La red social

Dime el poder que tienes y te diré quién eres

 

¿Quién es el creador de Facebook? ¿Quién es Mark Zuckerberg? En la ficción que crea La red social (The Social Network, David Fincher, 2010), este chico es uno más de tantos personajes cinematográficos que encarnan el drama de la subjetividad occidental del siglo XX incapaz de conectar plenamente con el mundo, sin vivir y estar verdaderamente “en” él. Personajes como el de Travis en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Henry Spencer en Cabeza borradora (Eraserhead, David Lynch, 1977) o Leonard en la más reciente Two Lovers (James Gray, 2009), así como también el Ed de Ed Wood (Tim Burton, 1994), son ejemplos de cómo el sujeto moderno trata de situarse frente al mundo siendo incapaz al mismo tiempo de penetrar en él. De esta problemática, que ha sido objeto de reflexión para gran parte de la tradición filosófica del siglo XX (Husserl, Heidegger, Sartre, Vattimo), nace la tragedia del protagonista del nuevo filme de David Fincher. Mark ve circular la vida ante él sin poder vivir en ella, incapaz de conectar con el mundo y sus individuos. De ahí nace todo su inmenso movimiento de creación: crea, desde su búsqueda de conexión-aceptación, un foro de sentimientos, de emociones, de vidas. Y ahí radica su tragedia: crea Facebook, un universo de vidas que se pueden etiquetar, clasificar, compartir e invitar o no a compartirlas y desde su rol de Dios creador las vigila y supervisa, pero no participa de ellas. Son el reflejo opuesto de sí mismo.

No obstante, se produce otro reflejo simultáneo: los actos de Mark dibujan el perfil de un individuo inestable que, a partir de sus creaciones, oscila entre lo real y virtual, entre tener el control absoluto de ese nuevo mundo y al mismo tiempo despreocuparse caóticamente del mundo anterior, así como de todos los hechos, problemas, crisis, consecuencias y dramas que en él acontecen. Un ejemplo de ello sería cómo consigue perder a su único verdadero amigo, aquel que siempre le había aceptado, quien se había sacrificado por él y por su amistad. Mark es un sujeto inestable, caótico y enigmático y, de la misma forma que el personaje, este filme es una misteriosa mezcla de drama, tragedia y humor -eso sí, un humor irónico y sarcástico, punzante y destructor.

El espléndido guión de Aaron Sorkin (guionista de Algunos hombres buenos y La guerra de Charlie Wilson) construye una estructura tremendamente dinámica y livianamente narrada, creando una ágil sucesión de magníficas líneas de diálogo que no solo hacen que conectemos plenamente con la trama, sino que presentan a unos personajes muy bien definidos, permitiendo unas excelentes interpretaciones por parte de los actores. Jesse Eisenberg encarna a Mark con una espectacular interpretación que disfrutamos a cada gesto, guiño o comentario que hace y está perfectamente acompañado por unos brillantes Andrew Garfield y Justin Timberlake (mención especial a Timberlake, que demuestra que sus dotes interpretativas no son un mero hobby).

Al magnífico guión se le suma la excelente dirección de David Fincher, que vuelve a sacar el repertorio de tibieza, austeridad y simplicidad de formas de Zodiac (2007), sumándole un contundente dinamismo en la construcción de planos imbuidos de un enérgico y constante movimiento, solapándose y deconstruyéndose unos con otros en un excelente montaje que dota al filme de un vertiginoso, exquisito e irresistible ritmo. No menospreciemos pues el trabajo de Fincher por ser el fiel transcriptor de un excelente guión. Era necesario ponerlo en sus justas imágenes y el director no solo lo hace, sino que lo borda con un estilo nada pretencioso, sino funcional y exacto. Ni más ni menos.

Así es como Sorkin y Fincher cuentan la historia de este chico inadaptado que quiere desafiar a las clásicas fraternidades norteamericanas y a su excluyente y discriminatorio sistema de castas. Crea un club social totalmente libre, en el que cada miembro puede escoger y permitir al otro formar parte de su vida. Sin embargo, esto acaba conduciendo aun más a Mark al aislamiento, alejándole del mundo real (el mundo en el que abandona a su mejor amigo), sin perder (eso sí) su descarada e intimidante personalidad, que crece de la misma forma que su poder aumenta. Aquí radica otro de los aspectos del drama del personaje: ese poder del que se hace valedor con su creación es un poder impredecible, imposible de medir o contemplar, una facultad que aumenta de manera inversamente proporcional al conocimiento de Mark y que, por tanto, plantea un riesgo difícilmente comprensible o cognoscible.

“Definitivamente desencadenado, Prometeo, al que la ciencia proporciona fuerzas nunca antes conocidas y la economía un infatigable impulso, está pidiendo una ética que evite que su poder lleve a los hombres al desastre. (…) Lo que hoy puede hacer el hombre carece de parangón en la experiencia pasada (…). Ello hace que ninguna de las éticas habidas hasta ahora nos instruya acerca de las reglas de bondad y maldad” (1): así se refiere el filósofo Hans Jonas (2) a los peligros a los que la sociedad de hoy en día tiene que enfrentarse, pues el poder de creación y producción se ha visto tan incrementado en los últimos cincuenta años que ahora los riesgos de dicha creación se vuelven inabarcables, impredecibles e incontrolables.

De forma similar habla el autor Ulrich Beck (3) al reflexionar sobre lo que él denomina “la sociedad del riesgo”, es decir, la sociedad de hoy en día donde los riesgos del progreso se han puesto en primer plano de relevancia y en la que se debe llevar a cabo un intento de control y una ética de responsabilidades de ese poder de creación que el ser humano ha ido incrementando a lo largo de la historia. Sin control es imposible anticipar las consecuencias que irán acaeciendo. Es ahí donde radica la tragedia de Mark Zuckerberg, no solo en su incapacidad de conectar con el mundo, sino en la imposibilidad que tenía de prever el incalculable poder del que se iba a hacer portador y, por consiguiente, de las impredecibles consecuencias que dicho poder iba a poner en juego. Peter Parker lo recuerda cada día de su vida teniéndolo en todo momento presente: “Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Sobre todo cuando no se conoce exactamente de qué es capaz ese poder.

 

(1) JONAS, Hans: El principio de responsabilidad, Herder Editorial, Barcelona, 1995, pág. 15.

(2) Hans Jonas (Alemania, 1903 – EE.UU., 1993): Filósofo alemán galardonado con el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, autor de una abundante bibliografía, como El principio de responsabilidad (1995), Técnica, medicina y ética: sobre la práctica del principio de responsabilidad (1997), Pensar sobre Dios y otros ensayos (1998).

(3) Ulrich Beck (Alemania, 1944): Sociólogo alemán, actualmente profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics. Es autor de más de 150 artículos y de varios libros, entre ellos Hijos de la libertad (1999), La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad (1998), ¿Qué es la globalización?: falacias del globalismo, respuestas a la globalización (1998).

 

© Xavi Torrents Diciembre 2010