Las Up Series

Cuerpos, vidas, imágenes de 7 en 7

 

007

Hay personajes que sobreviven y se convierten en ídolos de varias generaciones. Si preguntáramos a cualquier persona cuál es su agente británico favorito, probablemente la gran mayoría, tengan la edad que tengan, responderían que se trata de James Bond. Quizás sea así porque es un individuo sin sello de caducidad, que se ha embarcado en misiones desde hace casi 50 años y al que nunca se le ha permitido envejecer demasiado (Roger Moore a parte), renovándose cada cierto tiempo sus intérpretes, de Sean Connery a Daniel Craig. El fenómeno es análogo al de las películas de Batman y no deja de resultar curioso, sugiriendo que los personajes no envejecen pero sí que cambia el mundo donde viven, como si el protagonismo les inyectara un elixir de eterna juventud.

Los cuerpos de los superhéroes, que necesitan ser renovados, son la prueba de que el cine es, junto a la fotografía, un medio privilegiado para registrar el paso del tiempo, la inscripción de los años sobre las pieles, los cambios de una persona a lo largo de su vida. Son muchos los cineastas que han paseado la cámara por la lenta evolución de los cuerpos de sus actores, de John Ford a François Truffaut, pasando por Federico Fellini o, encuadrándose a sí mismo, Charles Chaplin. Algunos han efectuado dípticos donde esta cuestión pasaba a primer plano, como Ingmar Bergman con Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973) / Saraband (2003) o Richard Linklater con Antes del amanecer (Before sunrise, 1995) / Antes del atardecer (Before sunset, 2004). De hecho, este último se encuentra embarcado, desde 2001, en un proyecto en el que filma el crecimiento y la evolución de un niño a lo largo de 12 años. La película, con el título provisional Boyhood, prevé terminarse en 2013 y, aunque no sabemos cuál será el resultado, parece que solo por la idea ya merece la pena.

El director de El mundo nunca es suficiente (The World Is Not Enough, 1999), una de las últimas películas de James Bond, es casualmente Michael Apted, responsable de un proyecto parecido al de Linklater pero muy anterior en el tiempo. Se trata de las Up Series. En 1964, la franquicia de televisión privada Granada Television lanzó, dentro del espacio “World in Action”, el programa Seven Up!, dirigido por Paul Almond. La pregunta que servía de arranque era la siguiente: ¿hasta qué punto la democracia británica había eliminado las diferencias de clase? Para responder esta cuestión se entrevistó a quince niños y niñas de siete años pertenecientes a distintas clases sociales (1); los muchachos hablaban de su vida en el colegio, contaban qué hacían en su tiempo libre y revelaban qué querían ser de mayores. El propósito era crear una pieza política, transgresora, que mostrara cómo en los rostros, las palabras y las charlas de los niños se encuentran ya las semillas de su futuro rango social. Pero la idea de las Up Series aún no había nacido: fue siete años después cuando a Apted se le ocurrió recuperar a esos niños y filmarlos de nuevo para ver qué había sido de sus vidas. Y eso es lo que él ha venido haciendo cada siete años. 14, 21, 28, 35, 42 y, por el momento, 49, resultando de cada encuentro un documental de cerca de dos horas, excepto en las tres primeras ediciones, más breves. La próxima entrega, 56 Up, pretende empezarse a grabar a finales de 2011 o inicios de 2012.

 

7 + 7

En un principio, ocurre con las Up Series lo mismo que nos puede pasar con el proyecto de Linklater: se trata de una idea tan sencilla y a la vez tan rica que por sí sola ya merece nuestra atención. Desde el terreno televisivo se ha trabajado algo puramente cinematográfico, prácticamente de ontología de la imagen en movimiento: el registro de cuerpos por parte de la cámara, la creación de figuras inmutables en la pantalla mientras sus modelos van creciendo lentamente y cómo el seguimiento paciente puede deconstruir esta evolución, separar sus capas, mientras la realidad física nos presenta su resultado compacto; como si en lugar de contemplar una escultura asistiéramos al lento trabajo del artista y retratáramos sus fases, desde el mármol de base a la obra final. Por eso Apted recupera, en cada nuevo episodio de las Up Series, las imágenes de los precedentes. Es así como sus personajes crecen primero y envejecen después, delatando y haciendo palpable el paso del tiempo. Aunque, como en el caso de la escultura, hay algo que permanece, como el color del mármol: por ejemplo, la mirada traviesa del niño del East End se mantiene inquebrantable de los 7 a los 49 años. Y en cada uno de los protagonistas podemos adivinar rasgos de cuando eran pequeños, ese tipo de conocimiento que solo se tiene de las personas con las que hemos tratado desde hace mucho tiempo.

