Miniput 2009
Construyendo memoria
En una de sus famosas frases, Jean-Luc Godard dice que la televisión fabrica el olvido mientras que el cine hace recuerdos. Independientemente de a qué se refiriera el cineasta francés cuando la pronunció, la cita es muy sugerente: las películas se convierten en testigos históricos mientras que la pequeña pantalla deviene un aparato de cambio continuo, donde cada noticia sustituye la anterior, cada concurso borra los precedentes. Existen grandes y pequeñas películas, pero de un modo u otro se van almacenando en videoclubes y filmotecas que de vez en cuando las recuperan. Pero en el caso de la televisión esto parece una quimera: su memoria se desvanece cuando termina la emisión y el espectador pocas veces podrá recuperar esas imágenes.
Está claro que a día de hoy el párrafo anterior resulta algo trasnochado: programas de reciclaje de lo mejor de la última semana, edición en DVD de series antiguas y modernas, creación de archivos por Internet y un largo etcétera que hace que esta noción del olvido se tambalee ligeramente, aunque sin conseguir tumbarla del todo. De entre todas estas recopilaciones hay una que sobresale con voz propia por su exigencia, variedad e imaginación: la conferencia INPUT.
INPUT nació en 1977 durante un encuentro organizado por CIRCOM (European Association of Regional Television) y la Rockefeller Foundation como un núcleo de intercambio de programas entre televisiones americanas y europeas. Después de esa reunión fundacional cada año se ha celebrado una conferencia en una ciudad del mundo, con una muestra de contenidos que progresivamente se ha ido abriendo a televisiones públicas de todos los continentes. El resultado es un encuentro de profesionales e interesados en el tema donde se dan a conocer nuevos formatos y se intercambian ideas, siempre con el ojo puesto en la noción de servicio público, por un lado, y la originalidad de las propuestas, por el otro. Pues bien, una serie de muestras hijas del INPUT, los Mini-Inputs, recogen cada año la mejor cosecha de dicha conferencia y la proyectan en más de treinta países; en nuestro caso se trata del Miniput, celebrado en el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB) el pasado 5 de diciembre.
El Miniput, organizado entre universidades y cadenas de televisión, llegaba este año a su edición número 15 y, como ha hecho las últimas veces, concentró su programación en una única sesión maratoniana que duró todo el día, de 9 de la mañana a 10 de la noche, con una pausa de una hora para desayunar, encadenando sin descanso presentaciones, proyecciones y debates (1)↓. Por eso, uno de los programas menos vistos fue Nothing to lose (TBS, Pieter Kuijpers, 2008), telefilme emitido por la televisión holandesa BNN que el Miniput programó entre las 14:00 y las 15:30. Nothing to lose cuenta la historia de un paciente acusado de matar a su padre que se escapa de un psiquiátrico; mientras la policía lo persigue, coge a una adolescente como rehén, con la cual entabla una relación afectiva llena de sombras y cariño, de miedo a la traición e historia de amor a partes iguales. Unos individuos complejos, imprevisibles, en una historia rica en matices y ambigüedades a menudo ausentes en la pequeña pantalla, pero proyectada a la hora de comer y sin un debate posterior: una decisión triste pero lamentablemente lógica, pues Nothing to lose estaba más cerca del terreno cinematográfico que del televisivo: sin la ambición estética de la gran pantalla pero desconectada de la pequeña: ni serialidad, ni directo, ni brevedad.
1. Sin miedo a la basura
Pongamos por caso que observamos un tema parecido desde una óptica completamente distinta: diez personas encerradas en un castillo deben hacer varias pruebas y, gracias a ellas, tres psiquiatras expertos deben decidir cuáles son los cinco con desequilibrios mentales diagnosticados. Este era el planteamiento de How mad are you? (Rob Liddell, 2008), una atractiva propuesta de la BBC que generó opiniones de varios colores y un interesante debate posterior. Por un lado, el programa parecía convertir a los pacientes en meros muñecos de un juego, un entretenimiento para psiquiatras y espectadores: una prueba al aire libre con pistas, un juego fotográfico para detectar trastornos alimentarios y un test con bolitas de colores, todo ello para encontrar al depresivo, al bipolar o a cualquier otro de los enfermos diagnosticados. Tanto los médicos como nosotros nos convertíamos, pues, en participantes de este perverso juego de adivinanzas, en expertos que, como diría Walter Benjamin, evalúan lo que ven en pantalla. Pero en el tramo final del programa esta distracción se giraba contra todos nosotros: los psiquiatras se equivocaban en sus diagnósticos y el público en sus quinielas; los que parecían víctimas de un trastorno estaban sanos, mientras que algunos enfermos diagnosticados habían pasado desapercibidos. El experto en psicología había fallado, pero también la evaluación visual de cada espectador. La fragilidad de la ciencia y los prejuicios quedaban al desnudo.
