Las Palmas 2017

Foro de encuentro y diálogo para el cine de autor contemporáneo

 

Enséñame el lugar donde quieres que vaya tu esclavo
Enséñame el lugar lo he olvidado no lo conozco
Enséñame el lugar donde mi cabeza se abaja
Enséñame el lugar donde quieres que vaya tu esclavo

Show Me The Place, de Leonard Cohen

 

La diversidad y el rigor de la selección de títulos a competición seleccionados por el equipo de programación del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria han hecho que esta edición haya vuelto a erigirse como un auténtico termómetro del estado del cine de autor contemporáneo. De este modo, si bien podemos afirmar que ha habido propuestas con las que personalmente y cinematográficamente hemos sentido más proximidad, creemos conveniente no dejar de mencionar otras que, si bien más alejadas de nuestros gustos o líneas de investigación, confirman el interés de mirar a distintos lugares y modos de hacer cine, de no encerrarse en una única tendencia o escuela, e intentar hallar la riqueza humana, cultural y cinematográfica en cada título proyectado. Es por ello que, dejando de lado algunos pocos títulos -como las ya comentadas Bitter Money (Ku Qian, Wang Bing, 2016), que fue reconocida con la Lady Harimaguada de Oro, o El otro lado de la esperanza (Toivon tuolla puollen, Aki Kaurismäki, 2017)-, repasaremos la Sección Ofcial de Largometrajes, donde quedó patente en todo caso la heterogeneidad y contrastes en cuanto generaciones de autores, países de procedencia, fórmulas de producción, temáticas de fondo, o aproximaciones formales, claramente distantes y distintas, que conformaron un colorido mosaico, a medida que cada pieza encontró su lugar al lado de las demás.

 

Embrollos afectivos

De vuelta a la adolescencia perdida, a medio camino entre Argentina y Uruguay, Kékszakállú (Gastón Solnicki, 2016) toma prestado el título de la única ópera de Bela Bartok, así como un total de catorce minutos que irrumpen periódicamente en la banda sonora, para adentrarse sin guión previo en la cotidianidad de un grupo de chicas jóvenes de clase alta y cuerpos bellos cansadas del tedioso sinsentido de sus propias vacaciones. Se conforma así un sugerente retablo inicialmente previsto como documental, que adquiere toques de ficción a medida que de entre las sombras del amor y el gozo surgen insectos embalsamados, tétricos fiambres, empleos industriales y otras metáforas del aburguesamiento y la muerte en vida.

Dentro del mismo ámbito de exploración sentimental en círculos acaudalados, desde el otro extremo del continente americano, Golden exits (Alex Ross Perry, 2017) es un melodrama neoyorquino que implica a varias parejas maduras cuya frágil estabilidad se ve amenazada por la irrupción de la juventud y la belleza. Cinta construida mayormente en base al trabajo de guión e interpretación, la película ofrece una visión agria de cierta etapa de la vida en que las frustraciones sexuales intentan ser apaciguadas con relativa superioridad en el mundo laboral, por no hablar directamente de machismo y acoso laboral.

Kékszakállú y Golden Exits

Circunstancias difíciles

Lejos del mundo urbano y contemporáneo, y con algo más de carga política-social, pudimos ver dos otras indagaciones psíquicas donde, a grandes rasgos, se ponía más énfasis en el aspecto narrativo que formal. Pariente (Iván D. Gaona, 2016) nos traslada a una Colombia rural marcada por las operaciones de desmantelamiento de los grupos paramilitares y las secuelas de un largo conflicto. En ese ambiente cargado se desarrolla un triángulo amoroso con toques de western y suspense: un enredo pasional con dosis de romanticismo ensalzado por una interpretación y narrativa por lo general bastante contenidas, y un tratamiento atractivo tanto en lo acústico como en lo visual.

