El estrangulador de Boston / Carretera perdida
Dos mentes enfermas (cada una a su manera), dobles nudos cuadrados, dos representaciones rotas y dos puestas en escena que divergen y convergen para hablar de la impotencia.
Dos mentes enfermas (cada una a su manera), dobles nudos cuadrados, dos representaciones rotas y dos puestas en escena que divergen y convergen para hablar de la impotencia.
Programada por Loïc Díaz Ronda en Punto de Vista 2010, Retour à Kotelnitch fue toda una revelación. Diario de viaje, meditación acerca de la imposibilidad de escapar de nuestros fantasmas, crónica sentimental de un proceso vital de rodaje y montaje…
Un programa comandado por Michael Apted sigue cada siete años la evolución de un conjunto de personas que fueron filmadas, por primera vez, cuando tan solo eran unos niños. El articulista se pregunta hasta qué punto este proyecto ontológico es realmente valioso.
El desconocmiento de la figura de Max Linder bien merece una reinvindicación. Porque aunque hoy no sea más que un triste «fantasma anónimo», su trayectoria se nos antoja esencial en el nacimiento de un cierto lenguaje fílmico.
Cuatro días de certamen permiten al cronista trazar un recorrido personal gracias a las imbricaciones que surgen libremente entre proyección y proyección. Autores contrastados conviven con otros autores aún por reivindicar…
Conversación reposada con uno de los mayores cineastas franceses de nuestro tiempo. Lo físico nos lleva a lo pictórico. Lo literario a lo animal. Lo deseado a lo misterioso. Lo que importa, para el autor, es conservar la opacidad en el acto visceral de filmar.
Cada plano es una ventana, que bien puede abrirse tras una insospechada elipsis de la que debemos cerciorarnos pasados unos minutos o un flashback al pasado que trae las claves de lo que se nos acaba de relatar o de lo que está a punto de suceder…
La película funciona del mismo modo que sus personajes: se entremezcla el extrañamiento absoluto ante una realidad desconocida con secuencias de pura acción, pura adrenalina. La exploración distanciada, por un lado; la pura narrativa, por el otro.
En el cine del maestro francés, para ser revolucionario no hace falta levantar el puño. Basta con hacer la maleta, escoger un lugar de vacaciones y acudir a él con el espíritu de la continua experimentación hacia aquello por lo que realmente merece la pena vivir.
La sensación de estar casi despierto, aturdido por las drogas; esto es lo que siempre ha prometido un cineasta que ya no es el pequeño «camello» de Little Italy que trapicheaba con sustancias prohibidas, sino alguien que ha hallado la fórmula perfecta en las drogas legales…
El protagonista, empujado por las circunstancias, empezará una escalada laboral y social entre los muros de la prisión que le es más rentable que la fuga o la llegada de la libertad. Los chanchullos carcelarios dan paso a un auténtico aprendizaje del negocio…
El filme no deja de mostrar las inquietudes de un director que se sirve del medio para denunciar la precariedad de un sistema. Lo hace, como en la secuencia, usando la metonimia, pues de las luchas de sus personajes extrae la de toda una sociedad…
El hongkonés consigue construir una sinfonía de planos y movimientos de cámara embriagados de bellas formas, como si de pintar lienzos se tratara. Sus encuadres visualmente se mueven entre una linealidad lírica de cuerpos y una hipnótica potencia visual…
Los créditos iniciales ya anticipan la idea de puzzle infinito, las tres palabras del título ofrecen cierta resistencia a aparecer juntas, como si gozasen de vida propia. El nombre de un actor muta en el del siguiente, así hasta completar las diferentes reencarnaciones…
No se trata únicamente de una película, el último filme del italiano Marco Bellocchio, que narra cómo el socialismo y la lucha revolucionaria se transforman en fascismo, sino en cómo un hombre, un cuerpo, termina por transformarse en una idea…
Joana Hadjithomas y Khalil Joreige ofrecen un sugestivo contraplano de la homogeneidad de la imagen informativa que, a lo largo de este siglo, ha erigido un muro visual en su obsesión por el registro continuo. El cine debe luchar para derribarlo interpelando a nuestra mirada.
El encuentro íntimo de un rostro con una cámara (ya sea digital o analógica) une inesperadamente las trayectorias de Warhol y Kiarostami. Si vemos «Shirin» y los «Screen Tests» en conjunto descubrimos lazos secretos entre miradas femeninas irrepetibles.
En una época en que ya ningún director parece influenciado “directamente” por los grandes maestros, Pedro Costa, cineasta del orgullo derrotado y el desamparo, parece tener siempre en mente las enseñanzas (que son imágenes) del genio de Maine.