Sitges 2014 (2): The Babadook / Horsehead / The World of Kanako

 

Envidio mucho a aquellos que no se arrepienten de nada de lo que han hecho en su vida. Implica tal perfección que solo puedo admirarles. No es mi caso; yo sí tengo arrepentimientos y también he deseado volver atrás en el tiempo para rehacer (repetir, ¡ja!) alguna acción que resultó vital… para mal.

De segundas oportunidades iba, pues, este regreso a Sitges. Volver a transitar el camino de la confianza con un festival que no se caracteriza precisamente por su buena organización ni por el excelso trato a la prensa. Una segunda oportunidad tras la decepción del año pasado, que pone de manifiesto la magia de ese número, el 2, el guía y gran vertebrador de, como mínimo, las dos próximas crónicas. El 2 como sinónimo de pareja, de doble, de las dos mitades que conforman un todo…

 

Dualidades

La relación entre madre e hijo, el vínculo maternofilial, va mucho más allá de lo que a veces podemos llegar a pensar. El estadio del espejo de la teoría de Lacan expone que todo niño es un satélite de su madre hasta que se reconoce en su reflejo como un ente individual. En La teta asustada (Claudia Llosa) ese vínculo entre madre e hija se aplicaba también a los traumas, pasados de una generación a otra sin apenas darse cuenta, y en este Sitges 2014 hemos encontrado varios ejemplos de esa unión tan preciosa como peligrosa, que marca a fuego.

The Babadook se ha convertido en una de las más importantes películas de esta edición. Como el libro al que hace referencia el título de la película, el debut de Jennifer Kent como directora es un cuento de terror psicológico que halla su alcance en el importantísimo papel que juega el ámbito emocional tanto en la relación de los personajes con su miedo, como en la forma tan sensible con la que su cineasta recoge su pavor.

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Cuando un simple cuento asusta a su hijo, Amelia no acaba de entender cuán lejos va a llevarles ese miedo. Es viuda desde que su marido murió llevándola al hospital para dar a luz, por lo que ha criado sola a Samuel, con quien tiene una relación muy protectora al ser el muchacho un imaginativo e hiperactivo crío sin demasiado don para hacer amigos. Se tienen el uno al otro, como Samuel le recalca en alguna ocasión: «yo te cuido, tú me cuidas”; y en lo que a sus miedos se refiere, actúan como vasos comunicantes que no logran vaciarse sino pasarse el uno al otro el sufrimiento.

No descubrimos nada si señalamos que el señor Babadook es fruto de ese trauma familiar de haber perdido a marido y padre. Es el pasado persiguiendo el presente, ejerciendo de lastre para avanzar, es el miedo a pasar página. Precisamente, la película halla lo hermoso en lo terrible y es capaz de los mayores extremos, como observamos al oír las frases más amorosas de protección (como la antes mencionada), frente a otras tan terribles como aquella en que Amelia manda a su hijo comerse su propia mierda para saciar su hambre. The Babadook es, esencialmente, una lucha entre el amor y el miedo; es un juego de dos mitades que se nutren la una a la otra, un hijo y una madre que no han logrado superar como familia la etapa del espejo de Lacan: son el satélite perdido de un planeta desaparecido.

Ese contagio de traumas en el cine de género suele venir dado por el simbolismo de las posesiones que pasan de generación en generación. Es un recurso habitual en, por ejemplo, los giallos, subgénero en el que varias generaciones femeninas de una familia se pasan largas maldiciones relacionadas con brujerías y aquelarres. En esto es, precisamente, en lo que Horsehead de Romain Basset entronca con el cine de Argento. Partiendo de la temática bajo la cual se arropa este año el festival (el mundo de los sueños), Horsehead se nutre de una serie de viajes oníricos que nos recuerdan a los que, en el último tercio de Insidious, llevaba a cabo Patrick Wilson. La historia, en ese aspecto, no dista mucho de la de Wan, solo que allí donde el filme del americano requería de una espiritista, Horsehead se hermana con el espíritu de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven): la simple entrada al mundo de los sueños permite a su protagonista ahondar en la historia familiar que le afecta pero que permanece silenciada.

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El ámbito de los sueños es siempre un festín audiovisual por las inimaginables opciones que ofrece, y Horsehead aprovecha esos momentos para destacar. La influencia del giallo, además de la temática que hemos señalado antes, se hace evidente en esos momentos oníricos en que altos contrastes de colores y escenografías barrocas hacen aparición en la película. No estamos ante una gran obra, pero sí ante una digna propuesta de género que trata de subsanar algunos de los reiterados giros de guión con riesgo y valentía.

A pesar de esto, Horsehead es una pequeña película, modesta y apasionada, característica esta última que comparte con The World of Kanako, si bien este es un filme grande y de ambición ilimitada. Para la ocasión, Tetsuma Yakasima (que dejó al público de Sitges boquiabierto con su Confessions en la edición de 2010) repite la estructura circular de aquella con una trama de un padre que busca a su hija desaparecida. Dicho así podría parecer que estamos ante un thriller más de los muchos que este año estamos viendo en el festival, pero la imaginativa de Yakashima en sus recursos audiovisuales y las peculiaridades de sus personajes hacen de The World of Kanako una experiencia francamente única.

La dualidad y la conexión paternofilial, en este caso, vienen marcadas por una enfermedad: la bipolaridad. Bajo esa premisa psicológica todo lo que sucede en el año en que transcurre la acción tiene tintes de auténtico viaje al centro de la locura. Acompañamos a un padre en la búsqueda de una hija a la que hace años que no puede ver. A medida que avanza la trama, pues, irá conociendo a través de los testigos que interroga todo aquello que quedaba en off de ella; con la lógica consecuencia de descubrir que la genética ha hecho de las suyas y su hija tiene mucho de lo que es él.

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Yakashima aprovecha la condición psicológica de sus personajes para dar rienda suelta a su imaginación: montajes sincopados editados a ritmo de la música, saltos temporales que añaden intriga a la historia, escenas de animación, variación de los narradores en off, secuencias que parecen salidas de las fiestas de Spring BreakersLa locura como punto de partida y como objetivo circular al que llegar, esto es The World of Kanako, un suma y sigue de excentricidades y barroquismos que alcanzan su cota máxima en esos varios clímax finales que no empañan la gozada que supone para el espectador.

 

© Mónica Jordan Paredes, octubre 2014