Fuera ya del continente americano y de cualquier signo de opulencia, Félicité (Alain Gomis, 2017) es el nombre de una mujer africana, pobre y madre soltera, que se gana la vida como cantante en las duras condiciones de un bar nocturno en Kinshasa. Tras el accidente de moto de su hijo la protagonista se ve obligada a reunir urgentemente dinero para una costosa operación, hecho que le conlleva múltiples dificultades añadidas a una situación ya de por sí complicada. Ante la más absoluta falta de cualquier apoyo o sostén, se lanza desesperadamente a buscar dinero entre conocidos y desconocidos, hasta que encuentra a un técnico reparador con delirios de grandeza y excesos etílicos más allá de todo límite, y entabla con él una peculiar relación que además de ayudar con su hijo, le infunde fuerza no sólo para seguir cantando a su público, sino también para hallar un camino posible hacia la felicidad, una vía tal vez iluminada por la música y las múltiples secuencias de cine poesía incluidas en el metraje.

Félicité

Animalia paradoxa

Trascendiendo la dimensión puramente figurativa, como también todo sustrato de ideología materialista, el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria presentó dos relatos de connotaciones metafísicas que implicaban a animales, no sólo como cuerpo y carne, sino también como aliento, espíritu, y forma. Qingshui li de daozi (Wang Xuebo, 2016) es una experiencia eminentemente estética y contemplativa centrada en la comunidad musulmana china de la región de Ningxia, un paraje de paisajes montañosos y semidesérticos que imponen una vida rural de extrema pobreza, austeridad y ascetismo, a unos habitantes consagrados casi por completo a la subsistencia básica, la vida en común y la oración. Entre ellos encontramos a un anciano inmerso en los preparativos de la ceremonia de purificación en honor de su esposa, fallecida cuarenta días atrás; y, en un logrado limbo sensorial en que el tiempo, la percepción y la propia vida se desarrollan de forma extraña, el abuelo albergará cada vez más dudas sobre la conveniencia de sacrificar un buey al que considera noble. El propio animal parecerá observar el “cuchillo en el agua clara”, y con este la amenaza que se ciñe sobre él.

Testigo cinematográfico sublime de la Francia ganadera y prealpina, Gorge coeur ventre (Maud Alpi, 2016) se fija en un matadero dedicado a la producción intensiva de terneras, cerdos y ovejas para el consumo de carne. Lugares estrechamente ligados a la alimentación humana –que por lo general desconocemos por completo– son presentados aquí al son de Show me the place de Leonard Cohen, mediante un joven protagonista que procura evadirse de su empleo con un perro, un compañero de trabajo, cigarrillos de cannabis, algún encuentro sexual y alguna escapada a la naturaleza. Su intención es calmar y tratar con cierta compasión a los animales, que aún así le persiguen en pesadillas, ruidos, olores, miradas, heces… Contrariamente a lo que se podría esperar dado el tema, el filme elude escenas escabrosas y evade la tentación pornográfica de mostrarlo todo, mediante una forma tan emotiva y sensible como consciente e inteligente, que recurre a la elipsis para sugerir la triste muerte de los animales como una especie de escamoteo o misteriosa desaparición, meticulosamente planificada y ejecutada eso sí, puesto que según afirma el joven a su fiel amigo canino, “ningún animal vivo puede salir de aquí”.

