Los animales humanos de Painlevé

Soy un pulpo

Idea y texto: Carles Matamoros
Montaje: Covadonga G. Lahera

 

 

No son pocos los cortometrajes en los que Jean Painlevé jugó con la idea de lo antropomórfico, con descubrirnos cómo determinadas criaturas se asemejan en sus formas y gestos a los seres humanos. “Bailar, como ocurre con otros animales, es una forma de encontrar pareja”, nos dice jocosamente el narrador de Acera o el baile de las brujas (Acéra ou Le bal des sorcières, Jean Pailevé y Geneviève Hamon, 1972) y lo cierto es que es fácil maravillarse con los movimientos de estas caracolas marinas, que en nuestra mente se confunden con las bailarinas serpenteantes del cine primitivo. Sin embargo, el tono desenfadado que desprenden las imágenes del cineasta francés no debe llevarnos al engaño: la otredad animal de su cine sabotea nuestra mirada antropocéntrica.

Las similitudes entre un tentáculo y una mano alcanzan, pues, otra dimensión cuando Painlevé logra que se nos revele, progresivamente, el modus vivendi de ciertos animales. Estos se comportan, en numerosas ocasiones, de un modo implacable siguiendo la lógica de la cadena trófica —“devoras o eres devorado”— y lo hacen ante nuestra mirada sorprendida, que ya se había encariñado con ellos. Así, lo que, en un principio, era un símil cómico se convierte repentinamente en una agresión a la seguridad del espectador, a la seguridad de nuestra especie, que se ve interpelada por unas acciones animales que no le son tan ajenas como desearía. Se deshace entonces “nuestro deseo de distinguirlos claramente a ellos de nosotros” (1). Porque, más allá de la simple identificación, lo que se pone en duda es nuestra singularidad, aquello que nos hace únicos.

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Las imágenes que componen nuestro montaje eluden el horror mostrado por el cineasta francés en algunos de sus mejores trabajos (pienso en El vampiro —Le vampire, 1945— y Asesinos de agua dulce -Assassins d’eau douce —1947—, dos filmes contagiados por las catástrofes de la Segunda Guerra Mundial), pero no renuncian a un juego antropomórfico que acaba por situarnos (a nosotros, a los seres humanos) al nivel del resto de las especies. ¿O es que acaso no nos une la muerte (la del pulpo y la del soldado)? ¿Y no lo hace también la emoción del nacimiento (el de un caballito de mar y el de un bebé)? Por no hablar de la belleza, que resulta tan resplandeciente en las caracolas como en las bailarinas. ¿Qué nos queda entonces? ¿El sexo, quizás? No lo parece viendo la célebre escena de Holy Motors (2012). ¿Están ustedes seguros de que Carax, Lavant y Zlata no se inspiraron en la reproducción de los pulpos? No somos nada.

© Covadonga G. Lahera y Carles Matamoros, junio de 2013

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(1) RUGOFF, Ralph, «Fluid Mechanics», en MASAKI, Bellows y MCDOUGALL, Marina, Science is Fiction. The films of Jean Painlevé, ed. Brico Press, San Francisco, 2000.