Respuestas a la argentina ‘Paula’ en el cine Zumzeig

El juego de las adivinanzas

 

Un amigo me dijo una vez que los directores no deberían nunca explicar sus películas. Tiene toda la razón. Fellini también dijo una vez, más o menos, que nadie debería explicar las películas de nadie. Él también tiene toda la razón y no porque sea Fellini, sino porque nadie, ni el director ni el espectador, saben de lo que está hablando la película. Así que hice un experimento. Me llevé a mi amigo y a Fellini a la sala Zumzeig (1) para que viéramos el estreno comercial de la argentina Paula en España (Eugenio Canevari, 2015) a principios de marzo, de la que teníamos una vaga idea sobre la trama y la manera en que se desenvolvía: una historia sobre el aborto clandestino en la que abunda el silencio.

Llegamos y nos pusimos cómodos. Se apagaron las luces y se encendió el proyector. Vimos una plantación de algo en la primera escena, y en seguida unos perros comiendo en un basurero. Uno de ellos parecía estar devorando un pedazo de carne. Le pregunté a mi amigo qué quería decir esa primera imagen, con ese perro comiendo carne en un basurero. Mi amigo me dijo que era obvio que el perro se estaba comiendo un feto, puesto que ya sabíamos que la película iba sobre el aborto, y en los países donde esta práctica no está reglamentada bien puede un feto terminar en cualquier basurero. ¡Caramba, qué imagen!, le dije, y ambos nos entusiasmamos con la idea de estar viendo una de esas películas que pornografían la condición humana, a la guisa de 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, Cristian Mungiu, 2007), y que no se andan con pelos en la lengua cuando abordan temas sensibles. Pero terminó Paula y no hubo fetos por ningún lado.

Después vimos a un adolescente muy extraño, y pido excusas por esta redundancia. Era Nachi, que nunca decía nada, con el rostro medio cubierto por un pelo negro y lisísimo, vagando por la hacienda de su familia o jugando solo juegos de mesa. En un momento su padre lo llevó a sacrificar a la mascota de la casa, una perra labrador negra, con la que Nachi había tenido un leve contacto. Le entregó una escopeta casi tan grande como el propio Nachi, le dijo cómo debe apuntar al animal y ¡pum! Le pregunté a mi amigo qué quería decir ese acto frío de asesinato animal. Mi amigo me dijo que era el rito de iniciación de Nachi, quien ya bien jodido como estaba, necesitaba el empujón para convertirse en el asesino perfecto de toda la familia, que de alguna manera misteriosa lo había conducido a su estado cataléptico. ¡Pero claro!, le respondí a mi amigo, aquí van a morir todos y de la peor forma, por lo que a la larga es mejor ni haber siquiera nacido. Pero terminó Paula y Nachi no mató a nadie.

Más tarde nos encontramos con una situación compleja. Paula, también adolescente y que había quedado embarazada y pretendía abortar, estaba siendo abordada por su patrón, el padre de Nachi, de un modo harto ambiguo. Se le aproximaba con cualquier pretexto y en lugares más o menos impropios, siempre con una expresión sospechosa, como si escondiera un único deseo: el más oscuro de todos. Vimos a Paula caminar por la carretera que llevaba a la hacienda, pues había acabado de vender su motocicleta para tratar de conseguir el dinero con el que intentaría pagar el aborto. El patrón apareció en su coche y, como era obvio, la recogió. Le pregunté a mi amigo qué creía que pasaría a continuación dentro de ese coche, en medio de una carretera perdida entre plantaciones a la caída del sol. Mi amigo me dijo que el patrón, como era obvio, intentaría violarla, pero Paula le diría que estaba embarazada, lo que lo disuadiría de abusarla, al tiempo que la dejaría en la calle y ya sin posibilidades de reunir el resto del dinero para el aborto. ¡Vaya mierda de problema el de esta pobre chica!, le comenté a mi amigo. ¿Y si el hijo que esperaba no era de su novio (o exnovio, o conocido, a la larga esto nunca se sabe), sino de su patrón, que la había estado rondando como los perros hambrientos a la basura? Pero terminó Paula y entre Paula y su patrón no pasó nada.

