La calle de la vergüenza / Mamma Roma

La toma de conciencia

 

 

De Tokio a Roma; de la calle de la vergüenza al suburbio; del retrato coral al dual; de la geisha a la mamma; del callejón al burdel; de la serenidad del maestro a la rabia del aprendiz; de Kenji Mizoguchi a Pier Paolo Pasolini… Puede que la relación entre ambos cineastas no sea evidente, pero existe. No solo en lo temático, sino también en lo formal. Pero, sobre todo, en lo ético. Quizás ambos escribieron con caligrafías distintas en La calle de la vergüenza (Akasen chitai, 1956) y Mamma Roma (1962), pero el tiempo nos permite establecer una dialéctica nítida entre sus frases -entre sus planos-, una pulsión que atrae a dos directores que no solo abrieron caminos estéticos sino que también nos descubrieron una nueva forma de mirar al mundo. Más justa, más política.

Plena posguerra. Japón pierde libertades, cambia tradiciones. Llega la colonización estadounidense, pero la prostitución se resiste a morir. El barrio rojo resulta, sin embargo, un espacio molesto. Un lugar del que se reniega. Sin futuro. El salto generacional es insalvable. El hijo no comprende la profesión de la madre. Y nace el enfrentamiento. Italia no está, por su parte, mucho mejor. La miseria fascista perdura. El  mismo plano/contraplano materno-filial se repite entre la Magnani y Ettore. La reconciliación no es posible y la juventud debe huir hacia delante.

Están los edificios. Están las travesías. Están las ilusiones (no, por casualidad, al prostíbulo nipón le llaman “El País de los sueños”), pero también la realidad. Una realidad que, en ocasiones, es tan solo un runrún lejano. Pero a la que, tarde o temprano, van a tener que mirar los personajes. Sucederá al final de ambos relatos. El personaje de Magnani tomará conciencia en su rostro del paisaje desolado; tendrá una revelación. Mientras, la joven geisha virgen verá el futuro que le espera con mirada aterrada. Será el último plano de la obra de Mizoguchi. El ciclo se repite y el cine deja constancia de ello. ¿Fin?

 

© Carles Matamoros, agosto de 2009