Harry Dean Stanton + Nick Cave

Documentales en fuga:

Harry Dean Stanton: Partly Fiction + 20.000 días en la Tierra

A veces, vivir en un país con un deplorable sector de la exhibición cinematográfica produce coincidencias más o menos afortunadas. O como poco curiosas. El estreno el noviembre pasado de 20.000 días en la Tierra (20,000 Days on Earth, Iain Forsyth y Jane Pollard, 2014) coincidió, gracias al festival barcelonés L’Alternativa, con la recuperación de una de tantas películas que se quedan sin su estreno en España: Harry Dean Stanton: Partly Fiction (Sophie Huber, 2012). Sin ánimo de establecer comparaciones forzosas entre dos filmes profundamente diferentes, lo cierto es que ambos conectan en un mismo planteamiento: cómo abordar desde el cine documental a una figura que constituye un icono de la cultura popular. Cómo deconstruir, en definitiva, a un personaje mítico en aras de elaborar a partir de ahí un relato que le trascienda.

Nick Cave-concert

Cada una de las películas encuentra su particular respuesta a este dilema mediante estrategias diferentes: mientras que Forsyth y Pollard construyen junto a Nick Cave una suerte de hagiografía fílmica, en la que el músico aporta un determinado distanciamiento desde la autoconsciencia, Huber envuelve la figura de Harry Dean Stanton en una fascinante sombra de misterio, en un aura romántica de vieja gloria que ha atravesado la historia de un cine que fagocita cuerpos y revela en ellos la incómoda huella del tiempo.

¿Cómo documentar a un actor? ¿Cómo poner una cámara ante un rostro tantas veces filmado y tratar de desvelar lo íntimo de ese ser mimético? Huber escapa del biopic convencional y construye su retrato a partir de una mirada atenta y respetuosa, que encuentra en las resistencias de Stanton la fortaleza de su propuesta. En ese juego de distancias entre la directora y el intérprete no hay voluntad de revelar el misterio del personaje, sino de fluir en él. Las preguntas de Huber chocan con las reticencias del actor a penetrar en ciertos recovecos de su memoria. Entonces, la mirada de Stanton se impone a su silencio y la documentalista hace de esas evasivas, dispositivo. Y así es como, entre respuestas esquivas, canciones y fragmentos de las películas del actor, se atisba a un tipo que se alimenta de su propio misterio. Sus pocas palabras rezuman una clarividencia que solo da el tiempo, una tristeza que se antoja inevitable. “¿Cómo quieres ser recordado?”, le plantea David Lynch en una ocasión. “No importa”, responde él.

Lynch-Dean- Stanton

Este aparente desinterés de Stanton por su propia historia contrasta con un Nick Cave cuyo protagonismo abarca incluso la escritura del guión. Tras cumplir su día número 20.000 en este mundo —el paso del tiempo se erige, desde el título, como uno de los grandes temas del filme—, Forsyth y Pollard abordan una jornada ficticia del artista, en la que caben momentos cotidianos, excentricidades varias —ese impagable museo Cave— y, cómo no, miradas al pasado que se materializan mediante fantasmales diálogos en ese espacio íntimo y errante que constituye el coche en el cine contemporáneo (desde Carax a Cronenberg, pasando por Winding Refn o Knight). Es precisamente la privacidad del vehículo la que acoge los encuentros con esos espectros del pasado: Kylie Minogue, Ray Winstone y Blixa Bargeld, exguitarrista de los Bad Seeds. La puesta en escena presenta esas reuniones como conversaciones mentales, como un diálogo de Cave con sus propios recuerdos que remite a esa necesidad de trascender las estrategias documentales más convencionales para penetrar en la psicología de su protagonista.