Uno de los temas comentados en el debate posterior fue la estética chillona, ligada a un cierto exhibicionismo y pornografía de la representación, algo que, sin duda, el programa aprovechaba. Y a esto debemos añadir varias objeciones a la selección de los concursantes y su presentación a lo largo del espacio, que desde una postura nada inocente conducía nuestra atención para luego sorprendernos tanto como a los psiquiatras. Nada de esto se puede negar: probablemente How mad are you? es un espacio plano y superficial, que banaliza las enfermedades mentales. Alguien en el público comentó que era mucho más enriquecedor un programa de tipo documental que siguiera las vidas de los enfermos y nos demostrara que pueden llevar un día a día como todos nosotros. A pesar de todo, ¿podemos negarnos al gamberrismo de la propuesta? ¿Lo habríamos encontrado en un espacio más riguroso? ¿Qué formato nos habría dejado más clara nuestra tendencia al prejuicio? How mad are you? es un ejemplo perfecto de cómo desde la televisión más comercial puede articularse un discurso subversivo. Un concurso que era superficial, trivial y exhibicionista precisamente para cuestionar la superficialidad, la trivialidad y el morbo de nuestra forma de ver.
Este tipo de realities de alto voltaje es un sello habitual del INPUT. Esta vez el riesgo de How mad are you? se completaba con el de dos formatos en el fondo similares: Zero complaints (Bulman Zero, Ki-yeon Sung, 2008) y The verdict (Asehullujen paratiisi, Tuukka Ristimäki, 2008). El primero era un espacio coreano de defensa del consumidor con presentadores enloquecidos, estética delirante y un tono entre reivindicativo y juguetón. El segundo, un espacio finlandés que valoraba las acciones de los políticos con pequeños juicios hechos en plató. En ambos la televisión ganaba el estatuto de arma de denuncia social, ya sea de empresas o gobiernos. Y en ambas los mismos temas de fondo: ¿hasta qué punto una denuncia puede estar tan espectacularizada como en Zero complaints?, ¿cómo se puede juzgar la compleja acción de un político en un espacio de media hora?, ¿no se está simplificando tanto la defensa del consumidor como la labor de un ministro? Es posible, pero sin estos gritos salvajes la televisión perdería gran parte de su interés. Alguien tan apocalíptico como Neil Postman decía lo siguiente: “Así que no hago objeción alguna a la basura de la televisión. Lo mejor de la televisión es su basura, y nadie ni nada está seriamente amenazado por ella. […] la televisión se halla en su punto más trivial y, por lo tanto, más peligroso, cuando sus aspiraciones son elevadas y se presenta a sí misma como la portadora de importantes conversaciones culturales” (2)↓. No compartimos aquí la postura de Postman hacia los medios audiovisuales, pero su(( defensa de la basura es interesante: en un medio que la mayoría de veces, y a causa de su formato, simplifica las informaciones, son saludables espacios que, sabiendo que se mueven en el más puro entretenimiento, ataquen directamente el poder: de las empresas, de los políticos, de los científicos, de nuestra forma de ver. Quizá se trate de perder el miedo a la basura, siempre que esta huela fuerte y moleste lo suficiente. Sacrificar algo del rigor a favor de lo lúdico y lo agresivo.
Posiblemente esto pensaron, aunque esta vez sin una intención crítica, los creadores de Can’t get you out of my head (Landeplage, Truels Zeiner-Henriksen, 2007), uno de los programas más bien recibidos en la edición de este año del Miniput (3)↓. Can’t get you out of my head es un espacio musical noruego que en cada emisión analiza un hit popular del país nórdico, empezando por el más internacional de todos, el Take on me de A-Ha. Su tono desenfadado, alegre, exagerado, casi de cartoon, configuraba un programa lúdico que no renunciaba a la divulgación, incluyendo un análisis de su ritmo explicado por un investigador universitario. En otras coordenadas, el acercamiento del documental Chicago 10 (Brett Morgan, 2008) al juicio de los promotores de las revueltas alrededor de la Convención Nacional Demócrata de 1968 tenía también un tono juguetón, en este caso reforzado por la necesidad de contar con animación unos hechos, el juicio, de los cuales no se conservan imágenes. Después de la proyección de esta pieza, Manuel Huerga, realizador catalán, afirmó satisfecho que se había perdido el respeto al documental, ya que Chicago 10 se permitía el collage de formatos y épocas (la música de Eminem o Rage Against the Machine).
