Sitges 2014 (3): The Double / The Pinkie / Stereo / Goodnight Mommy

Avanzado como está el festival, merece ser reconocido el esfuerzo puesto por la organización a la hora de paliar algunos de los errores que en la pasada edición hicieron inviable el trabajo de muchos medios. Existen, eso es cierto, algunos puntos que parecen imposibles de solventar: retrasos de hasta cuarenta y cinco minutos en las sesiones de fines de semana, múltiples parones en diferentes proyecciones, y unas limitaciones de entradas para prensa que nos llevan a concluir que los organizadores prefieren una sala medio vacía entre semana a llenarla con medios.

 

Dobles

Considerar la mejora de la organización cuando quedan patentes errores sin corregir tiene un toque bipolar que podemos aprovechar para esta segunda crónica sobre dualidades. Este es, sin duda, el tema de la presente edición, en la que hemos visto múltiples películas formadas por binomios fantásticos. Quizás el ejemplo más obvio es el de The Double de Richard Ayoade.

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En la primera escena nos encontramos en un vagón de metro semivacío con la casi única compañía de nuestro compañero protagonista, un dubitativo Jesse Eisenberg que, de no ser por su brillante papel en La red social de Fincher, parecería llamado a encarnar de por vida a protagonistas endebles y apocados. La irrupción de una segunda presencia física (de la que ninguna singularidad reconocible se nos permite visualizar) genera incómoda compañía en lo que pareciera ser el baile amoroso entre Simon (Eisenberg) y Hannah (Mia Wasikowska), a quien vemos a través de la ventanilla en el vagón contiguo (inalcanzable para nuestro protagonista, como objeto de deseo al que admirar sin tocar). Es entonces, con Simon desbancado y Hannah fuera de su alcance, cuando una luz parpadeante hace variar su físico entre lo fantasmal (luz azulada con las sombras como rasgo característico) y lo nostálgico (tonos ocre de más claridad pero que marcan igualmente los rasgos de manera voluptuosa), como si en un mismo plano fuésemos capaces de ver a Jekyll y Hyde. Es entonces cuando la arruga temporal hace que a Simon le salga un doble: James, compañero inseparable y ventajoso durante el resto de la película.

A pesar del intento de actualización de la novela corta de Dostoievski y su adaptación al cine, Ayoade acaba trivializando el componente existencialista de todo proceso de dualidad y hace de The Double un simple juego de hermanos adolescentes que se pelean por demostrar quién es el mejor. Los guiños a Hitchcock o a 1984 hacen flaco favor a su película al quedarle demasiado grandes, y nos llevan a considerar su estilo visual (la dirección de fotografía vuelve a correr a cargo de Erik Wilson, quien ya trabajó con él en Submarine) como una impostura autoral que no busca adaptarse al material que trata.

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En la bizarrada que es The Pinkie nos encontramos ante un futuro cercano en el que la clonación en base a cualquier parte del cuerpo es posible y legal, además de no requerir permiso de la persona de quien se va a llevar a cabo la copia. Así pues, Ryosuke amanece un día sin dedo meñique y, varios después, con un clon creado por su fan obsesiva, Momoko. A partir de ahí, el uso esclavo del clon, las discusiones por quién es su propietario y, sobre todo, un conjunto de peleas de artes marciales, tríos amorosos y humor escatológico rodean la ópera prima de Lisa Takeba. Otro doble nos encontramos en Stereo (Maximilian Erlenwein), aunque en este caso no es una copia de Eric, el protagonista, sino un personaje-sombra que no le deja nunca solo. Se trata de Henry, un misterioso ser al que solo ve él. Aquí la dualidad conecta con la de la película de Ayoade, pues Henry no deja de ser una proyección mental en este thriller alemán que se sustenta sobre las espaldas de sus dos actores.

Proyección es también el doble de Goodnight Mommy. Elias vive con su madre tras la separación de sus padres y también con su invisible hermano gemelo, muerto en un accidente del que nada se nos cuenta. La historia del filme de Severin Fiala y Veronika Franz es un juego de identidades en mano de un niño traumatizado. Además de actuar como si su hermano siguiera vivo (de hecho, permanece en plano durante todo el metraje como si fuese un personaje viviente), las dudas identitarias se contagian a su madre, quien acaba de pasar por una operación de belleza, con lo que Elias (y su hermano Lukas) está convencido de que su progenitora ha sido substituida por otra mujer. Ese cambio físico y la negativa de su ¿nueva? madre a aceptar seguir el juego de simular que Lukas está vivo acrecientan las dudas y llevan a los dos hermanos a mantenerla prisionera en casa.

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La elegancia y la frialdad de los planos de Goodnight Mommy colaboran para congelar la sangre con los giros de la trama. De esta manera, la película podría ser el reverso maléfico de The Babadook, por el trato de ese trauma familiar que afecta a niños y adultos. El filme austríaco, que denota mala leche desde su título hasta el final de su historia, no muestra concesión alguna hacia sus personajes, que se mueven desde el egoísmo, la maldad o el trauma. The Babadook, siendo precisamente una cara B de Goodnight Mommy por compartir temática, toma un acercamiento sensible y protector con sus personajes, los arropa y sufre con ellos, en vez de disfrutar con la invención de maldades que hacerles. Y es que el filme de Fiala y Franz no es un cuento, sino una auténtica pesadilla que recuerda levemente a Funny Games (Michael Haneke) sin llegar el cinismo de aquella.

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2014