Nos encontramos con un último acertijo al terminar la película. En la hacienda de la familia de Nachi, o donde trabajaba Paula como niñera, se llevó a cabo la fiesta de cumpleaños del primero. Había un montón de gente haciendo lo que la gente hace en una fiesta de cumpleaños infantil, pero de pronto vimos a una muchacha que nos llamó la atención. ¿Dónde la habíamos visto antes? ¡Por supuesto! La habíamos visto en la clínica de abortos a donde Paula había acudido para convencer, sin éxito, a la abortista de que le dejara pagar el procedimiento a plazos. Ahora la veíamos en el cumpleaños de Nachi, lo más de alegre, hasta que se percató de Paula. Paula también se dio cuenta. Le pregunté a mi amigo si consideraba posible un conflicto de clases entre la joven burguesa que, por su condición de burguesa, podía costearse el aborto mientras que la joven proletaria, por su condición de servidumbre, tendría que parir un hijo al que no podría alimentar. Mi amigo me dijo que la cosa se solventaba de una forma más práctica. Paula chantajearía a la muchacha y conseguiría pagar por el aborto. ¡Ya lo veo! Después de todo, los pobres no tienen porqué padecer un final terrible frente a sus patronos. Pero terminó Paula y Paula no chantajeó a la muchacha.

Se apagó el proyector y se encendieron las luces. Le pregunté entonces a Fellini qué diablos había pasado, por qué habíamos errado en todas nuestras respuestas, que nos parecían tan obvias. Fellini se puso el dedo índice derecho sobre los labios, luego me señaló a alguien que estaba de pie frente a la primera hilera de butacas. Era Eugenio Canevari, que había venido a la sala a promocionar su primera película. Alguien del público le preguntó por Nachi, por su estado cataléptico.

–Es una información que quizás ni se ve en la película –dijo Canevari–. Hay todo un tema que tiene que ver con los agrotóxicos. Cuando yo fui a Argentina a hacer la película, me di cuenta de que todos los campos que antes eran diversificados, de repente eran todos de soja. Desde Buenos Aires a Pergamino (donde se filmó Paula) hay 230 Km. de soja, y eso no te deja indiferente. Entonces de repente el personaje de Nachi podría llegar a tratarse de un niño autista, pero no quiero decir eso porque no es verdad, no es del todo verdad. Sin embargo hemos trabajado el personaje como si fuera un niño autista. Hay cada vez más casos de nacimientos de niños que nacen con enfermedades neurológicas, entonces teníamos la idea de generar esta situación, pero al final no quisimos ser muy explícitos con eso, simplemente que fuera un apunte. Él (el actor que interpretó a Nachi) trabajó el personaje desde ese lugar, y nosotros simplemente lo dejamos así. Me parece más interesante verlo desde un lugar de desconexión con la realidad, que es un poco lo que le pasa. Es una persona que está observando todo esto desde donde se da cuenta de que todo está podrido.

Ah, entonces la plantación que habíamos visto al principio era de soja, y la catalepsia de Nachi se debía, más o menos, a una especie de autismo. ¿Y la historia no iba sobre el aborto? Digamos entonces que los agrotóxicos utilizados en las plantaciones de soja producen malformaciones en los fetos, lo que lleva a que las mujeres embarazadas quieran abortar, pues nadie quiere tener un hijo como Nachi, que tiene el poder de ver que “todo está podrido” (los oligopolios agrícolas neoliberales que se han tomado a Latinoamérica, la burguesía rampante que los controla, y las adolescentes que han quedado embarazadas sin su consentimiento, y pido excusas por la redundancia) pero es incapaz de expresarlo.

Fellini me dio coscorrón, se volvió a poner el índice en los labios y me señaló a Canevari, que se preparaba para responder una inquietud sobre los silencios en Paula.

–Estuve en La Habana y me pasó algo muy gracioso. Una chica vino y me dijo: “tú eres Eugenio, el director de Paula. He visto la película, me ha gustado aunque un poco lenta. Los actores no hablan mucho. Entiendo que habías dicho que los actores son no- profesionales, entonces entiendo que no les hiciste hablar porque no podían hacerlo”. Le dije que no, no y no. No es que no hablen porque no saben hablar. O sea, el silencio es también parte de la vida. Para mí el silencio en Paula tiene varios niveles de lectura, y no sé, quizás para mencionar alguno de ellos diría que el silencio está callando cosas que la gente no habla y es algo que pasa en Argentina. No hay ningún gobierno que haga algo respecto a la situación del aborto. La realidad es que a nadie le importa. No hay ningún gobierno que lo tenga en su agenda, y no solo eso, hay mucha gente a la que tampoco le importa porque qué es lo que pasa: tú tienes dinero y lo puedes hacer. Vas a una clínica privada y ya está. Entonces al poderoso no le interesa este tema, así que esa es un poco la idea del silencio, de que son cosas de las que no se habla. Después hay otras ideas, pero tampoco vamos acá a hacer un desglose de toda la película.

