Festival de Gijón 2014

El estado de las cosas

 

A principios de 2012, la destitución de José Luis Cienfuegos como director del FICXixón (Festival Internacional de Cine de Gijón) provocó un incendio del que aún quedan rescoldos. Anecdóticos, como ese cartel del Festival de Sevilla que exhibe en sus ventanales la sidrería El Globo, o de mayor enjundia, como el boicot de un buen número de críticos (no tanto sus medios), que mantienen su posición de no acudir al certamen asturiano como protesta por los modos en que llegó a la dirección Nacho Carballo, el actual máximo responsable del festival.

Tres ediciones después, no se han cumplido los malos augurios acerca de un giro radical en los contenidos del FICX, al menos en lo que respecta a su sección oficial a competición, que a rasgos generales continúa la línea que se fue forjando durante los dieciséis años en los que Cienfuegos perfiló la filosofía del festival. Con Jorge Iván Argiz como mano derecha en el apartado de programación, Carballo parece haber optado por una transición tranquila, que ha logrado el respaldo del público (casi ochenta mil espectadores, récord histórico), sigue apostando por el cine de autor (el ciclo dedicado a Brillante Mendoza) y mantiene la presencia de directores que pasaron por Gijón en anteriores ocasiones, como Fatih Akin, objeto de libro y retrospectiva en 2009, que esta vez concursaba con The Cut; o Gregg Araki, protagonista de un ciclo en 1999 y presente con White Bird in a Blizzard.

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Bien es cierto que en ninguno de los dos casos nos encontramos ante sus trabajos más destacados. The Cut es una interminable epopeya de fallido aliento épico en la que Tahar Rahim (Un profeta) viaja de Armenia a EE UU tras sus hijas perdidas en un periplo que parece el de Marco en busca de su madre en la famosa serie de animación. Reiterativa, interminable, rocambolesca (provoca la risa sin pretenderlo) y con unas secuencias oníricas delirantes, supone el punto más bajo en la carrera de Akin.

No puede decirse lo mismo de White Bird in a Blizzard respecto a Araki, pero sí que es un nuevo paso en el proceso de domesticación de su cine, lejos de la radicalidad (formal y temática) de sus comienzos. No obstante, el discurso desmitificador sobre el american way of life (que se ha asociado, con razón, a la crítica epidérmica de American Beauty; Sam Mendes, 1999) y una banda sonora de ensueño (favorecida por la localización en los ochenta y la abundancia de material 4AD) acaban decantando la balanza del lado positivo.

Mejores sensaciones dejó Party Girl (Marie Amachoukeli, Claire Burger y Samuel Theis), estrenada en España con el desafortunado título de Mil noches, una boda y galardonada con el premio Fipresci. Ganadora también de la Cámara de Oro en Cannes, ofrece un retrato emocionante, ajustado y sin subterfugios de un personaje real como la vida misma, y nunca mejor dicho, ya que Angélique Litzenburger, la madura cabaretera protagonista, se interpreta a sí misma (aún más: es la madre de uno de los directores). Un filme rodado con actores no profesionales y con un enfoque cercano al documental, pegado a la piel de los intérpretes, que evita caer en el sentimentalismo y define a los personajes con sutileza y precisión, especialmente en el caso de la mujer libre y sin normas alrededor de la que gravita la cinta.

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El jurado internacional repartió los premios principales entre tres títulos: La india Titli, de Kanu Behl (mejor película y actriz); la iraní Melbourne, de Nima Javidi (dirección y guión); y la polaca Life Feels Good, de Maciej Pieprzyca (dirección artística y, cantado, actor), correcta recreación de la vida de un disminuido cerebral que siempre logra eludir con elegancia las trampas emocionales. En cuanto a Titli y Melbourne, ambas plantean interesantes conflictos morales. La primera, los que acosan a un joven de los suburbios de Nueva Delhi que aspira a escapar de un entorno familiar relacionado con la delincuencia para emprender una nueva vida. La segunda, los de un matrimonio a punto de marcharse a Australia que debe lidiar con un bebé ajeno muerto accidentalmente. Mientras Titli sigue esquemas de género (el thriller urbano trasladado a espacios físicos del tercer mundo), Melbourne encapsula toda la acción dentro de un apartamento, con una puesta en escena de ecos teatrales. En ambos casos, el notable planteamiento de partida no se resuelve de manera totalmente convincente, pero se trata de films valiosos, como Hippocrate, de Thomas Lilti, de nuevo con un conflicto moral como motor de la acción. En este caso, el que atenaza a un joven médico residente, culpable de negligencia y protegido por su padre. De nuevo las intenciones son mejores que los resultados, sobre todo en un tramo final en el que la película deriva hacia territorios demasiado resbaladizos, alejándose del tono de crónica laboral inicial para introducir cuestionables apuntes melodramáticos y de corte social. Completando la representación francesa, el premio Fipresci de Cannes: Les Combattants, atípico debut de Thomas Cailley, que navega entre diversos géneros (comedia romántica adolescente, film de crecimiento, aventura iniciática) combinando sus códigos con soltura y eludiendo lugares comunes, pero sin conseguir evitar una sensación final de dispersión.

Con menos aspiraciones, pero logrando apreciables resultados, Adrián Biniez se aproxima en El 5 de Talleres a un futbolista de tercera en plena crisis existencial. Una de esas películas pequeñas que se instalan en el imaginario del espectador para permanecer en él gracias a los detalles, con mención especial a su brillante retrato cotidiano de una relación de pareja de clase trabajadora en busca de futuro. Una eficaz comedia dramática que funciona a la perfección desde su modestia y sencillez.

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Además, se pudo ver en Gijón Métamorphoses, donde Christophe Honoré trata de trasladar la obra de Ovidio a la actualidad con unos resultados que a buen seguro funcionaban mejor cuando se lo planteó a nivel teórico que en su traslación a la pantalla. O Calvary, donde repite el tándem formado por el director John Michael McDonagh y el actor Brendan Gleeson (la pareja de El irlandés), de nuevo con conflicto moral de por medio y poco convincente resolución tarantiniana. Y Fuego, el desafortunado regreso a la dirección de Luis Marías, con un telón de fondo interesante (la herencia del terrorismo en la actual sociedad vasca) que no logra imponerse a una desnortada historia de venganza personal.

El recorrido por la sección a competición incluyó también las asiáticas Hill of Freedom, del coreano Hong Sang-soo, que propone un estimulante fraccionamiento del relato a partir del puzle narrativo que provocan unas cartas desordenadas, y Trap Street, de la china Vivian Qu, productora de Black Coal (Diao Yinan, 2014) que debuta como directora con una historia que parece una ligera comedia romántica hasta que la situación inicial se va enturbiando y atrapa al protagonista en una trama de tintes kafkianos.

Finalmente, la griega Xenia (Panos Koutras), Premio Especial del Jurado (y adquirida para su próximo estreno en España), se postula como una tentativa de Odisea contemporánea, protagonizada por dos hermanos de origen albano en busca de un padre desconocido. Demasiado irregular, combina la comedia y el drama, la mirada social (la nueva Europa xenófoba) y la frívola (la memorable escena a costa del Rumore de Raffaella Carrà), el comentario transgénero y los apuntes sobre la identidad. Cuestiones de interés no siempre plasmadas en el tono adecuado, que se traducen en un film con altibajos, característica común a muchas de las cintas de una sugestiva sección competitiva, que mantiene al FICX entre los festivales a seguir.

*Eduardo Guillot formó parte del Jurado FIPRESCI de Gijón 2014.

 

© Eduardo Guillot, diciembre 2014