones que tiene con el resto del reparto internacional de la película, primera coproducción en inglés de Bong.

En todas estas ocasiones, sin mediar demasiada interferencia del personaje que interpreta puntualmente, Song Kang-ho funciona como estandarte del pueblo llano coreano de un modo que es muy reconocido y celebrado por sus compatriotas. El padre de la familia humilde de Parásitos es un ejemplo radical de ese proceso de representación a través de la modulación del habla. También en el resto de miembros de los Kim: todos ellos cambian su forma de hablar por un satoori más suave cuando interactúan con los pudientes Park, porque forma parte del papel que deciden representar para conseguir sus trabajos. No es solo la discriminación clasista por olor lo que agrieta el simulacro que han presentado a los adinerados, sino también el habla lo que está a punto de dar al traste con el engaño.

Simpático y estridente luchador heroico esforzado con Kim Jee-won, la demostración de que siempre hay algo reconocible de nosotros en cualquier percepción del Otro con Park Chan-wook y espontáneo representante de sencillez, resiliencia y sabiduría del pueblo llano con Bong Joon-ho. No es nada extraño que Song Kang-ho se haya convertido en el actor coreano más conocido internacionalmente de todos los tiempos, pues encarna cada una de las cualidades con las que una mayoría de sus compatriotas no solo se sienten identificados y les gusta percibirse, sino que favorecen como imagen que vender al mundo. Es la unión del ideal popular y la propaganda nacional en un solo cuerpo, una representación integrada: un actor.

 

© Daniel de Partearroyo, septiembre de 2020