La pareja en el cine de Hong Sang-soo

Las variaciones Hong

 

“En la playa hay una mujer mirando las puestas de sol,
todas las tardes” (1).

Las variaciones Hong. El conjunto de su filmografía, como un aria que solo se conoce a través de las variaciones sobre la melodía. Películas de la misma familia, con genes recombinados. Cada una muestra una nueva cara de la ameba poliédrica de Woman on the Beach (Haebyeonui yeoin, 2006). Porque es imposible dar cuenta de la totalidad de algo como si se tendiera un mantel, que decía Barthes, con sus resaltos, trampas y callejones sin salida a la vista. Eso lo brindan los detalles: en Turning Gate (Saenghwalui balgyeon, 2002), el insignificante movimiento de una mano como abanico es lo único que activa el recuerdo de un rostro, una persona.

 Caminos circulares de la memoria y la experiencia, eternos retornos y situaciones repetidas película tras película que, en realidad, solo tienen el sentido de la huída hacia adelante. Del salto de una insatisfacción amorosa a un nuevo encuentro que enjuague el recuerdo de la anterior.

Hong filma a la gente conversando, discutiendo, equivocándose, vendiéndose y conquistando.

 Cine de palabras, pero tomadas como si fueran gestos. Su contenido importa poco o es inexacto; lo que cuenta es la acción. Mientras juegan a la vida y se mezclan, el mayor acto solidario de los personajes es hablar: como interlocutores siempre comparten plano.

Mirar y ser mirado. El hombre a la mujer y la mujer al hombre. No se atreven a tocarse. El contacto físico solo tiene sentido cuando es apasionado, para amar o hacer daño a la otra persona. Mientras tanto se conforman con desearla, idealizarla y perseguirla.

Vivir Beber como si no hubiera un mañana. Como acto social y ocasión de reunión con los demás. ¿Reunirse para beber o beber para reunirse? Beber, principalmente, para emborracharse. Y que el alcohol sirva de motor último de los impulsos: excusa y cómplice.

Breves encuentros en lugares sin personalidad. Sexo en hoteles, rincones sin nombre donde esconderse de la mirada de todos. El morbo de lo prohibido despojado de remordimientos y sentimiento de culpabilidad.

 El impulso inicial muta por etapas: frenesí, entrega absoluta y falsas promesas, decepción y adiós.

 Después, solo el vacío.

Poseer al otro. Abrazarlo tan fuerte que las dos mitades regresen a su forma esférica originaria.

 Apropiarse del otro y de su carne, conscientes de lo efímero del momento.

 Jugar a hacerse daño, desfigurar el placer.

“¿Y qué será de todo lo que hemos amado del cine?

¿Y de nosotros, que nos hemos amado de manera irresponsable a través del cine?” (2).

(1) BIOY CASARES, Adolfo: La invención de Morel, Alianza Editorial, Madrid, 2008.

(2) DANEY, Serge citado en LIANDRAT-GUIGUES, Suzanne  & LEUTRART, Jean-Louis: Cómo pensar el cine, Cátedra, 2003, pág. 7.