Quizás se trate de eso, de perder el respeto, de tratar los temas sin miedo a reducir su complejidad, eso sí, siempre que de ello brote algo, ya sea crítica o divulgación. Una valentía que no encontramos en Crystal world (Svetlana Bychenko y Alexander Gundorov, 2008), un documental ruso sobre el cierre de una fábrica de cristal que combinaba las imágenes del proceso de elaboración de las figuras con música clásica o derivada del mismo cristal. Una pieza bella al principio pero poco original en conjunto, pues la asociación entre fabricación delicada y artesanal y las piezas orquestales que la acompañaban no sugería nada nuevo ni sorprendía al espectador. Una buena muestra de cómo merece la pena apostar por las locuras antes comentadas que por las apuestas seguras.
2. Confrontación política
Uno de los fundamentos de The verdict, la yuxtaposición y el contraste entre posturas políticas, fue esencial en dos espacios que tenían como centro el conflicto árabe-israelí. El primero fue Gaza / Sderot – life in spite of everything (Gaza-Sderot – la vie malgré tout, Joel Ronez, 2008), un documental para la Red creado por Arte y algunas productoras israelíes y palestinas. Durante diez semanas se fueron colgando diariamente en la página web dos piezas breves, de aproximadamente dos minutos cada una: una mostraba algún acontecimiento cotidiano de los palestinos de Gaza; la otra, el día a día de los israelíes de Sderot. El diseño de la página es ejemplar al respecto: sobre una línea que ejerce de frontera entre ambos vídeos se sitúa la franja temporal, donde el espectador puede escoger la jornada que más le interese. Y lo mismo se puede hacer optando por un personaje (las piezas siguen la vida de varios individuos que siempre son los mismos), navegando por un mapa o escogiendo un determinado tema. El resultado es un inmenso fresco de la cotidianeidad de los dos bandos, donde la guerra se filtra con mayor o menor intensidad y las historias se contraponen sin buscar necesariamente sus contrastes.
La hermana de Gaza / Sderot en el Miniput fue la obra de Chaim Yavin que, desde unas coordenadas completamente distintas, llevaba a cabo en su pieza Land of the Negev (2008) el mismo ejercicio de confrontación de las realidades palestina e israelí para procurar entender una situación que prácticamente parece insoluble. Yavin fue durante cuarenta años presentador de los informativos en la televisión israelí, un auténtico líder de opinión que en 2008 se retiró para dedicarse a investigar por su cuenta, algo que ya había hecho anteriormente con la serie Land of the settlers (2005). El resultado fue ID Blues, una serie de cinco episodios de los cuales el primero (My blood is red like yours) se proyectó en el Input y el segundo (Land of the Negev) en el Miniput. Como si fuera el viejo Clint Eastwood que en Gran Torino (2008) decide visitar a sus vecinos hmong, Yavin viaja con un equipo reducido a entrevistar a árabes que viven en Israel: el esfuerzo de Yavin por comprender al Otro es considerable, en un viaje lleno de grises donde prima siempre la voluntad de contrastar opiniones entre palestinos e israelíes. En todos los casos su método es la provocación, el desacuerdo, la pregunta punzante, algo que Yavin, presente en el Miniput, reconoció posible gracias a su figura conocida y su trayectoria intachable: partir del establishment para cuestionarlo, labrarse una reputación en informativos para luego acceder a lo que no se muestra. ¿No encontramos aquí el mismo movimiento que efectúa la BBC que, desde posturas de prestigio, se atreve a provocar con How mad are you?? ¿No se trata, como en los casos que hemos visto antes, de partir de lo seguro -un formato de concurso, una estética alegre, un presentador conocido- para adentrarse de lleno en los terrenos pantanosos de la polémica?