¿Pero qué pasa con las aproximaciones del patrón a Paula, y de las miradas cómplices de esta y la joven en el cumpleaños de Nachi? Se nos ocurrió a mi amigo y a mí que de esas cosas tampoco se habla. ¿Cuántos patronos no han abusado de sus sirvientas? La respuesta es ninguno, pues los unos no quieren tener problemas con la justicia, o lo que a veces resulta peor, con sus mujeres, y las otras no quieren perder su trabajo, recibir alguna golpiza o ambas cosas. ¿Y cuántas veces la servidumbre no ha chantajeado, cuando ha podido, a sus amos? Pues ninguna, porque después de tanto tiempo los amos siguen siendo amos y los ciervos, ciervos, que después aparecen descuartizados en algún basurero. Sin embargo sabemos que esas cosas suceden a pesar del silencio que las rodea, precisamente porque en algún punto nos han hablado de ellas y han pasado a pertenecer a nuestra experiencia. De lo contrario Edipo habría terminado devorado por la Esfinge, como sí le ocurrió a la desafortunada chica de La Habana.

El acertijo de la película se resuelve con lo que la película dice –o muestra–, y el alcance de esta respuesta solo puede estar dentro de los límites estéticos de la película misma. Canevari, muy acertadamente, dijo que el silencio en Paula tiene “varios niveles de lectura”, pero no porque esto haya sido una decisión suya, su propuesta estética, sino porque cada quien, director y espectador, tiene la suya propia, especialmente cuando se trata del silencio, y todas son correctas siempre y cuando se remitan a la imagen, así el uno desmienta al otro en coloquios posteriores o en textos como este.

Fellini asintió y me dio tres palmaditas en la espalda. No obstante se volvió a llevar el dedo índice a los labios y me señaló a Canevari, que aún tenía que responder al primer acertijo.

–Yo quería perros, quería una escena inicial con perros, como si fuera un sueño de Paula y de repente, en la primera noche, nos fuimos a fumar un porro y descubrimos este lugar, que es la escena inicial de los perros. Después fuimos a la villa a buscar a los perros. Entonces había ideas que se fueron construyendo en el rodaje, pero yo sabía que esa escena tenía que estar de antemano. También veíamos lo que pasaba y decidíamos qué hacer. Entonces, sabes que si quieres tener una secuencia onírica con unos perros en un basurero, y si el perro se te tira a dormir la siesta después de comerse un churrasco así de grande, pues aprovechas y trabajas con esa imagen que es muy potente, en lugar de buscar la imagen del perro como te lo habías imaginado; en función de lo que hay, haces algo.

¡Mi amado feto era un churrasco cualquiera! Pero ya que Canevari había dicho que la escena de los perros en el basurero era un sueño de Paula, y como en los sueños todo se vale, a pesar de lo que diga el psicoanálisis, pues bien ese churrasco podía ser un feto; la prefiguración de un feto en un sueño premonitorio, ¿no? Porque, a todas estas, ¿qué tienen que ver los deseos del director con los sueños del personaje? Me explico de la siguiente manera: Canevari tenía claro como el agua que quería perros en su película. El porqué no lo sabemos y para lo que nos ocupa inmediatamente, no nos importa. Lo que sí sabemos es que Paula está embarazada y quiere abortar. Si la escena de los perros era un sueño suyo, lo que para ser sinceros no es muy claro en la imagen, la verdadera potencia de esa escena está en su significado dentro de la diégesis, es decir, qué relación hay entre un perro comiéndose un churrasco y el hecho de que Paula quiera abortar. De lo contrario, y por la sencilla razón de que Canevari quería perros, esa imagen, por bonita, bien realizada o sugerente que sea, no vale de nada porque, ¿habría alguna diferencia si quitáramos la escena?. De ahí todo lo que se ha especulado respecto al perro negro de Tarkovski. Pero lo cierto es que a Tarkovski, como seguramente al propio Canevari, lo que mi amigo y yo hayamos podido pensar del perro comiéndose un churrasco en un basurero en una película sobre el aborto, no les inquieta en lo absoluto.

Fellini me sonrió y chocamos los cinco. Mi amigo y yo comprendimos que todos habíamos acertado a nuestra manera, así que nos unimos al resto de la sala en los aplausos a Eugenio Canevari, quien después de todo había conseguido ponernos a pensar en un insospechado pero muy válido juego de adivinanzas, porque lo que no dice la palabra lo tiene que suplir la imagen, y no siempre una imagen vale más que mil palabras.

(1) La proyección tuvo lugar el 22 de marzo. Para saber más acerca de la programación de cine latinoamericano en el Zumzeig, podéis visitar la página web de esta sala de Barcelona.

 

 

© Julián Cajas, marzo de 2017