Sangue del mio sangue

El último vampiro

 

«Sois idénticos». Es lo primero que le dice el inquisidor (Fausto Russo Alesi) cuando ve a Federico Mai (Pier Giorgio Bellocchio) por primera vez. Lo dice por su parecido con su hermano, Fabrizio, que acaba de suicidarse. Estamos en el siglo XVII. Federico llega a Bobbio para asistir al proceso inquisidor contra Benedetta (Lidiya Liberman). Su intención es demostrar que, mediante un pacto con el diablo, convenció a Fabrizio para que se matase, y así conseguir que los restos de su hermano puedan descansar en lugar sagrado, y no en un cementerio de animales. El suicidio, tema central de una generación, la que vivió siendo joven el año 68 y que se ha manifestado en el cine a través de dos hijos de esa revolución truncada: Philippe Garrel y Marco Bellocchio. Si Garrel asistió a la muerte prematura de muchos compañeros y amigos, Bellocchio se enfrentó al suicidio de su hermano gemelo, en el año 68, tras el fracaso de sus ideales revolucionarios. Ese fallecimiento marcó para siempre su cine y dejó constancia del mismo en una película llamada Gli occhi la bocca (1982), y ese mismo hecho vuelve en Sangue del mio sangue (2015), aunque la óptica ha variado considerablemente.

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La primera parte del filme transcurre en la Italia del siglo XVII

Si en aquella la muerte del hermano servía para cuestionar la institución familiar y poner en duda muchas cuestiones de la sociedad italiana, en Sangue del mio sangue el furioso desencanto se torna en melancolía, en una profunda tristeza por las cosas que no salieron de la manera esperada. Canto por el tiempo perdido, por el peso inevitable de los años. El hermano muerto es el pecado original, cuya consecuencia es la muerte en vida de una santa condenada por la Inquisición, Benedetta, que vivirá el resto de sus años encerrada en un zulo, pese a superar todas las absurdas pruebas a las que se ve sometida. Federico, humillado y avergonzado, tira al río las llaves de la habitación de Benedetta, a la que pudo liberar de su destino, huir con ella, ser feliz y, en lugar de eso, por cobardía, la condenó a un infierno en vida. Pero esas llaves llevan la condena de un hombre, y de todo un país y una civilización, y es como si contaminaran de ella a ese río y a toda la población de Bobbio.

Salto al presente, ese mismo pueblo es un criadero de locos y farsantes. Federico vaga transformado en vampiro, obligado a vivir años encerrado en un cuerpo decrépito, como un Nosferatu, interpretado por el gran Roberto Herlitzka, el mejor actor italiano, que ya había puesto rostro a Aldo Moro, de tal manera que cuando uno piensa en el malogrado político italiano, le pone el rostro del actor antes que el suyo propio. El vampiro mora en el mismo convento de Bobbio donde Benedetta fue ajusticiada y se limita a arrastrarse por las noches, transformado en una figura mítica del pueblo conocida como «el conde». Un día, otro Federico Mai (Pier Giorgio Bellocchio de nuevo) aparece en el convento, en esta ocasión para tratar de vendérselo a un empresario ruso que quiere invertir en la zona. Esta es la analogía más prodigiosa del film. En el siglo XVII, un Federico Mai se acercaba al convento por un asunto religioso, y en el siglo XXI se trata de una cuestión económica. El crimen de la religión transformado en crimen capitalista. Los dos Federicos, el conde y el joven, se encuentran, y el primero compra al segundo. A cambio de un soborno, consigue mantener su morada e impedir que el millonario ruso se haga con ella. Pero ese dinero está tan corrupto como las llaves que lanzó siglos atrás al río, y asistimos a cómo Federico, en una escena posterior, termina unido a la corte de los locos de Bobbio. Ese dinero terrible también alcanza a su hermana, la angelical Elena (Elena Bellocchio, hija del cineasta), a la que el conde persigue, en sus últimos suspiros, en la oscuridad.

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Roberto Herlitzka es el vampiro de Sangue del mio sangue

Este film se llamó en su fase de producción L’ultimo vampiro (reformulación de su ansiada La monaca di Bobbio) y tras ver el film terminado es fácil adivinar por qué ha terminado llamándose Sangue del mio sangue. El título provisional hacía referencia al Nosferatu, al cuerpo decrépito, a ese personaje de Roberto Herlitzka que no parece ser otra cosa sino un nuevo trasunto (otro más) del propio Bellocchio. Cineasta que ya ha superado los cincuenta años de carrera y que arrastra a lo largo de su vida y su filmografía el suicidio de su hermano y la frustración por una revolución perdida. El conde recibe de su madre la condena de la religión (en el film la tratan de santa, sin que se explique el motivo) y cede a los jóvenes Federico y Elena la condena del capitalismo, del dinero, jóvenes interpretados por los hijos del propio Bellocchio. En esta reunión familiar también aparece uno de los cuatro hermanos de Bellocchio, el poeta Alberto, interpretando al Federico del siglo XVII en una edad avanzada, convertido en cardenal, pues ha renunciado a su libertad por seguridad, de revolucionario a eclesiástico, al igual que hacía uno de los hermanos de de Sergio Castellitto en La sonrisa de mi madre (L’ora di religione, 2002). Esa es la sangre que llena el film, la historia de una familia y de una condena. Bellocchio no ha conseguido salvar a sus hijos de esa Italia siniestra y corrupta contra la que luchó. Es más, los ha contaminado. Pier Giorgio ya había sido uno de los asesinos de Aldo Moro en Buenos días, noche (Buongiorno notte, 2003) y aquí consuma el traspaso de ese pecado original. El film no es por tanto la historia de Marco Bellocchio, el último vampiro, sino la transmisión de la culpa entre padres e hijos, un terrible y desasosegante destino que se hereda a través de la sangre. Un film, como dice el propio director, que «si allarga in un tempo che ho vissuto, nell’educazione che ho ricevuto, nei libri che ho letto e nei film che ho visto, anche nelle lunghe estati passate a Bobbio. Mi ritrovo in tanti personaggi: in chi vince, in chi perde, in chi rimane a guardare». La sangre de Bellocchio.

