Hunger

Espirales

Una vez más, el reto consistía en escapar. Del retrato robot del “terrorista”, del romanticismo impostado del “revolucionario”, del historicismo reducido a fórmulas causa/efecto, de la dramaturgia de qualité… de tantas cosas. En la era del espectador malicioso, del cine sin ingenuidad, el género político se ha convertido en el registro más resbaladizo, en el socio más tramposo y traicionero, en una peligrosa espiral de clichés. Así que, a los pocos minutos del comienzo de Hunger (2008), Steve McQueen ya nos ha conquistado: brilla desde las primeras secuencias la sana intención de esquivar el rol de torpe aprendiz de Costa-Gavras. El mérito adquiere su sentido si hablamos de una película en la que llueve sobre mojado, porque la huelga de hambre de Bobby Sands, el discurso despiadado de la Thatcher y el retrato del IRA más enraizado en sus principios fundacionales constituyen -de entrada- un terreno trillado, cansino, de recuerdo anodino gracias a ciertos directores de renombre.

Resituémonos: nos encontramos en el minuto quince de la ópera prima de un prometedor artista multidisciplinar, contemplando las dos caras de la cárcel The Maze (el preso aterrorizado y el carcelero sin escrúpulos). Y, para nuestra sorpresa, esas imágenes vistas mil veces vuelven a ser poderosas, como si muy pocas veces hubiéramos sido testigos de una crudeza semejante. La película continúa, y resuelto su primer tercio aún no sabemos hacia dónde nos dirigimos; la cámara presta más atención a dos presos semianónimos que a Bobby Sands, pero nosotros sabemos (porque hemos vuelto a cometer el error de consultar previamente los comentarios del film) que es el histórico activista irlandés el protagonista de esa película que vemos avanzar de un modo confuso.

McQueen ha estado jugando con los tiempos y los ritmos, seduciéndonos con una espiral de imágenes orgánicas, preparando el terreno en una jugada admirable que entendemos cuando nos lanza su mejor arma: el peso del film recae por fin sobre el protagonista cuando llega la secuencia de tres planos en la sala de visitas de la prisión, con Sands y Dominic Moran como únicas formas vivas de un espacio vacío. Veinte minutos que nos convencen definitivamente del valor de Hunger: McQueen ha evitado la aparición de Sands en pantalla en forma de mito, nos lo ha dejado ver como un personaje más, renunciando incluso a cualquier parecido físico con el personaje real. Y en el momento en que su figura nos es ya familiar, vuelca el discurso político del antihéroe en una secuencia gélida que devuelve a la palabra su verdadero valor. Todo lo que se espera encontrar en una película sobre aquellos hechos está concentrado en ese diálogo planteado al mismo tiempo desde la depuración y desde la saturación. Contexto, sustrato, historia e Historia. Lo demás, lo que importa en Hunger, son solo cuerpos y formas. El esforzado ejercicio de alfarería con excrementos, la famosa espiral de mierda en la pared, los pequeños espacios poblados por cuerpos desnudos (exaltación de la dignidad del preso político que contrasta de forma brillante con la fragilidad que transmiten esos mismos cuerpos), el imparable intercambio de objetos útiles a través de cualquier orificio de la anatomía, la imagen de aquel carcelero que vimos reír desangrándose en el regazo de su madre, o la segunda set piece particular de un McQueen fascinado por las posibilidades de los espacios claustrofóbicos (nos referimos, claro, al largo plano del empleado de la limpieza devolviendo la normalidad al pasillo encharcado de orín).

Después, la voz de Margaret Thatcher sobre un travelling que sirve de cierre. Punto y aparte, página en blanco y epílogo. A partir de aquí, el calvario: la huelga de hambre de Bobby Sands (aquello que las sinopsis nos describieron como tema central de la película, finalmente reducido a unos veinte minutos) y un cuerpo en descomposición filmado al detalle, pidiendo a gritos los paralelismos con la leyenda bíblica. Desmesura y artificio, sí. McQueen elige el camino menos indicado para llegar al fundido a negro. Pero quedan sus logros y la promesa de un autor digno de atención.