Sitges 2016 (‘Somnia’, ‘Anguish’, ‘Shelley’, ‘The Void’)

Maternidades

 

À l’interieur marcó mucho al público que, allá por 2007, asistía atónito a sus visionados en el Festival de Sitges. Desde entonces, cualquier aproximación fílmica a un sentimiento tan de víscera como la maternidad parecía destinada a no llegar a la suela de los zapatos de aquella cinta francesa. No sabríamos decir si era necesario un remake del film de Julien Maury y Alexandre Bustillo, pero la inauguración de este año corría a cargo de Inside (Miguel Ángel Vivas, 2016), la versión española de À l’interieur. Esta apuesta, y decimos esto sin haber visto la película, la interpretamos de tres formas: la primera, como una muestra más de confianza por parte del festival hacia el cine patrio; la segunda, como manera de recoger la siembra de decisiones del pasado: demostrar el éxito de apuestas que en su día fueron extremas e incluso criticadas por su incomodidad; y, finalmente, como una manera de anunciar (quizás inconscientemente) una temática reiterada a lo largo de la historia del cine de género y que en la edición actual se encuentra en muchos de los títulos programados: la maternidad.

Somnia. Dentro de tus sueños, de Mike Flanagan

Somnia. Dentro de tus sueños, de Mike Flanagan

La irracionalidad que conlleva la maternidad y lo profundo del vínculo que une a madre e hijo han llenado muchas horas en las salas Auditori, Retiro y Prado. Mike Flanagan, por ejemplo, ya apuntaba al tema en Oculus (2013), donde una pareja de hermanos trataban de entender la muerte de sus padres y vengarla de alguna manera. Para la ocasión, el director estadounidense presenta en Sitges Somnia. Dentro de tus sueños (2016), una película en la que el fuerte deseo de maternidad del personaje de Kate Bosworth la lleva, junto a su marido, a adoptar un niño tras la muerte de su retoño. Flanagan, que se mueve perfectamente en el terror, controla la información en su historia para lograr el misterio y la tensión: sombras que se mueven por la noche, un niño que no quiere dormir porque cuando sueña pasan cosas horribles, una madre profundamente dolida que cae en el pozo del egoísmo en detrimento de los de su alrededor… Sí, los elementos fantásticos de Somnia. Dentro de tus sueños alimentan la angustia e inscriben la película en el terror psicológico, pero es la gran importancia del concepto de maternidad lo que la convierte en terrorífica. La lucha de una madre que no acaba de aceptar la pérdida de su hijo.

Imaginen que, mientras van conduciendo, discuten con su hija adolescente sobre alguna banalidad del día a día. Ella empieza a mostrar síntomas de alejamiento familiar (hasta solicita que no se la llame como siempre, pues le resulta un nombre infantil) y la congoja se hace un hueco en su pecho de madre o padre. ¿La estoy empezando a perder? ¿La adolescencia la apartará de mí? En Anguish (Sonny Mallhi, 2016), esa escena finaliza con una separación real, la que causa un accidente en el coche. Es el arranque del film, no desvelo spoilers. A continuación, conoceremos a otra madre y a otra hija. Nos adentraremos en su universo de manera muy paulatina, con una cámara compañera que, con mucha calma, contempla más que interroga, que observa la acción más que participa en ella. La hija está afectada por un trastorno de personalidad, se muestra ajena al mundo y, poco a poco, cada vez más alejada de su madre. ¿Es la adolescencia? ¿O es algo más?

Anguish, de Sonny Mallhi

Anguish, de Sonny Mallhi

El baile de máscaras que es Anguish (una película de posesiones y exorcismos que se rebela ante el corsé visual de su género) tiene como causa el profundo vínculo que une a esas dos adolescentes con sus respectivas madres; o, mejor dicho, el profundo deseo de cada una de esas progenitoras por ver, mantener y conservar a sus hijas. El coraje de una madre por recuperar a su hija, y el aún más grande coraje de una madre para aceptar que no puede recuperar a la suya, son los pivotes emocionales alrededor de los cuales gira esta misteriosa película que sugiere más que muestra. Quizás desequilibrado por la precipitación narrativa de sus últimos minutos, Anguish es un film que se respira y se vive, no que se consume. Paciencia, pues, para entrar en ese mundo de ingenuidad y valentía, de cobardía e inteligencia, que supone el nacimiento de un adulto y la muerte de un niño. La adolescencia y la dureza de esta desde el punto de vista maternal, nutren una película muy femenina que llama a la unión maternofilial como único vínculo real de las personas.