Gorge coeur ventre

Memoria postvanguardista

Caso aparte por su posicionamiento radical y experimental, quizás postvanguardista, Cuatreros (Albertina Carri, 2016) nos traslada a la espiral de acción-represión-acción y el foquismo de la lucha armada popular en la Argentina de los sesenta y setenta, sin fijarse tanto en las ideas o principios que la motivaron, como en la biografía de algunos de sus protagonistas, y en especial del célebre ladrón de ganado Isidro Velázquez. De este modo, salvo alguna aparición fugaz de un suculento panfleto paterno, la línea argumental se aparta de la trazada en Los rubios (Albertina Carri, 2003), para erigir una visión más bien exterior de los personajes y sus circunstancias, a partir, eso sí, del punto de vista subjetivo y emocional, aunque distanciado, de una madre, lesbiana, feminista, cineasta, rebelde, latinoamericana e hija de desaparecidos. Es así que el componente emocional reside más bien en el hecho de poder concluir, tras años de estudio y recopilación de imágenes de archivo y encontradas (y múltiples intentos fallidos), este filme reflexivo y autoreferencial con una sólida base metodológica, en que el incesante comentario en off en voz de la directora y el uso recurrente de la multipantalla, surgen como respuestas posibles ante una sobredosis de información explícita que, compaginada con algunos elementos de puntuación en el montaje sonoro y visual, manifiesta y prácticamente adopta como recurso estilístico la sobreabundancia de estímulos sensoriales e intelectuales. Este exceso afronta la cuestión de cómo acompañar y cohesionar una realidad y una banda visual eminentemente dispersa, híbrida, líquida, ambigua, multiforme, fragmentada, y, en definitiva, distante respecto a los grandes metarelatos y teorías que guiaron a los antepasados. Carri lo hace a través de un entramado sinfín de líneas discursivas, identidades múltiples, realidades complejas, y visiones relativas, que obedecen al deseo verbalizado en rueda de prensa de ficcionar personajes hasta volverlos universales, reconstruir el imaginario de una época, tratar temas actuales como el de las fronteras y las migraciones, plasmar la desilusión respecto al rumbo político del país –en contraposición al entusiasmo que despierta el cine y el arte contemporáneo–, generar discurso y comentario, y poner la memoria en presente, puesto que “lo importante no es la crónica de los sucesos, sino la significación actual de los mismos”.

Cuatreros

Raíces canarias

Al margen ya de la Sección Oficial, dos largometrajes de la sección Canarias Cinema confirman el largo compromiso con la creación de proximidad del festival; dos piezas que, además, ponen de relieve el arraigo de un pueblo que resiste a la modernización y al paso del tiempo sin perder su memoria y costumbres, un patrimonio inmaterial que evidencia su especificidad en un mundo diverso y globalizado, mantenido en buena parte gracias al esfuerzo de unos mayores que nada tienen de viejos y feos. Maresía (Dani Millán, 2016) presenta un ameno recorrido en furgoneta por las diferentes islas que conforman el archipiélago canario al encuentro de un seguido de artesanos, artistas, navegantes, pastores, agricultores u otros habitantes, por lo general de edad avanzada que dan cuenta, junto a los paisajes naturales y humanizados, de la riqueza, tradiciones, costumbres, oficios y cosmovisiones de un pueblo que sobrevive a las migraciones y a la modernización, en aldeas de casitas bajas y carreteras secundarias, en costas y montes perdidos, esbozados en una experiencia acústica y visual adornada con timelapses, músicas y animaciones, próxima al turismo rural y ecoturismo, ajena a las masas que transitan por autopistas y colosos de hormigón de estas islas.

Y con tonos más profundos, La forma del mundo (David San Ginés, 2017) se erige sobre el valor de la escucha y respeto por los mayores del campo canario que preservan el canto a las almas y a los ranchos, una tradición que combina canto versado con una instrumentación básica para recordar a los traspasados del pueblo, además de rezar por su salvación y la de todos los seres. Estudio etnológico-antropológico en torno a un rito de recuerdo a seres queridos, yuxtapuesto con planos de naturaleza en que se intuye la presencia de lo invisible e inaudible, la ficcionada historia de San Isidro (su bondad y espiritualidad y algunos de sus milagros y gestas, presentados de la forma más realista, sin efecto ni artificio alguno) confieren al metraje una hermosa mirada y escucha interior, desde el corazón hacia lo trascendente.

