Sitges 2016 (‘The Mermaid’, ‘The Lure’, ‘The Love Witch’, ‘Mon Ange’)

Neomitos: readaptaciones de personajes clásicos

 

En los últimos años, los zombis han poblado las pantallas (pequeñas y grandes), los cómics, las estanterías de librerías y todo lo que implique una muestra de arte (habitualmente popular). Las alternativas que hemos visto del clásico muerto viviente que se alimenta a base de cerebros han sido muchas y variadas, pero otros monstruos también han vivido readaptaciones o reinterpretaciones recientes. Algunos dirán que los vampiros de la saga Crepúsculo no son tales criaturas e incluso que poco del hombre lobo había en una propuesta tan personal como Cuando despierta la bestia (Jonas Alexander Arnby), que vimos en Sitges 2014 bajo el título internacional When Animals Dream. No vamos a sentar cátedra desde este, nuestro rincón. Los zombis pueden correr, no nos importa si hay que llamarlos infectados o no. Los vampiros pueden brillar, no nos importa si detrás de su producción hay una saga multimillonaria que hace surgir la urticaria a los puristas. Los vampiros pueden vivir entre nosotros y, por lo tanto, las sirenas pueden ir en monopatín.

The Mermaid, de Stephen Chow

The Mermaid, de Stephen Chow

Un alegato ecologista es lo que es la última película de Stephen Chow (The Mermaid, 2016), en la que la imaginación no conoce límites y el humor casi surrealista campa a sus anchas. Un grupo de sirenas y acólitos pretenden frenar el último proyecto de un magnate a través de enamorarle. Nada del otro mundo si no fuese por la maravillosa bizarrada que supone asistir a ese pequeño universo en el que viven estos seres mitad pez, mitad humano.

De sirenas siguió el festival. En Karaoke Crazies (Kim Sang-chan, 2016), en la que no nos detendremos, tres muchachos reflexionan sobre cómo sería el sexo con uno de esos seres. Y justo antes de su visionado, habíamos podido ver algo de eso en The Lure, una película en la que números musicales, trama de thriller y crítica a la superficialidad física, se entremezclan para ofrecer un resultado digno de Sitges. Posiblemente, lo más impactante del film de Agnieszka Smoczynska, más allá de su pastiche formal con estética kitsch y música de los ochenta, es esa escena en la que una humana es sometida a una operación de estética que la convertirá en sirena, y una sirena espera junto a su lado a obtener su primer par de piernas. La necesidad de encajar en un hábitat nuevo recuerda a la situación de un recién llegado a un lugar extraño, pero también a la necesidad de (sobre todo) la juventud a parecerse a sus semblantes para no destacar. De alguna forma no obvia, The Lure es un grito ante la mediocridad, tanto por su propuesta formal (que no deja indiferente) y su vertiente musical como por esa trama en la que una sirena se pierde en el Otro hasta convertirse en… Dejémoslo ahí.

The Lure, de Agnieszka Smoczynska

The Lure, de Agnieszka Smoczynska

Y si hablamos de kitsch, de estética llamativa y readaptaciones de mitos, no podemos pasar por alto la aparición en Sección Oficial de una directora tan personal como Anna Biller. La americana ha tardado casi diez años en llevar a cabo The Love Witch (2016) tras Viva (2007), y repite la fórmula del trabajo artesanal en lo que se refiere a la dirección artística: no hay que obviar que en los títulos de crédito se nos informa de que la propia Biller se ha encargado de los decorados y los diseños de los ropajes de los personajes. Este punto, que podría parecer irrelevante, no lo es tanto cuando el espectador se adentra en el mundo que proyecta The Love Witch. Años setenta, colores abrasivos, figuras geométricas imposibles, ocultismo y brujería como leitmotiv…, incluso hasta una representación medieval es lo que Biller ha imaginado para su personal historia de brujas. En ella, una joven atractiva llega a San Francisco huyendo de la pérdida de su marido. Se trata de una bruja buena, de velas y mejunjes, pero pronto se desvela como una víctima de los cuentos de hadas y de un feminismo mal entendido. Ahí radica lo (más) interesante de The Love Witch, en cómo un personaje fuerte que asume como independencia femenina su forma de actuar, en realidad prosigue con las ideas impuestas desde el concepto patriarcal de mujer.

The Love Witch, de Anna Biller

The Love Witch, de Anna Biller

Biller, que para la ocasión se ha mantenido detrás de la cámara, es posiblemente la directora con más personalidad vista hasta ahora en la Sección Oficial, con un discurso claro trabajado a lo largo de años y con una propuesta (visual y en contenido) a la que es fiel en su carrera. Su mensaje siempre feminista es una característica que, por ahora, nunca ha dejado de aparecer en sus películas, las cuales explotan estilos anacrónicos con los que acercarse especialmente, a géneros que han sido poco generosos con la mujer. Ahí radica la ironía de su cine y, al mismo tiempo, la fuerza crítica de su mensaje.

Mon Ange (Harry Cleven, 2016) también tiene una personalidad marcada, de gusto onírico y susurro francés. Un niño invisible crece para ver que su única amiga, una muchacha ciega a la que no ha tenido que confesar su condición, se opera de la vista poniendo en peligro su relación. La fuerza del amor y la aceptación de las particularidades del otro son temas latentes en la película, si bien su forma (más allá de los interesantes planos subjetivos que toma para observar desde la mirada del invisible y de algunos efectos que conlleva esta condición) se centra en la observación casi babosa (y este adjetivo se lo robo al compañero Ramón Alfonso, con su permiso) del cuerpo femenino. Si el descubrimiento sexual puede ser una parte interesante de la historia de ambos muchachos, la exacerbación con la que el director Harry Cleven se aproxima al cuerpo de su actriz es, cuanto menos, ruborizante. La película es un cuento de hadas, una versión onírica y romántica del mito del hombre invisible, un drama romántico solo apto para idealistas y enamorados del amor.

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Mon Ange, de Harry Cleven

Y sí, hubo zombis también en esta edición, pero todos los que hemos visto en la Sección Oficial sirven a sus directores para reflexionar de temas mayores, como el clasismo y la crisis económica (Seoul Station y Train to Busan, ambas de Yeon Sang-ho y de 2016) o el existencialismo en la Humanidad como raza (en Melanie. The Girl With All the Gifts, Colm McCarthy, 2016). Precisamente por ello, retomaremos estos títulos en otra de nuestras entradas temáticas sobre esta edición del Festival de Cine de Sitges.

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2016

 

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