Punto de Vista 2019

Corrientes afectuosas en el tiempo

 

Pasados unos días desde que regresé de Pamplona, de la última edición de Punto de Vista, me siento a escribir. Quizá haya esperado algo más de la cuenta, aunque dice Mario Levrero en La novela luminosa, el increíble libro que ando leyendo últimamente, que las cosas deben consignarse a una cierta distancia. Que si uno se apresura a escribirlas nada más han sucedido se corre el riesgo de quedarse con algo parecido a un acta. Pero reconozco también, aunque los amigos de Transit siempre son extraordinariamente generosos y pacientes, que albergo mis dudas sobre si este texto llegará tarde —en realidad, ¿a quién? ¿a dónde?— y quedará soterrado bajo las toneladas de inane e inclemente actualidad que día tras día se agolpan en nuestras redes sociales. No ignoro que también mis dudas son un tanto inanes; aquí, antes que nada, estamos entre amigos y nadie nos paga para tratar de comunicar la pasión por las películas y las inquietudes y derivas que estas nos suscitan. Así que hago mías también las palabras de Jonas Mekas, de su “Manifiesto contra el centenario del cine”, con las que Garbiñe Ortega, la directora de Punto de Vista, encabeza su texto de presentación de la edición número trece del festival: “Apuesto por el arte que hacemos, los unos para los otros, como amigos”.

Rushing with green horses, de Ute Aurand

Deambulé por allí, entrando y saliendo de las salas de Baluarte, desde la tarde del jueves hasta mediodía del sábado. Sin embargo, bastó ese escaso día y medio para que quedáramos ahítos. La percepción parecía bastante compartida por mis compañeras de aventuras en la trinchera, entre el proyector y la pantalla. Lo cierto es que he pensado en ello y la hipótesis que más plausible me resulta tiene que ver con el hecho de que viéramos tantas películas que plasmaban vínculos, corrientes de afecto, con frecuencia a través de la presencia de los sujetos a los que se acaricia con la cámara, como en los delirantes cortometrajes documentales de Marie Losier o en esa hermosa celebración del misterio del tiempo y del estar presente que es Rushing with green horses (Ute Aurand, 2019). La película, de 82 minutos de duración, es la más larga que hasta el día de hoy ha realizado la cineasta alemana y, sin lugar a dudas, una de las joyas de la Sección Oficial del certamen. Otros cineastas tomaban caminos distintos, incluso sorprendentes, para evocar o hacer presente un rostro: en Mum’s cards (2018), también en competición oficial, Luke Fowler hace un retrato preciso y sereno de su madre, yuxtaponiendo su voz con una serie de planos en los que vemos de cerca las miles de fichas con anotaciones que sintetizan toda una vida dedicada a la sociología. Vemos, más concretamente, cómo la luz del sol entre los árboles se cuela a través de las ventanas del domicilio y forma siluetas oscilantes sobre las fichas. Y en Rob (2019), que John Price describe como una “oda a un artista que conoció en Windsor… una sesión de terapia con Bolex después de recibir las malas noticias”, la acción de un utensilio de jardín, una especie de manguera a cuatro chorros con la que juegan unos niños, le basta al cineasta canadiense para improvisar un breve y exultante poema cósmico en blanco y negro. Tras un plano general, donde vemos a Price frente a aquello que ha decidido filmar, contemplamos el efecto de la manguera más de cerca: los rayos de agua disparados hacia el espacio, describiendo curvas, pinceladas intermitentes de blancura sobre una variedad de tonos más oscuros, el cielo, los árboles y los demás elementos del paisaje. La pantalla se descompone por momentos en multitud de partículas y uno puede pensar que estamos mirando hacia arriba, hacia las estrellas.

Seven, de John Price

Si hay algo profundamente placentero en las travesías por el universo del cine experimental es la sensación de que, a cada paso, puedes toparte con planetas de los que hasta entonces no tenías noticias. Algo así me ocurrió con el citado John Price, a quien el festival dedicó un programa con algunas de sus últimas películas. Aunque Julius Richard, viejo camarada de esta casa, ya le tenía más que avistado, quien esto escribe no había oído hablar de él. Y debo decir que el magnetismo de sus imágenes, ricas en colores y texturas, me abrieron el apetito de ver más películas suyas, sobre todo tras ver Seven (2019), que en realidad consistía en un montaje de varias obras anteriores, en las que el cineasta filma en distintas épocas a su padre y a su hijo. El continuo fluir entre estratos vitales, lugares y fuentes sonoras que añaden capas a las imágenes, unido a la falta de contexto inicial sobre lo que iba a ver hizo que respirara con intensidad los fotogramas de una película que termina con el padre y el hijo del cineasta en el interior de una iglesia, con la luz del sol entrando por los ventanales. Horas antes, Ute Aurand nos daba un consejo previo a la proyección de su película que bien puede extrapolarse al cine y a la vida: nos sugería que viéramos Rushing with green horses como un río que pasa, o por el que pasamos, y nos limitáramos a tomar, a disfrutar, aquellos retazos del paisaje que nuestra percepción decida retener.