Y eso es algo que resulta fascinante, especialmente para aquellos que amamos ver fotografías o filmaciones pasadas no tanto para evocar un recuerdo, sino para recuperar rostros y constatar cómo el tiempo ha trabajado sobre ellos. En las Up Series, la realidad se convierte en coautora de las piezas. Parece una obviedad, pero no lo es tanto: por regla general, cuando un cineasta se enfrenta a un documental, escoge unos escenarios, unos personajes y, en función de su método y habilidad, deja que lo no calculado penetre en la filmación. Pero el material de base ya ha sido escogido previamente. En el caso que nos ocupa, este también fue seleccionado, pero mucho tiempo atrás: no ha habido nuevas incorporaciones desde 1964 y, por lo tanto, la evolución del programa, de las historias que cuenta, es el resultado de las lejanas elecciones del primer capítulo y aquello que la realidad ha hecho con ellas. Y, por eso, cuando en esta narrativa relativamente dejada al azar aparece un caso extraordinario, aquel que despertaría el interés de cualquier documentalista, la emoción es todavía más grande, porque sabemos que cayó en manos de Apted por intuición o azar, por el mero capricho de la realidad con la que él decidió lidiar. Y ese es el caso de uno de los muchachos, aunque no vamos a revelar su identidad, pues hacerlo frustraría al lector una de las grandes bazas de las Up Series.

 

7bis

Este poder de la realidad provoca también el efecto contrario: que el documental se desplace lentamente hacia el acomodo, la rutina, el sedentarismo de vidas ya establecidas, resueltas, ajenas al riesgo. Y mientras baja la intensidad del ritmo vital, no lo hace el período entre filmación y filmación. Es por eso que a partir de 28 Up (1985) empezamos a sentir miedo de que 7 años sea demasiado poco, de que un capítulo sea un simple eco de su precedente, de que el conjunto pierda interés porque las vidas de sus personajes no han cambiado. Especialmente cuando nos damos cuenta de que el propósito inicial del programa, el de ver cómo los niños o niñas se situaban socialmente, ya está alcanzado. Y también cuando vemos que la historia nacional o mundial, que sí que cambia constantemente, no aparece nunca, exceptuando casos concretos, como el del niño del East End que, de mayor, lamenta la multiculturalidad del barrio en el que creció.

Pese a todo, en líneas generales la emoción no decae demasiado, en parte por la inclusión de elementos nuevos en cada capítulo (un viaje determinado, un encuentro entre dos personajes, etc.) y, también, porque hay algo que subsiste más allá de los 35, los 42 y los 49: la vida personal, las relaciones de pareja, la educación de los hijos. Y, en un primer momento, eso, más que tranquilizarnos, nos alarma. Al ver que, pese a que las intenciones iniciales del primer episodio ya están colmadas, continuamos pegados a las vidas de estos muchachos, a sus trayectorias cada 7 años. Tememos encontrarnos ante un espacio rosa, que aborda vidas privadas sin que se pueda aprender nada nuevo con ello, que instrumentaliza a una serie de personas que fueron escogidas siendo niños para saciar nuestra curiosidad de espectadores. Algunos de sus protagonistas se han dado cuenta: en los últimos capítulos lamentan haber participado en el programa, una pesada roca que los tiene atados de por vida a la opinión pública (2). Uno de ellos, que aparece en la serie intermitentemente, lo compara con Gran Hermano y cínicamente admite que él solo ha accedido a participar para hacer publicidad de su asociación caritativa. Otro, que precisamente trabaja haciendo documentales para la BBC, dejó de colaborar tras los primeros episodios (3). Y más de uno lanza recriminaciones amargas al director. Como Apted reconoce en una entrevista, el auge de los reality shows entre 42 Up (1998) y 49 Up (2005) creó problemas para la realización de la última edición. ¿Nos encontramos ante un reality veterano maquillado de documental social? ¿O con un espacio televisivo cuya riqueza puede verse embrutecida por sus frívolos semejantes? Que desde 2001 Apted dirija Married in America, un espacio que sigue la trayectoria de varias parejas cada cinco años, pone todavía más difíciles las cosas (4). Tampoco ayuda su aparición en las piezas, que se limita a una fría y distanciada voz en off que, a veces, saca conclusiones aceleradas por su cuenta. Por no hablar de determinadas prácticas documentales altamente cuestionables como la irreprimible pulsión de futuro que anima sus entrevistas, preguntando a las parejas si creen que se divorciarán para usarlo años después en caso de que así suceda.

 

