Proxy / Grand Piano / The Call

 

Llamadas y sorpresas

 

Esta película me suena, se llamaba À l’intérieur y era francesa. Estos americanos son la repera; se hartan de hacer remakes de películas de otros países para poder manejarlas a su antojo, en general para hacerlas algo más asépticas, más al gusto de su gusto que es al final también el nuestro. Nos han americanizado a través, también, de americanizar productos de otras nacionalidades. Como La Macarena…, que era nuestra y luego sacaron una versión con cantar en su idioma para vendérsela. Mira que son… Wait…

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En estas andaba cuando llegó el primer giro de Proxy. No hay nada como un golpe de efecto para captar la atención de alguien, pero hay que reconocer que no siempre se sabe hacer con gracia ni con razón ni con siquiera coherencia. Sin duda alguna, nada más empezar Proxy nos encontramos en una situación muy similar al filme de Bustillo y Maury al que parecía que homenajeaba vilmente, incluso con algo como el instinto maternal/paternal como epicentro de su historia. Sin embargo, Zack Parker es una auténtica serpiente bífida al respecto y ofrece todo un plantel de personajes malsanos a los que iremos desnudando de su aparente normalidad a medida que vayamos conociéndolos y observándolos desde las miradas de los demás… y nuestra perspectiva global. Proxy no trabaja la sorpresa en el impacto (al estilo de las revelaciones finales que te llevan a repensar toda una película) sino que la maneja en una cuidada estructura coral en forma de carrera de relevos. Los cambios de perspectiva, la clase de protagonistas a los que nos enfrentamos y los conceptos con los que moldea su argumento  (el sentimiento paternal, la egolatría, los gustos sexuales… con el egoísmo como denominador común) hace de Proxy una película imprescindible, tan impactante como lo fue el año pasado Compliance pero con la honestidad de quien, desde la ficción, sabe que está tocando las teclas adecuadas: los tabúes.

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Y hablando de teclas (sí, fácil relación pero juro que ha sido no deliberada), Grand Piano llegó, se estrenó y, entre fríos aplausos, demostró que Eugenio Mira tiene sus referentes muy bien estudiados. Tensión Hitchcock, cámara De Palma y un trabajo de voz que recuerda al de títulos como Speed o Cellullar. Sobre la voz de un personaje fuera de campo como guía del que vemos en encuadre hablaba con el compañero Carles Matamoros a la hora de comparar Grand Piano con The Call, la nueva propuesta de Brad Anderson también en esta edición de Sitges. Comparten ambas el trabajo de tensión, mucho más preciso y emotivo en la segunda gracias al manejo que hace del drama el guion de base. La primera parte de esta historia de una operadora del 911 (número de emergencias en Estados Unidos) logra controlar muy bien el in crescendo de la tensión gracias, en parte, a la relación que se establece entre esta mujer encarnada por Halle Berry y la joven víctima de un secuestro (Abigail Breslin). Observar cómo se desarrolla el intento de búsqueda de la joven con la ayuda de los ojos de la víctima y la mente clara de la operadora es, sin duda, una de las sensaciones más agobiantes vividas en lo que llevamos de Sitges. Aunque The Call pierde intensidad cuando entra en escena el ejecutor del secuestro, el final bien podría haber sido ofrecido por alguno de los miembros del Splat Pack. Aunque rompe el equilibrio del filme, y a medida que avanza la trama se llena de gestos inverosímiles, este giro sobre la liberación que permite el ojo por ojo aleja la película una propuesta como Última llamada de Schumacher para llevársela al territorio de Aja.

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Otra voz, esta vez posiblemente la propia, me dice que enfrentarse a un festival no es hacer un listado de películas y dedicar un párrafo a cada una. Esa misma voz me recuerda lo importante de ver más de lo que se escribe, para tomar pulso al lugar, a la edición; para poder interrelacionar, crear vínculos, observar tendencias… Siento, y mucho, que las dificultades logísticas ante las que nos encontramos este año nos obliguen a escribir prácticamente de todo lo que vemos, sean películas reseñables o no, para poder crear algún tipo de cobertura. Pero sobre todo siento, y mucho, que la imposible tarea de conseguir invitaciones para las sesiones de tarde y noche provoque coberturas gemelas; todos viendo las mismas películas, nadie haciendo altavoz de tantas otras. Atrás quedan los días en que podías entrar en la sala por rellenar huecos de horarios, por el mero hecho de entrar a ver qué se cuece. Atrás queda la oportunidad de descubrir lo que te has perdido mediante las crónicas o comentarios de otros compañeros que, más valientes que tú, acuden a las maratones día tras día; atrás queda la locura de alimentar la cinefagia o competir por quién ha logrado hacer el horario más imposible. En tiempos de vacas flacas, el capitalismo voraz se ha comido al espíritu gamberro de un festival que nació con él como bandera. A colación de The World’s End, hablaremos más sobre este tema en la siguiente crónica.

 

© Mónica Jordan, octubre 2013.