Her
Him
Tamaño natural
Contaba Luis García Berlanga en una entrevista que, tras el rodaje de Tamaño natural (Grandeur nature, 1974), decidió llevarse a casa la muñeca de látex de la que se enamoraba Michel Piccoli en la película. Durante un tiempo, Berlanga convivió con la muñeca, cambiándole los vestidos regularmente, llevándola de una habitación a otra, hasta que un día se descubrió a sí mismo diciéndole “hasta luego, chata” antes de salir por la puerta. Justo en ese momento, el cineasta supo que la cosa había llegado demasiado lejos y decidió deshacerse en el acto de la muñeca; poseer un cuerpo era una cosa, pero hablar con él era otra muy diferente… y peligrosa.
A día de hoy la situación ha cambiado bastante. De hecho, tras el visionado de Her (Spike Jonze, 2013) y tras darle algunas vueltas en la cabeza, creo que podría decirse que en el ámbito sexual, en general y en el terreno de la masturbación masculina, en particular, nos hallamos exactamente en el polo opuesto en relación a los años setenta. Excepto en las despedidas de solteros, ya no es habitual ver muñecas hinchables. Si algún conocido nos dijera que tiene una en su casa, nos parecería una desviación horrorosa mientras que si, por el contrario, descubriéramos que el disco duro de esa misma persona está saturado del porno más salvaje y extremo, nos resultaría bastante más tolerable. Todo el mundo tiene derecho a desfogarse como buenamente pueda. Eso sí, usando su propia mano y la imaginación, nada de artefactos y mucho menos de tamaño natural. Hoy, Pigmalión ya no necesita su escultura: el cuerpo de la mujer puede, perfectamente, ser una elipsis.
Miniaturas
Algo que siempre ha caracterizado la obra audiovisual de Spike Jonze es su asombrosa habilidad para tomar el pulso a lo popular y plasmarlo después en pantalla. En Her, más allá del vestuario, la banda sonora y otros elementos susceptibles de convertirse en el must have de la temporada, es en la elección de los actores donde esto se percibe con más fuerza. Tenemos, por un lado, a la figura de Theodore Twombly interpretada por Joaquin Phoenix, cuya sola aparición ya remite a un pasado turbulento de dudas, aislamiento y soledad externo a la propia película (véase I’m Still Here, Casey Affleck, 2010). Mientras que, por otro lado, tenemos una voz que no necesita cuerpo (Scarlett Johansson). Y es que, en la actualidad, entre selfies eróticos y demás, es muy difícil pensar en un cuerpo que habite con mayor fuerza el imaginario colectivo que el de esta actriz. Desde ese “Hello, I’m here” inicial con el que se nos presenta la voz de la aplicación OS 1, ya no necesitamos más: ojos, labios, pechos, culo, caderas; todo se ordena al instante en nuestra mente para dar una presencia física a ese personaje etéreo llamado Samantha.
De la misma forma en la que Billy Wilder aprovechó la seriedad que acompañaba al rostro de Greta Garbo dentro y fuera de la pantalla para provocar la catarsis al verlo sonreír en Ninotchka (1939), Jonze saca partido a la imagen pública de estos dos intérpretes para dotar a su trabajo de un background extra, de una profundidad en los personajes apenas insinuada en la película. Twombly viene del infierno y necesita amor, y Samantha necesita recuperar el control sobre su cuerpo.
Durante un buen rato, como en el inicio de casi toda relación amorosa, la película avanza flotando en una nube romántica: risas, paseos por la playa, conversaciones nocturnas a media luz… Pero llega un momento en el que todo esto va perdiendo peso para evidenciar, una vez más, aquello que le explicaba Jeff Bridges a un productor de porno en El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel & Ethan Coen, 1998) de que, a pesar de que el futuro del sexo esté en la mente, al final todos seguimos haciéndonos las pajas con la mano. Agotado el romance ideal, Samantha necesitará del contacto físico con Theodore y este, a pesar de su reticencia inicial (el sexo virtual es más que suficiente para él), finalmente acabará cediendo a su petición. En este momento, como espectadores, muchos sufrimos súbitamente un flashback: esto ya lo he vivido, concretamente el día en que vi el primer capítulo de la segunda temporada de Black Mirror (Charlie Brooker, 2011).