 

Cantos salvajes

Finalmente, dejando de lado las películas a concurso, de la sección interdisciplinar Monopol Music Festival retenemos dos filmes consagrados a individuos y grupos que en cierto modo representan el lado más salvaje y provocativo de la música popular, sin dejar de mencionar dos otros metrajes consagrados al flamenco como Omega (Gervasio Iglesias, José Sánchez-Montes, 2016) y Rumba 3 (Joan Capdevila, David Casademunt, 2015), entre tantos otros títulos programados en combinación con actuaciones en directo. Gimme Danger (Jim Jarmusch, 2016) repasa con sencillez la historia de la mítica banda The Stooges: su debut musical como grupo de adolescentes, la vida en comuna, los primeros contactos con la industria, la fascinación por la escena musical inglesa, la frecuentación de personas y lugares emblemáticos, los problemas con las drogas y en especial la heroína, el amplio legado e influencias de su discografía, su retorno a los escenarios, y un sinfín de anécdotas bastante próximas y cotidianas, que por lo general rehuyen mistificaciones frecuentes en el género documental musical americano. Estructurada a partir de un bloque de entrevistas a integrantes, en especial el célebre cantante Iggy Pop, familiares, amigos o productores, y revestida con imágenes de archivo y metraje desviado, animaciones, intertítulos, efectos visuales y sonoros, etc., la cinta ofrece un retrato bastante cercano que da cuenta tanto de la devoción del director por el guitarreo como del carácter salvaje e indomable del líder de The Stooges.

En una línea melódica similar, aunque con un tratamiento cinematográfico más performativo, Imagine waking up tomorrow and all music has disappeared (Stefan Schwietert, 2015) parte de la hipótesis de que un día, de repente, desaparece la música (tanto grabada como en vivo) y, a su vez, explora algunas teorías sobre los nuevos modos de relacionarse con este arte acústico ancestral. Todo ello para desarrollar un trabajo de campo con grupos de gente de la calle que entonan unas pocas notas o sonidos en base a partituras de carácter conceptual. Se pasa así a formar parte de un coro llamado The 17, completo cuando la mezcla de todas estas intervenciones grabadas en lugares distintos sea reproducida una única vez antes de ser borrada para siempre. Además, gradualmente el filme descubre al organizador de este singular experimento coral como alguien con larga trayectoria musical, especialmente en el grupo The KLF, formación que logró grandes éxitos y una audiencia masiva hasta decidir esfumarse súbitamente –tras quemar un millón de libras y disparar con balas de fogueo al público durante una entrega de premios–, retirando para siempre todos sus discos y materiales de circulación, razón por la cuál hoy en día estos no se hayan disponibles ni en formato físico ni digital.

Gimme Danger e Imagine Waking Up Tomorrow and All The Music Disappears

Experiencias vivas

Embrollos afectivos con protagonistas de distintas clase sociales y países, con menor o mayor contenido psicológico-social, ubicados en contextos urbanos o rurales, fundamentadas o no sobre el trabajo previo de guión y el reparto actoral. Miradas a la periferia para mostrar entornos olvidados, desfavorecidos, lejos de cualquier signo de opulencia. Aproximaciones a animales que transcienden la dimensión carnal, lo visible y audible. Memoria histórica metamorfoseada por el presente y la experimentación cinematográfica. Escucha profunda a unos mayores que llevan en su corazón el pasado y presente de un pueblo. Palabras y sonidos de pioneros para añadir garra y fuego al festival más musical. Desbordar los muros del pensamiento único. Escapar de la dicotomía forma y fondo. Saltar las fronteras entre experiencia y reflexión… He aquí un seguido de películas que difícilmente llegarán a salas, unos autores de los que raramente volveremos a oír hablar, y una cita con el cine arte global única y veterana, para dar cuenta de la diversidad y rigor con que desde distintos lugares del mundo y modos de hacer cine, se tratan hoy día algunas de las grandes cuestiones que afronta la humanidad.

 

© Oriol Díez, mayo de 2017