Sitges 2015 (y 5): «Tag» (Sono), «The Invitation» (Kusama) y «Nowhere Girl» (Oshii)

Sitges y… ¡boom!

 

El thriller se ha ido colando en Sitges cada vez más a medida que avanzan los años, hasta el punto de formar parte ya de su propuesta genérica y protagonizar la temática de este año a través de Se7en (1995), de David Fincher. Sin duda, una de las maneras de mantener el suspense en una película es llenarla de giros para sostener la atención del espectador y, por ende, su interés. Sin embargo, en esta edición de Sitges nos hemos encontrado con un buen número de títulos que, en vez de apostar por esa clásica manera de sorprender, han dado una vuelta de tuerca al asunto para apostar por el giro de 180 grados al final de la película. En ocasiones, de manera virulenta y deshonesta; en otras, en un in crescendo que requería ese ¡boom! del que hablamos en el título de esta última crónica; y en alguna, con tanta ilógica que solo queda aplaudir la locura o levantarse de la butaca para expresar el desacuerdo.

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Tag, de Sion Sono

Sion Sono fue uno de los homenajeados en este 2015, y fueron tres las películas que nos presentó en esta edición. Love & Peace es la más inocente, quizás por su condición de film infantil navideño, pero no por ello deja de tener las huellas de identidad de Sono, desde la gran insuflación de imaginación que recibe el guion (con gran influencia del fallecido Terry Pratchett y su Mundodisco) hasta autocitas como el cover que se marca el protagonista de la canción dentífrica que hacía famosa a la niña de Why don’t you play in hell? (2013). Sin embargo, es en Tag donde nos vamos a detener para hablar del boom final que supone a la película su último tramo. Desde el inicio, Tag es una constante de locura, un film plástico en el que puede pasar cualquier cosa, lo cual debería dar alguna pista sobre el escenario en el que estamos (¿sueños?).

En un inicio que nos recuerda a la escena inaugural de El incidente (M. Night Shyamalan, 2008), una levantada de aire (¿o es un kaiju invisible?) acaba con dos autobuses de adolescentes partiéndolos en dos de cuajo. Una impactante secuencia que, aun así, no nos prepara para todo lo que va a ocurrir a continuación, pues Sion Sono nos hará recorrer con su personaje un conjunto de escenarios en los que una serie de individuos (incluida la protagonista) adaptan diferentes roles según el lugar. ¿Estamos en Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984) y todo es un sueño? Así nos lo parecen decir las almohadas que funcionan como leitmotiv o esa extraña sensación onírica que no nos abandona. Onírica pesadillesca, porque lo que está claro es que Sono ha situado a su protagonista en un curioso mundo caótico que cambia constantemente, como las habitaciones de Cube (1997) proponían nuevos y atroces puzles a los protagonistas de la película de Natali. Como hacía El rey de la montaña (Gonzalo López-Gallego, 2007), Tag toma la realidad de los videojuegos para nutrirse, si bien de manera muy distinta a la del director español; mientras aquella se limitaba a una moraleja reaccionaria para ofrecer un survival de cazador-cazado, Sono propone una película con aires feministas (como ya hizo en Guilty of romance en 2011) en la que cuestiona el uso del cuerpo femenino a la hora de explotarlo en los videojuegos. Obviamente, las frases anteriores requieren de ciertas comillas, ya que el director japonés reproduce aquí algunos de los males endémicos que su film podría denunciar, por lo que más que una queja, Tag es una reflexión amoral sobre la mujer objeto…, al menos en sus últimos quince minutos. Hasta llegar ahí, Sono se ha divertido y regocijado en hacerle las mil y una travesuras a su protagonista, sus amigas… y nosotros.

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The Invitation, de Karyn Kusama

En la ganadora a la mejor película de la sección oficial, The Invitation (Karyn Kusama), la explosión también tarda lo suyo en llegar. Armada alrededor de un grupo de amigos que se reúnen tras dos años sin verse, los cambios que unos y otros han llevado a cabo en sus vidas y las puestas en común (así como la aparición de nuevos personajes en el seno) hacen nacer y crecer las desconfianzas a lo largo de una noche que acabará como el rosario de la Aurora. The Invitation toma el punto de vista, como Tag, de un personaje al que vemos adentrarse en la locura psicótica a través de la paranoia. La absoluta normalidad con la que el resto de amigos recibe la situación en la que se encuentran hace que Will entre en un bucle de frustración hasta que, en el último tramo de la película, esa aparente mala interpretación se convierta en un festín à la Purge, una noche para resetear el mundo como en las partidas de videojuegos. The Invitation juega su baza a nivel psicológico, sirviéndose de la tensión personal de los personajes, pero acaba siendo un survival con asesino coral, un festín para Sitges que llega tras una hora y algo de sospechas, frunces de ceño y no saber por qué lado decantarse: si por el de la paranoia o por el de la sensatez.

Igual de alargado está el éxtasis de Nowhere Girl, la nueva película de Mamoru Oshii. En una clase impoluta, brillante, totalmente blanquecina, Ai, nuestra protagonista, dibuja junto a sus compañeras un busto en su lienzo. Parece aislada, lo está. El bullying vuelve a arremeter en Sitges, aunque en esta ocasión parece que incluso el profesor lo lleva a cabo. Siempre con una fotografía cegadora, a contraluz, incómoda, Nowhere Girl seguirá los pasos de Ai para mostrarla en su lucha por huir hacia otro lugar, para recuperar quien fue antes del accidente (¿qué accidente?). Una enfermedad ha marcado su devenir y Oshii la acompaña en su lento despertar, tanto lento como hastioso, repetitivo, como esa melodía que parece ¿parece? puesta en repeat y que los alumnos de la clase de música ensayan una y otra vez. Los recuerdos, las revelaciones, se irán poco a poco sirviendo hasta llegar a un final apoteósico en el que Ai muestra sus verdaderas habilidades y salir del trauma que la hizo cambiar de actitud. A pesar del engaño que puede suponer la resolución de Nowhere Girl, la película ofrece la honesta oportunidad de cazar la realidad a través de detalles de puesta en escena. Su fotografía, sin ir más lejos, pero también ciertos elementos de atrezo que, como mínimo, deberían hacer sospechar al espectador menos avispado. En cualquier caso, de nuevo los últimos diez minutos pueden sacar de las garras de Morfeo al menos paciente, un auténtico suma y sigue de despropósitos que, pese a las horas intempestivas en que vimos la película, nos dejaron a los presentes agarrados a las butacas.

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Nowhere Girl, de Mamoru Oshii

Sin duda, y a pesar de lo irreverentes de algunos de esos finales, películas como Tag, The Invitation o Nowhere Girl han logrado removernos en nuestros sitios, desconfiar y mantenernos alerta sobre las imágenes, atisbar que algo sucedía sin mostrar todas sus cartas y, de alguna forma, ilusionarnos con que, pese a estar ante una edición en la que las grandes películas no se han cruzado por nuestro camino, aún había luz al final del túnel. Aunque fuese al final, final, final. Y… ¡boom!

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2015

 

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