Fausto

Lo profundo es el alma

 

El viaje comienza en lo alto, desde la infinitud del macrocosmos donde las estrellas viven silenciosas, impasibles y ajenas a todo cuanto acontece bajo su mirada celestial. Descendiendo por un mar de nubes dejamos atrás el péndulo espejado, el mismo que nos recuerda tanto el inexorable paso del tiempo como el reflejo de una realidad no verdadera, la única que desgraciadamente podemos percibir a través de nuestros sentidos. Al frente un pañuelo blanco nos marca el camino, conduciéndonos hasta la ciudad donde vive Fausto, acunada por la gran montaña, que la protege de la eterna lucha entre el bien y el mal, simbolizados por la oscura tormenta y el alzamiento del astro solar reposando sobre un amainado mar. Todo este espectáculo natural se funde con el primerísimo plano del sexo masculino de un cadáver. Levantamos ligeramente la vista y vemos a Fausto y su ayudante Wagner extrayendo su corazón para su posterior conservación en formol.

La versión de Sokurov de 2011 (arriba) recuerda a la versión de Murnau de 1926 (debajo) en este plano, en el que se escenifica la eterna lucha entre el Bien y el Mal.

Este comienzo tan evocador es la metáfora perfecta de todo lo que sucede en el filme. Aleksandr Sokurov quiere bajar a Fausto de las alturas a las que había sido consagrado por el espíritu alemán (no olvidemos que el matemático y filósofo Spengler, en 1918, convirtió a Fausto en representante de la cultura occidental, mitificación que luego fue utilizada por el nacionalsocialismo) y devuelve al ídolo a su condición original de hombre de carne y hueso, hastiado de la ciencia y del saber e incapaz de obtener dinero para poder comer, aunque con suficientes fuerzas como para intentar cruzar el umbral de la realidad pasajera y alcanzar el conocimiento profundo del alma. Como en la obra de teatro, se desprecia el aprendizaje a través de los libros, situando lo trascendente en el mundo de las cosas, dentro de la materialidad. Se parte de lo concreto, del pene de un muerto para encontrar lo que está verdaderamente vivo, aquello que nos sobrepasa y nos acerca a la eternidad. Es precisamente el contacto con lo infinito, lo imperecedero, lo que Fausto trata de buscar:

“Todo viene y va de acuerdo con una ley de que sólo la vida del hombre está nublada por un destino titubeante. El Dios que habita en mi pecho que puede agitar mi alma hasta lo más profundo, que está entronizado sobre todos mis poderes, fuera de mí, carece de fuerza”. (Monólogo interior de Fausto tras haber diseccionado el cadáver).

En la película, Fausto ha dejado su hermética y angosta cueva-biblioteca en la que vivía su homólogo goethiano. Su nuevo hogar es la calle donde sale al encuentro de lo humano; durante sus largos paseos no deja de pensar para sí mismo, observar detenidamente la realidad y sacar conclusiones. Ante la ausencia evidente de Dios (que está en todas partes y, por lo tanto, en ninguna) se decanta por la influencia del Mal, presente siempre allá donde haya dinero. Es así como conoce a Mauricio (personaje asociado al Mefistófeles de la obra original), un diablo grotesco, cómico y extravagante que poco a poco le va mostrando el camino del conocimiento a cambio de la venta final de su alma.

La importancia de los animales en el Fausto de Sokurov es esencial. El cuervo simboliza la desesperanza; el conejo, la inocencia y la juventud; y los gatos, la lucha entre la vida (el gato pardo claro) y la muerte (el gato negro).

Tampoco el Fausto de Goethe se conforma con su tediosa vida de sabio eremita e inicia una búsqueda interior que le permita ser pleno y disfrutar enteramente de la vida. Un intento frustrado de suicidio y un encuentro fortuito con Mefistófeles le llevan por un camino de sufrimiento y tentaciones donde descubre el amor eterno como antídoto a su malherida alma.

“¿Crees tú que un árido pergamino es la fuente sagrada que, con sólo beber un trago de ella, apague la sed para siempre? No hallarás refrigerio alguno si no brota de tu propia alma”. (Fausto a Wagner, extraído de la obra original de J.W. Goethe)

La segunda parte trata del mundo del macrocosmos, donde nuestro personaje pasa por muchos avatares hasta llegar a convertirse al final de sus días en emperador. Una vez dado sepultura, consigue la redención por sus buenas obras y Margarita obtiene el perdón de su alma, acabando la obra con el conocido himno al amor eterno: “Todo lo perecedero no es más que figura. Aquí lo Inaccesible se convierte en hecho; aquí se realiza lo Inefable. Lo Eterno-Femenino nos atrae hacia lo alto”.

Sokurov, sin embargo, subraya la importancia última del poder como elemento de corrupción del alma humana. Para él, detrás de la excitación del amor se encuentra un fuerte sentimiento de posesión, que destruye la belleza e inocencia primigenias. Aquí Margarita, el único elemento que aportaba luz y claridad a la vida de Fausto, será abandonada en manos de la muerte. Él mismo es preso una y otra vez de las artimañas embaucadoras del maléfico prestamista, que le obligan a aceptar un destino dirigido:

FAUSTO.—¿Qué sentido hay en huir?

MAURICIO.—Debes vivir, somos personas destinadas para grandes acontecimientos.

FAUSTO.—Deseo no haber nacido.

Cansado de las mentiras y traiciones de su compañero, Fausto apedrea a Mauricio, de la misma manera que Caín lo hiciera con Abel:

—Naturaleza y espíritu, es todo lo que uno necesita para crear en una tierra libre, de gente libre —se dice a sí mismo, revelándonos sus ansias por liderar el nacimiento de una nueva civilización. Mientras pasea solitario, una voz (¿Margarita?) lo llama desde lo alto:

—¿Adónde vas?

Él, sabedor de su prometedor futuro, la rechaza y parte a nuevas aventuras perdiéndose en la espesura de la montaña:

—Hacia allí, allí, más y más lejos—contesta. Esta vez la fuerza del eterno femenino ha resultado estéril y Fausto emprenderá un camino ligado al poder que corromperá su alma, al igual que la de los otros tres hombres retratados en la tetralogía de Alexander Sokurov. En su cine la llama del amor casi ha desaparecido, manteniéndose viva en un hilo de nostalgia del que nunca veremos la madeja, como un rastro en la nieve que nos recuerda su presencia en el pasado. Sus personajes, corrompidos y derrotados por la vida, han perdido todo halo de idealismo. Pero sabemos que detrás de la coexistencia entre el amor y sufrimiento se esconde lo esencial de la vida. Como escribe Hölderlin en su Hiperión:

“Las olas del corazón no estallarían en tan bellas espumas, ni se convertirían en espíritu, si no chocaran contra el destino, esa vieja roca muda”.

La bella Margarita en un plano de idealización de su inocencia (Fausto, Aleksandr Sokurov, 2011)

© Jorge D. González