Y ahí es donde aparece la que, aunque no generó gran expectación, quizás fuera la mejor pieza del Miniput de este año. Hace algún tiempo, al realizador Pavel Medvedev le pidieron que cubriera el encuentro del G-8 celebrado en San Petersburgo en julio de 2007, uno de los principales acontecimientos políticos en Rusia ese año. Ahora bien, Medvedev, en lugar de conformarse con un reportaje informativo al uso, puso su atención en todo lo que los telediarios omiten, ya sea por duración o incomodidad, y el resultado fue una maravilla titulada Unseen (Nezrimoe, 2007). En primer lugar, montó las llegadas y las sesiones fotográficas de los políticos sin prisas, observando reposadamente estos pequeños acontecimientos; como se dijo en los comentarios posteriores a la proyección, vaciaba de sentido las imágenes de los informativos porque no había allí un discurso oral o un montaje rápido que sirviera de enlace y, por ello, los políticos parecían muñecos, títeres de los flashes fotográficos y de los rituales protocolarios, aquí mostrados en toda su desnudez mecánica; a la vez, esto nos permitía ver a Bush o a Putin no como políticos, sino como seres humanos perdidos en algo que no acaban de entender, sin saber qué decirse cuando se sientan a la mesa. Pero Medvedev no se quedaba ahí y a este absurdo político oponía las imágenes de un cementerio que tuvo que permanecer cerrado durante el encuentro: las fotografías de los difuntos, sus expresivos rostros, creaban una humanidad ausente que se oponía a la rígida gestualidad protocolaria, además de impregnar la pieza de un componente fantasmal fácilmente transmisible a los jefes de estado. Al terminar el documental, en el espectador queda la sensación de que todo fue completamente inútil y absurdo y, quizás por ello, Medvedev fue destituido tras realizar esta pieza excepcional: un hecho absolutamente televisivo, un encuentro de líderes políticos, deviene prácticamente una historia de ciencia ficción. Aquí ya no se trata de articular un nuevo discurso desde los cánones establecidos, sino que Unseen va mucho más allá: parte de la televisión, se adentra en un experimento que rebasa las fronteras del medio y, desde ahí, articula un discurso crítico sobre este.
3. Próximamente
Después de todo un día de televisión, la maratón terminó con Liverpool Nativity (Richard Valentine, 2007), un acontecimiento festivo con marca de la BBC: el nacimiento de Jesús puesto al día, situado en varios escenarios de Liverpool, con canciones contemporáneas (algunas de ellas de The Beatles) y retransmitido en directo bajo la batuta de un ángel San Gabriel hablando a las multitudes. Un espectáculo con muchos ecos de Flashmob: The opera (Phil Chilvers, 2004), proyectado en el Miniput 2005, que explicaba en directo una historia de amor convertida en ópera y situada en la estación de Paddington. Liverpool Nativity es menos original y más calculada y su tono festivo fue una opción ligera para cerrar un día entero de proyecciones donde se confrontaron subversión y banalidad, experimento y formato, sorpresa y convención; todo ello para, contradiciendo a Godard, hacer un poco de memoria sobre la televisión del último año.
De todos modos, para cerrar realmente esta edición del Miniput, tenemos que apuntar una última idea. Recuperemos Gaza / Sderot – life in spite of everything y digamos que no fue proyectada en un pase convencional, sino dentro de una sesión de navegación por la Red en la que se mostraron experiencias parecidas de Arte y otras cadenas. Lamentablemente, los problemas informáticos frustraron la sesión, pero la cuestión resonó en el posterior debate sobre la ficción española y catalana (empezado con la excusa de Frankie -Darren Thornton, 2007-, un cortometraje a medio camino entre realismo social y surrealismo que no despertó gran interés) y en The verdict, donde, después del juicio en plató, la audiencia debía tomar la última decisión (no vinculante para el acusado) votando en la página web. Todo ello puso sobre la mesa que el futuro (quizás el presente) se encuentra en Internet y que la brevedad y la interactividad, sus rasgos distintivos, van a determinar próximamente el mundo de la televisión. A alguien se le ocurrió preguntar por el papel que jugarían entonces las cadenas. Buena pregunta: esperemos que futuras ediciones del Miniput continúen planteándosela.
(1)↑Debemos señalar aquí la poca presencia de invitados respecto a otras ediciones, ya que solo asistieron los responsables de Can’t get you out of my head y Land of the Negev. Tampoco hubo prácticamente mesas de debate (solo una dedicada a la ficción televisiva), pero no se echaron en falta, ya que el público participó activamente, a veces incluso dando buenas ideas para mejorar los programas proyectados.
(2)↑ POSTMAN, Neil: Divertirse hasta morir, Llibres de l’índex, Barcelona, 1998, pág. 21.
(3)↑ Con buen ojo, Televisió de Catalunya ha comprado el formato para adaptarlo al territorio catalán y así lo informó a lo largo de la jornada.