Mary Wollstonecraft, una figura capital en la historia de la filosofía y de la literatura inglesas (también importante para el pensamiento feminista), murió dando vida a su hija, quien llevaría su nombre y quien lo completaría con el apellido del poeta Percy B. Shelley. En efecto, la que fue madre de Frankenstein (1818) volcó en esta y varias de sus obras el malestar de haber causado la muerte de su madre, y se convirtió en una de las autoras más relevantes de la literatura fantástica de todos los tiempos. En Shelley (Ali Abbasi, 2016) nada de esto se recoge, pero las comparativas son necesarias cuando la bebita que da nombre a la película comparte con Mary Shelley su apelativo. Una bebé que, como en La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968), parece haber nacido con intenciones oscuras a pesar de su juventud.

Shelley, de Ali Abbasi

Shelley, de Ali Abbasi

Todo en Shelley provocará enarcamientos de cejas. Su tempo pausado, su ambientación rural, la tensión ambiental, la enigmática banda sonora a base de sonidos extradiegéticos… Y en la historia nada parecerá propio del fantástico (una chica se ofrece a hacer de madre de alquiler a una pareja que no puede tener descendencia). Sin embargo, lo que debía ser un embarazo habitual, en unas circunstancias habituales, se convierte en un proceso de descomposición corporal que, metafóricamente, podría equipararse a la pérdida de identidad individual que sufren las madres al nacer sus hijos. En Shelley, como en Rebeca (1940), todo gira alrededor de un personaje que no está o al que como mínimo no vemos. A diferencia de en el film de Alfred Hitchcock, en Shelley no ha muerto sino que no ha nacido, pero su presencia absorbe al resto de personajes, les consume hasta que no los necesita y los hace casi objetos para el resto de interacciones.

Shelley, en un ámbito de sobreinterpretación bastante generoso, podría leerse como la desfiguración del Yo en un contexto de maternidad. Si Jacques Lacan reflexionaba sobre la adquisición de la consciencia del Yo en los niños con el estadio del espejo, Shelley sería la contraposición en el caso de las madres, que entregadas a su nuevo rol de proveedoras, se diluyen en sus otras facetas. Ahí, en ese horror psicológico y en la mirada de quienes presencian esa situación, reside la auténtica semilla del mal de la película.

Nacer y morir habiendo dejado constancia de nuestro paso es quizás uno de los deseos más naturales del ser humano en cuestiones existenciales. La descendencia cubre buena parte de ese deseo, quizás de ahí que la necesidad de preservación de los vástagos conduzca a los personajes de este apartado a situaciones tan radicales. Aun así, posiblemente la más radical y curiosa es la que encontramos en The Void (Steven Kostanski y Jeremy Gillespie, 2016), una película de monstruos que bebe del espíritu carpenteniano sin escrúpulos ni sonrojos. En un pequeño pueblo, un policía encuentra a un herido y, tras llevarlo al hospital, aparece un grupo de encapuchados (KKK’s style) a su alrededor, que provoca con ello el encierro del grupo de protagonistas (¿a alguien le empieza a recordar a John Carpenter?). Sin embargo, como sabrán los aficionados al videojuego Silent Hill, confinarse en un hospital nunca es una buena solución, y a medida que se desenmascaran unos y otros entraremos en un desquiciada trama de terror y ciencia ficción, con su mad doctor frankensteniano de turno, que hará que la simpatía y la tensión despertadas por la película acaben ante la falta de concentración de la historia.

The Void, de Steven Kostanski y Jeremy Gillespie

The Void, de Steven Kostanski y Jeremy Gillespie

Se percibe en The Void mucho amor por el género, mucho mimo y una inocencia dulce que despierta el interés, pero querer abarcar demasiado y n acabar de definir cuál es el mensaje simple de su película, acaba por hacerla desbarrar en demasía. Quizás no haber tenido la distancia suficiente en ámbitos como la guionización o la edición del montaje ha jugado una mala pasada a los responsables de esta cinta artesanal a la que auguramos un futuro en las estanterías de los más freaks.

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2016

 

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