7 x 7 = 1

Hay, pues, muchos puntos resbaladizos en las Up Series. Puntos que de forma simplista nos llevarían a tacharlas de sensacionalistas, previsibles, frívolas. Pero nos resistimos a hacerlo. Uno de los motivos es que en el mismo programa se incluyen las quejas o críticas de sus protagonistas, convirtiéndolo en un espacio honestamente autocrítico. Por otro lado, como ocurría en el caso de los cuerpos, es necesario subrayar la dimensión temporal: cada capítulo no solo recoge impresiones sobre la vida, el amor, la familia, el trabajo o la educación de personas de distintas clases sociales, sino que confronta estas declaraciones con las que hicieron sus autores 7, 14, 21 años antes. Se crea así un juego de espejos entre pasado y presente: en su superficie se reflejan cuerpos jóvenes y viejos, ambiciones y realidades, deseos y frustraciones, que cada siete años ganan en matices y que alcanzan puntos cumbre cuando sus individuos comentan las imágenes de anteriores ediciones. Además, a partir del tercer episodio se produce un cambio importante de estructura: en lugar de dividir el capítulo en bloques temáticos donde se confrontan las opiniones de los distintos niños, la división se efectúa por personajes y cada uno se enfrenta consigo mismo, con su yo del pasado. Lo que entonces se pierde de mosaico social se gana en dimensión temporal y personal, y constatamos algo que parece tópico: que todas las historias son interesantes, siempre que se les dedique el debido tiempo; y, aunque intermitentemente, 40 años no es poco.

Y este juego de espejos hace que las Up Series no sean un conjunto de documentales, sino una sola pieza que se va desarrollando con los años. No se trata, como en el caso del díptico de Joaquim Jordà Numax presenta… (1980) / Veinte años no es nada (2005), de dos películas distintas y algo complementarias entre sí, que desde su aislamiento pueden comentarse la una a la otra, sino de un continuo work in progress que se construye por capas y cuyo desenlace todavía no adivinamos. Por eso en cada capítulo se cuenta la historia entera de todos los personajes, recogiendo lo mejor de las ediciones precedentes y actualizándolo. Por eso hay montajes de imagen que se mantienen intactos de un episodio a otro, añadiendo en el segundo la capa temporal correspondiente. Por no hablar de las secuencias del zoo y del parque, que se usan en casi todos los capítulos como apertura y cierre, y de la recuperación, a partir de 28 Up, de la imagen de presentación de World in Action que inauguraba el primer capítulo.

Un funcionamiento por capas que consigue interesantes contrastes entre cuerpos, ideas, situaciones. Y también entre imágenes, pues el primer episodio presenta una puesta en escena mucho más libre y, a su vez, elaborada, que la de sus sucesores. Del mismo modo que los niños de 7 años, llenos de espontaneidad e imaginación, van perdiendo estos atributos con el paso del tiempo, a partir del segundo episodio la creatividad visual de la serie cae en picado. Algunas de las imágenes de 1964 son memorables: un grupo de niños moviéndose por una estructura de barras de madera mientras la voz en off habla de la vida a los siete años; el acercamiento al rostro de un muchacho que sigue una rígida disciplina gimnástica; la cámara subjetiva que se acerca corriendo a la cola de niños a la puerta del colegio, o el cúmulo de cuerpos colgados de una cuerda dando vueltas sin cesar. Hay en las imágenes de Seven Up! algo de ese juego infantil, de descubrimiento, de energía. Y a partir del segundo episodio, todo ello se pierde en beneficio de planos más anquilosados, previsibles, que no se graban en la memoria del mismo modo; episodios con la misma identidad visual que, si bien reflejan la evolución emocional de sus protagonistas, se niegan a cambiar con ellos, a mostrar en su yuxtaposición la evolución del lenguaje televisivo. Dando un voto de confianza, podemos pensar que esta rigidez estética pretende no despistar sobre el verdadero objeto de la serie, que son sus personajes y su evolución. Y a lo mejor por ello nos hemos resistido, a lo largo de este artículo, a dar datos sobre los individuos y sus historias, pues este es el gran valor del proyecto de Michael Apted, más que las escasas ideas visuales o narrativas de las piezas.

Llegados a este punto, no deja de asaltarnos una duda terrible: ¿Son realmente valiosas las Up Series? Desde el punto de vista antropológico, parece que sí. Desde el registro de los cuerpos, parece que también. ¿Nada más? Nos resistimos a ello, pero no deja de asaltarnos la duda de que quizás solo se trate de los réditos de una buena idea de hace 40 años. Unos cuerpos que cambian por sí solos, unas vidas que cambian por sí solas y una cámara algo perezosa que no se altera, un funcionamiento narrativo inmutable. Una buena idea que data de los años 60 y que todavía no se ha cerrado del todo. Y es que, quizás, 70 Up o 77 Up o donde sea que se cierre el ciclo, será la película del siglo XX que habrá tenido un rodaje más largo, un trabajo de varias décadas con descansos programados de siete años.

 

 

(1)  Más adelante Apted, que buscó a algunos de los niños, ha lamentado haber escogido pocos representantes de las clases medias y pocas mujeres, con lo cual el fresco social es menos completo.

(2)  De todos modos conviene reseñar que la participación es voluntaria y, desde 28 Up, remunerada.

(3)  Hubo otros dos participantes que dejaron de colaborar después del primer y del cuarto capítulo, respectivamente, de modo que en 49 Up solo aparecen 12 de los 15 participantes iniciales.

(4)  No es el único espacio que ha seguido la fórmula de las Up Series. Entre otros casos, en los años 90 se iniciaron proyectos parecidos y todavía activos en Rusia, Japón y Sudáfrica.