En el episodio Be Right Back de la serie británica, una joven, tras la muerte de su pareja, contrataba los servicios de una empresa encargada de recopilar datos de la vida del difunto para crearle un avatar digital capaz de reemplazar su ausencia. Al igual que sucede en Her, en dicho capítulo llegaba el momento de pasar de lo virtual a lo real y la cosa se resolvía (perdón por el spoiler) con el envío de un cuerpo sintético a escala real (de nuevo Berlanga) idéntico al del joven muerto. En el filme de Jonze, una vez que Theodore acepta la propuesta de Samantha de recibir la visita de una chica que le prestará su cuerpo durante una noche, el noventa por ciento del público masculino empieza a frotarse las manos y a fantasear con la inminente aparición del cuerpo de Scarlett en pantalla. Sin embargo, cuando llaman al timbre de Theodore, al otro lado de la puerta aparece una chica (Portia Doubleday) que poco o nada tiene que ver con la voluptuosa actriz neoyorquina. Una joven delgada, de mirada triste, se cuela en casa del protagonista y, tras colocarse un audífono y una pequeña cámara en el rostro (simulando un lunar sobre el labio), empieza a interactuar con Theodore sin mediar palabra, siguiendo las instrucciones de la voz de Samantha. Obviamente, hay algo que no funciona desde el minuto cero. La disonancia entre esa voz que solo puede ser voz y ese cuerpo que solo puede ser cuerpo (1)↓ hace que lo sexual pase a ser incómodo, siniestro.
Como dice el pensador esloveno Slavoj Žižek, para que la relación sexual funcione debe haber un soporte fantasmático puesto que, cuando este desaparece, se revela inmediatamente lo absurdo del comportamiento sexual (las posturas extrañas, las repeticiones mecánicas) y el acto se vuelve imposible. Tanto para nosotros como para el personaje de Theodore, ese fantasma ha desaparecido y por ello, a partir de ese momento, la película ya no puede verse como esa fábula futurista sobre la alienación y el amor ideal del principio, sino como lo que siempre ha sido: un estudio sobre la soledad después de un divorcio.
Asumir identidades ajenas como vía de escape de una realidad desagradable ha sido siempre una constante en la obra de este cineasta pero Her, sin los juegos de espejos de los guiones de Charlie Kaufman ni las derivas salvajes hacia el terreno de los juegos infantiles de Maurice Sendak (Donde viven los monstruos, 2009), se nos muestra como el fracaso de la utopía amorosa y como la película autobiográfica que realmente es. Recordemos, además, que este es el primer guión firmado por Jonze en solitario.
Rooney Mara, la exmujer de Twombly en la ficción, empieza a parecerse obscenamente a Sofia Coppola y los ecos de Lost in Translation (película de 2003, año de ruptura entre esta y Jonze) empiezan a resonar por todas partes en Her (desde el culo de Scarlett en la introducción del filme operando como oscuro objeto de deseo hasta las siluetas de personajes solitarios recortadas frente a amenazantes moles de cemento) certificando así la condición de este filme como contraplano necesario a la versión de los hechos de Coppola. Evidenciados los mecanismos, la ficción se desmorona y la máscara de Theodore Twombly acaba por quebrarse también permitiéndonos ver con claridad a la única persona que ha estado siempre tras ella: Adam Spiegel, el tipo recién divorciado que juega a poner orden al mundo en su pequeño teatro de marionetas. Y ya se pueden imaginar ustedes quién es Adam Spiegel en realidad…
Nota final: Visto lo visto, no debería de sorprendernos que en un filme que habla de cuerpos elididos haya uno que se sume a la reunión a última hora. Nos referimos, por supuesto, a ese cuerpo que se encontraba entre los de los actores Joaquin Phoenix y Amy Adams la última vez que pudimos verlos juntos en pantalla: el cuerpo de Philip Seymour Hoffman (2)↓.
↑(1) De hecho, Jonze le niega en todo momento la voz al cuerpo de Portia Doubleday ya que, cuando más adelante hable, será la voz de la cantante francesa Soko la que escucharemos doblando a la actriz.
↑(2) The Master, Paul Thomas Anderson, 2012.
© Sergio Morera, febrero de 2014