Una Italia eterna atraviesa todo el film. Esa Italia inconsciente protagonista de todo el cine de Bellocchio, donde pasan los hombres, pero continúan las instituciones. El miedo, el odio, la censura. En Il regista di matrimoni (2006), Bellocchio decía «In Italia comandano i morti» y en Sangue del mio sangue son los vampiros, los ancianos que se reunen con nocturnidad, manifestación de Andreotti y otras momias nacidas en el fascismo de Mussolini y que se perpetuaron en la Italia de la posguerra hasta nuestros días. Un país de no muertos y de locos. Donde la disidencia es condenada al ostracismo, a la vergüenza. Con todo, en este film, lo fantástico, lo sobrenatural, lo onírico nacido de la mente perturbada no tiene tanta presencia como en obras previas, no se manifiesta de manera exhuberante y rotunda, como los sueños de Anouk Aimee en Salto al vacío (Salto nel vuoto, 1980), como los juegos psicosexuales y los flashbacks autoinculpatorios de El aquelarre (La visione del sabba, 1988), como los delirios religiosos al borde de la muerte de Benito Mussolini en Vincere (2009). Únicamente, en el final, donde el vampiro sueña con un pasado diferente, con una exculpación y liberación que nunca se dio, parecemos entrar en el terreno de Buenos días, noche, donde Bellocchio reelaboraba el pasado permitiendo a Aldo Moro escapar de su celda, como aquí huye Benedetta, joven e impoluta tras treinta años de cautiverio.

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Fotogramas de Salto al vacío, Vincere y El aquelarre

Sangue del mio sangue parece una película que no va a ninguna parte, un pueblo estancado en el tiempo, que se mueve al ritmo del Nosferatu y que sobrevive apoyada en otras referencias del cine de Bellocchio: la madre santa de La sonrisa de mi madre, la bruja de El aquelarre, un desatado Filippo Timi que interpreta a un loco que recuerda al hijo de Mussolini del final de Vincere, las estancias oscuras que albergan el poder corrupto del arte italiano como en La condena (La condanna, 1990) el zulo de Benedetta, antecedente de aquel donde pasó sus últimas horas Aldo Moro, revivido y liberado en Buenos días, noche (otro pecado original) o el ya comentado drama del hermano muerto de Gli occhi la bocca, con la que también comparte esa atracción hacia la mujer deseada por el fallecido, alli Ángela Molina, aquí Lidiya Liberman. Un sinfín de referencias, rimas e imágenes que resuenan, venidas del pasado, como surgidas de la mente de Bellocchio en un momento de ludicez previa a la muerte, como el Conde Nosferatu mirando la luz del amanecer que se filtra por las hojas de los árboles, en uno de los hermosos planos finales que cierran el film.

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Bobbio es un refugio, pero a veces es también como una cárcel, ha dicho Marco Bellocchio, y el film parece contagiarse de esa idea, alejándose de la linealidad de las últimas grandes películas del director. En ese sentido, se parece a Bella addormentata (2012), ambas son como agua estancada. Dos películas que se mueven más a través de referentes y encuentros respecto a la obra de cineasta que con la convicción de obras previas. Esto se nota también en cierta dejadez a la hora de las composiciones, en escenas donde prima más una adecuación a criterios industriales que al rigor de películas anteriores y similares como El aquelarre o El príncipe de Homburg (Il principe di Homburg, 1997). Es el paso del Bellocchio obstinado a otro más melancólico y derrotado, y en esa derrota parece perder el cine. El film es una interminable escalera de caracol alrededor de temas y personajes ya tratados quizás con mayor fortuna por el cineasta. En algún momento, el cuerpo frágil y descompuesto de Herlitzka se encuentra con el fofo y demacrado Gérard Depardieu de Welcome to New York de Abel Ferrara. Bellocchio y Ferrara, dos obstinados defensores de la juventud y la locura como arma transgresora del pensamiento institucionalizado, se miran al espejo y parecen descubrir al hombre en el que no querían haberse convertido. La rendición a los cuerpos decadentes de estos actores es la imagen de la película, su fracaso. Películas frágiles en unos directores donde la convicción y la mirada propia eran gestos irrenunciables. En una ocasión, Bellocchio dijo: «faccio i conti solo con il presente e con l’uomo». Y en Sangue del mio sangue parece ocuparse de otro tiempo, del dolor por el pasado perdido y del miedo a un futuro desconocido; y el hombre ha sido dramáticamente sustituido por el vampiro.

 

© Miguel Blanco Hortas, marzo 2016