Punto de Vista dedicó también una retrospectiva a la artista plástica y escritora californiana Marcia Hafif (1929-2018), que pasó al otro lado en abril del año pasado. A raíz de un interés creciente por la fotografía, a lo largo de la década de los setenta Hafif empezó a rodar pequeñas piezas en las que la imagen y la narración oral a veces divergen evidenciando una cierta incapacidad del registro fílmico para capturar lo que ocurre, digamos, por debajo y alrededor de las imágenes. Pude ver la más larga de sus películas, Notes on Bob and Nancy (1970-77), que de algún modo me terminó de confirmar que era el momento de dar tregua a los ojos y a la mente: fue quizás el filme más desasosegante que vi en el festival, y la inquietud no provenía tanto de las filmaciones cotidianas, incluso algo toscas, de la pareja que da título a la pieza sino de una voz en off que impregna la imagen de las impresiones de la propia Hafif acerca de la mirada limitada de los hombres sobre las mujeres, la imposibilidad de una verdadera comunicación y la necesidad asfixiante de salir de ciertas estructuras contra las que, cuarenta años después, el feminismo sigue levantado. Esa tensión constante entre la imagen y la banda de sonido creaba una reverberación que parecía sugerir que las imágenes son apenas sombras, reflejos, huellas y, al mismo tiempo, su condición de testigos pasajeros hace imposible comprenderlas, conquistarlas del todo.

Notes on Bob and Nancy, de Marcia Hafif 

Una frase de la entrevista que Helena Vilalta le hizo a Carolee Schneemann para el libro Xcèntric Cinema. Conversaciones sobre el proceso creativo y la visión fílmica (Terranova, 2018) viene persiguiéndome desde hace algún tiempo. “Tarde o temprano, el tiempo deshebraría este tejido de cariño y emociones”, nos recuerda la artista estadounidense, que nos dejó el 4 de este mes de marzo (1939-2019) siguiendo la estela de Jonas Mekas (1922-2019) y del cineasta mauritano Med Hondo (1936-2019), que falleció tan solo dos días antes que Schneemann. Puede que a esa cierta melancolía o cansancio que me acometió tras dos jornadas de películas sobre vínculos y afectos se le venga superponiendo también la lúcida reflexión de la autora de Fuses (1967). El mismo día que abandoné Pamplona fallecía Barbara Hammer (1939-2019), tan importante como Schneemann no solo para el cine de vanguardia sino también para abrir el camino a otras formas de representación de la experiencia femenina. En el caso particular de Hammer, de la experiencia lésbica. Esta triste circunstancia le agregó una capa adicional de emoción a Vever (For Barbara) (2019), otra de las perlas de la Sección Oficial. El último cortometraje de la estadounidense Deborah Stratman puede describirse como un tapiz de materiales entretejidos: Hammer le pidió a Stratman que trabajase con unas imágenes que había filmado en 1975, durante un viaje en motocicleta por Guatemala, y a ese cielo azul y los vivos colores de los vestidos de las mujeres guatemaltecas Stratman yuxtapone algunas reflexiones que Maya Deren escribió en Haití en la década de los cincuenta, sobre la imposibilidad de llevar a buen puerto sus proyectos y la resistencia de lo real a ser reducido a aquello que capta el ojo de la cámara. El vocablo vever al que alude el título de la pieza designa símbolos que, según el diario de Deren, los indígenas haitianos trazaban en el suelo con harina, trigo o cenizas para invocar a sus dioses. Stratman también superpone a las imágenes algunos de estos símbolos, contribuyendo a la cualidad enigmática que, en sus películas, resulta de la hibridación de materiales. Este corto, que algo tiene de invocación, hace patente la capacidad de las herramientas cinematográficas para subvertir las inapelables sentencias del tiempo: ahí están, desde coordenadas temporales y geográficas distintas, Hammer, Deren y Stratman, reivindicando la aventura de alejarse, de mirar hacia donde otros no miran, para decirse a uno mismo.

Vever (For Barbara), de Deborah Stratman

 

© Toni Junyent, marzo de 2019