Cave-Minogue

El filme explora el proceso creativo de Cave, sus canciones, sus construcciones escénicas y ese carácter mítico que eleva al músico ante su público, sin desdeñar su lado humano. Sin embargo, es el concepto de autoconsciencia el que más pesa dentro de esa gran performance —como no podía ser de otro modo— que acaba siendo la película. Lo señalaba de manera certera Stephen Holden: “el estado de ánimo predominante es un melancólico híper-conocimiento del paso del tiempo y la brevedad de la existencia”. Entre los entresijos del hiperbólico autorretrato que constituye 20.000 días en la Tierra asoma el mismo abismo —aunque con intensidades profundamente distintas— que puede otearse en la mirada penetrante de Stanton: la consciencia ante la desaparición, ante el tiempo que gotea lenta pero irremisiblemente, ante la propia existencia y la necesidad de simbolizarla. “¿Quién conoce su propia historia?”, se pregunta Cave hacia la mitad del filme. Él mismo responde: “Ciertamente, no tiene sentido cuando está a medio vivir. Todo es clamor y confusión. Solo se convierte en historia cuando la contamos una y otra vez”.

Quizás tenía razón Kurt Cobain cuando escribió en su nota de suicidio que es mejor quemarse que apagarse lentamente. En el caso de Harry Dean Stanton, el misterioso personaje que explora Huber nos transmite una nostalgia insondable, tan llena de clarividencia como de nihilismo. Desde su propio título, la película es reveladora: en parte ficción. Porque documentar a un actor es documentar qué hay detrás de cada uno de sus papeles. Qué se revela en su interpretación, no solo en entrevistas, confesiones o escritos. Al fin y al cabo, esos personajes les pertenecen, provienen de algún sitio más allá del libreto. Al menos eso queremos pensar los que nos estremecemos delante de una pantalla cuando un rostro se desgarra; ahí hay algo más que una frase y un gesto calculado.

Dean-Stanton-Partly Fiction

Las historias detrás de cada película son las que hacen del cine algo tan misterioso. Desgranar la trayectoria de Harry Dean Stanton a través de sus filmes permite dibujarlo como una figura que atraviesa el cine, desde Peckinpah a Lynch, pasando por Wenders, Scott, Carpenter o Coppola. También una figura atravesada por el cine; lo que una película tan celebrada como Boyhood (Richard Linklater, 2014) pretende hacer con doce años de vida, lo hace el cine con los rostros filmados a través de toda su trayectoria. Esos rostros contienen siempre una historia, y las imágenes que los conservan permiten dilucidarla, imaginarla. Ya lo señalaba Serge Daney en una cita frecuentemente transitada: “Los actores son lo esencial del diálogo entre los cineastas. El cuerpo del actor atraviesa el cine hasta constituir su verdadera historia. Una historia que no ha sido jamás contada porque es siempre intima, erótica, hecha de piedad y de rivalidad, de vampirismo y de respeto. Pero a medida que el cine envejece, es de esta historia de la que los filmes dan testimonio…”.

Es también esa simbiosis con lo ficcional la que alimenta el filme de Forsyth y Pollard, aquí de una forma más evidente. Cave es una máscara, un animal performativo. Como tal, su retrato cinematográfico alcanza proporciones tan épicas como conscientemente paródicas. Al fin y al cabo, tanto Harry Dean Stanton: Partly Fiction como 20.000 días en la Tierra necesitan relacionarse —aunque de manera diferente— con la ficción para construir dos retratos que se repliegan sobre sí mismos, que trascienden lo documental para elaborar un relato poético más allá del personaje y de su biografía. Ambos filmes lo consiguen con estrategias y resultados distintos, pero se asemejan en esa necesidad de fuga, en esa idea de un determinado tipo de cine documental que necesita de la ficción para acercarse a ciertas verdades o trascender, de alguna manera, la mera función expositiva. Cómo no pensar, llegados a este punto, en títulos recientes que lidian con la documentación del horror desde una cierta puesta en escena ficcional como The Act of Killing (Joshua Oppenheimer, Christine Cynn, 2012), Vals con Bashir (Waltz with Bashir, Ari Folman, 2008) o Redacted (Brian de Palma, 2007). A veces, las verdades, si es que existen, se ven de manera más clara cuando se tensa el documental desde la ficción, cuando el cine penetra en ese, en palabras de Nick Cave, “espacio resplandeciente donde imaginación y realidad se cruzan”.

Coda: un plano-contraplano, y media vida entre ambos.

StantonNastassja Kinski
© Bruno Hachero, febrero 2015