Mala sangre / Beau travail

La danse

 

 

Denis Lavant posee un rostro perturbador, pero está claro que su poderío expresivo procede más bien del trabajo del cuerpo, la gestualidad, la manera de moverse. Puro físico. Estoy segura de que esconde algún gen felino porque controla cada músculo, cae siempre con elegancia. Un magnetismo extraño.

En Mala sangre (Mauvais sang, Leos Carax, 1986) y Beau travail (Claire Denis, 1999), su cuerpo se encuentra enfrentado a otros cuerpos totémicos: algunos más estropeados,  como el de Michel Piccoli o Michel Subor; los otros, jóvenes y fuertes como el de Grégoire Colin y los demás legionarios. Él, atrapado en el medio. Su cuerpo, sin la veteranía de los unos ni la juventud de los otros. Deseoso de todo ello.

Dos películas de puro disfrute estético, con tonalidades opuestas (frío-calor): una trabaja sobre los colores de la bandera de Francia, la otra sobre la Francia en el extranjero. Pero en las dos está presente el (c)olor de la carne y el cuerpo sublimado. Carne deseosa de ser amada, acariciada y poseída.

Los espejos y los cristales recolectan la vanidad proyectada en ellos. En Beau travail, la discoteca está plagada de espejos, a los cuerpos les encanta mirarse mientras bailan. Un acto de puro hedonismo, sin ningún tipo de complejo, compartido por todos, ellos y ellas. El baile consiste aquí en gustarse a uno mismo y gustar a los otros. En Mala sangre, el baile tiene un componente de liberación, de rabia juvenil. Ya no se trata de bailar, sino de correr. De liberar adrenalina y escapar hacia cualquier lugar.

Del reflejo de unos cuerpos en otros y del suyo propio en dos películas separadas por más de diez años, se desprende una reflexión sobre el paso del tiempo que todo lo aniquila. Inevitable que en ambos casos derive en muerte. Uno se sabe derrotado, el otro se deja derrotar por amor: “Con el tiempo, el cuerpo deseado pronto desaparecerá” (1). Muerte por envidia que es muerte por amor al cuerpo del otro.

(1) Sans soleil (Chris Marker, 1983).