Favula

Disparos

 

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Disparo. Bosque.

Puedo afirmar, casi con total seguridad, que si alguna vez estuviera perdido en el bosque, o simplemente en el bosque, no exactamente perdido, y oyera un disparo, este me perseguiría durante unos cuantos días. Es probable que soñara con ese disparo, o que, aun estando despierto, pensara en ese disparo, sobre todo si desconociera su procedencia y su destino. Si me lo aclararan, o yo mismo lo viera, incluso ese disparo identificado podría hacerme tener miedo, porque esa es una cualidad de los disparos. Si el que aprieta el gatillo quiere matar y apunta bien, puede hacerlo. Un disparo puede ser terminante y también puede ser el centro de un sueño. A lo largo de la película Favula, de Raúl Perrone, oiremos repetidas veces el sonido de un disparo; la última vez, y la definitiva, serán dos. No sabremos si los anteriores disparos fueron siempre el mismo o no, porque esta película argentina tiene la textura de un sueño o de una premonición o de una mezcla de ambas cosas. Yo creo que trata sobre una chica que se echa a dormir y sueña con cosas que están por ocurrir o que ella quiere que ocurran, o que ocurren en el plano de la realidad mientras la chica sueña con ellas, o más bien que todo, chica incluida, es un sueño escrito y filmado por Raúl Perrone, quien hacia el final de la película coloca a sus protagonistas en las butacas de un cine en el que se está proyectando, suponemos, lo que hasta ahora estábamos viendo. Los fantasmas, al otro lado de la pantalla, nos acompañan en la experiencia del visionado, aunque ellos estén en un cine soñado y nosotros en otro, o en nuestra casa.

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Yo vi esta película en una habitación en la que a menudo duermo, pero sus colores (tan solo blanco y negro), su dinámica interna y su formato permiten observar que la mejor forma de verla sería en total oscuridad, en el cine. Aunque me da que eso, aquí en Barcelona, va a ser difícil. Bajé la persiana de la habitación todo lo que pude, pero hay un momento en el que no baja más y el sol que refulgía pero no calentaba demasiado esa mañana, la última de diciembre, se colaba por los intersticios, superponiéndose en la pantalla de mi ordenador portátil en forma de pequeñas manchas ovaladas. Vi Favula por la mañana, además, cuando es un filme que debería verse o bien fuera del tiempo y del espacio, o bien a partir de las dos de la madrugada o de la hora a la que cada cual considere que se termina el día y empieza el tiempo de soñar. Soñar es también fabular con lo que vivimos y lo que deseamos, consciente e inconscientemente. Y también con lo que tememos, ya se trate de disparos, cárceles o cuerpos desnudos.

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Presencias. Resplandores.

Este es de esos casos en los que descubro que no me interesa demasiado deciros si me ha gustado o no la película. Si estáis leyendo esto podéis pensar, y acertaréis, que me ha sugerido lo suficiente como para que me haya puesto a escribir. Añadiré que sospecho que, de haberla visto en las condiciones arriba sugeridas, me habría dejado hechizar más por ella. Me gusta cómo está hecha, sí. Podría decir que la encuentro bella y misteriosa hasta cierto punto, aunque también limitada. Favula es una película cuya escueta sinopsis no puede ser más precisa: en ella, se enumeran una serie de elementos, los personajes, conceptos y lugares de los que está hecha, a lo largo de la cual iremos viendo cómo esos elementos se encuentran y yuxtaponen, a menudo sobreimprimiéndose en el plano los rostros y los cuerpos de los personajes. Así, tenemos una exigua vivienda en la que parece ser que se forman las relaciones de poder entre los personajes, las que provocan el conflicto, el deseo de los personajes sometidos de escapar de sus patrones. Esto tan solo es una hipótesis. Tenemos un bosque habitado mayormente por presencias y resplandores. Hay muy poco diálogo en la película, y las pocas veces que los personajes hablan lo hacen en un idioma que no nos es dado entender, tan solo podemos leer los subtítulos. Serán esos pocos diálogos, de una manera que en mi opinión menoscaba un poco la condición enigmática del filme, los que nos proporcionarán las claves para entender lo que vemos. Mezclando todo eso, combinando los elementos enunciados en la sinopsis, discurre Favula.

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«Transcurre fuera del tiempo ordinario y se ha construido interviniendo sobre las imágenes registradas»

La apuesta por el monocromo y el aspecto visual del filme, con sus fotogramas que casi parece que vayan a incendiarse y desaparecer ante nuestros ojos, pueden tentarnos a relacionarla con el cine primitivo, aunque la película en la que yo pensé de vez en cuando mientras la veía fue Spring Breakers (2012) de Korine. Ambas me parecen películas líquidas. La de Perrone más que la del autor de Gummo (1997), que, aun con ese ritmo tan discotequero, está siempre supeditada a su argumento. Pero en ambas da la sensación de que hay planos que podrían cambiarse de lugar y apenas ocurriría nada. En Favula, podríamos modificar en gran parte la disposición de los elementos que se sobreimprimen e incluso su orden y la experiencia tampoco variaría mucho. Es una película que prácticamente transcurre fuera del tiempo ordinario y que se ha construido interviniendo sobre las imágenes registradas. Y en ambas el uso de la música, antes que puntuar emociones o acontecimientos, deviene ambiental. Si Spring Breakers, vista en el Auditori de Sitges, se convirtió en una especie de rave estática bajo el signo de Britney Spears, Favula a veces se me antojaba una instalación de museo o de galería de arte extraña, o de visionado clandestino en el piso de una gente a la que no conocemos y al que hemos llegado por un capricho del azar. Y pensaba que, si estuviera realmente en un museo o donde fuera viendo eso, llegaría un momento en el que ya habría visto unas cuantas combinaciones de elementos y planos extraños y subyugantes, y tendría la sensación de que la película ya no me va a dar mucho más. Que lo que sigue se parecerá bastante al resto. Aunque ocurren algunas cosas, cuando terminó el filme ese fue mi sentir predominante. Que Favula era y es bonita, pero que ni la volvería a ver ni se quedaría conmigo durante mucho tiempo.

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La muerte casi siempre implica un final. El sueño se disuelve.

En la sucesión de planos más estrictamente narrativa de todas las que integran el filme, oiremos dos disparos y a continuación veremos un cuerpo inerte, panza arriba, en el suelo. Presumiblemente muerto. Ahí empezará a disolverse el sueño o lo que sea que hayamos estado viendo. Sabremos que se acaba, no tanto por la disolución de la película en sí, del material sensible, sino por tener el conocimiento previo de que la muerte casi siempre implica un final y porque ya queda poco metraje. Sabremos un par de cosas más sobre los personajes, que terminan de darle corporeidad y sentido a una película que, a lo largo de su desarrollo, parecía estar bastante comprometida con lo etéreo. Suena una versión de Joy Division. Y la vida, la nuestra y la de los personajes, puede continuar, una vez rotas las cadenas que los ataban a ellos a ese lugar y a nosotros a la película que se termina.

 

© Toni Junyent, enero 2015