Fantástico Mr. Fox

Animales salvajes

 

Cuando terminé de ver Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox, Wes Anderson, 2009) recordé que, esa mañana, mi hermano se había reído al decirle que iba a ver esa película, recordando que era la misma que, el fin de semana, había ido a ver su sobrino Ramón, que tendrá unos cinco o seis años. Y pensé que Ramón sería un crío afortunado o debía de tener unos padres juiciosos o había sido favorecido por el azar, ya que entre todas las películas infantiles inanes con las que uno puede encontrarse, es toda una victoria contra el statu quo ir a parar a la última de Wes Anderson, película que no sería nada desdeñable como cimiento precoz de una hipotética educación cinéfaga. En realidad, ignoro si Ramón disfrutó mucho o poco con la película y con su humor esquinado o si le va a servir para ser, si no lo es ya, un poco salvaje como el zorro.

Lo que estaba claro es que de un cruce entre un moralista perverso como Roald Dahl y un retratista de la disfuncionalidad como Wes Anderson no podía salir un filme infantil al uso. Por primera vez en su carrera, el autor de Los Tenenbaums: Un familia de genios (The Royal Tenenbaums, 2001) no partía de un argumento concebido por él o alguno de sus coguionistas habituales y lo cierto es que la experiencia de ponerse a hacer una de animación debería haberle servido para airearse y oxigenar un particular universo que en Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007) parecía dar signos de agotamiento y caer en la reiteración de temas y personajes, en las mismas búsquedas y los mismos mecanismos para hacer reír y emocionar, por más que el marco en aquella ocasión fuera la India o, mejor dicho, una India bajo los efectos de una sobredosis de color y música. Pero que nadie se engañe: Fantástico Sr. Fox es en sí misma una película genuinamente andersoniana, en la que siguen presentes los conflictos paternofiliales, un luminoso humor absurdo y ese curioso sentido de la intimidad que siempre han tenido los personajes de las películas de Anderson, con esas caras entre la mueca y la confesión a destiempo. Véase en Academia Rushmore (Rushmore, 1998) a Olivia Williams en la puerta de su casa ofreciéndole una zanahoria a Bill Murray, o a éste, en su primer acercamiento a la chica en discordia, en calidad de mensajero, saliendo de detrás de un árbol como en los dibujos animados. Dibujos animados con rostro humano, que nunca saben si es mejor ser dibujo animado o ser de carne y hueso, con todo lo que ello conlleva. El zorro, Mr. Fox, sí que es plenamente consciente de su naturaleza, de que sería hacerse un flaco favor a sí mismo dejar de ser un zorro con todas las de la ley (la ley de los astutos, no la de los legisladores).

Hay quien preferiría encontrarse por el mundo a más personas normales (¿es que no hay ya demasiadas?) y a menos héroes y menos villanos, conceptos ambos, todo hay que decirlo, bastante devaluados en los tiempos que corren. “Los tiempos quizá hayan cambiado, pero yo no”: esto lo dice Pat Garrett en la película de Sam Peckinpah –Pat Garrett & Billy the Kid (1973), pero podría decirlo perfectamente el zorro, que escribe en un periódico y está felizmente casado, pero no ha perdido el apetito por la aventura.

Las últimas películas de Pixar hacían explotar de entrada toda la artillería emocional para encandilar y atrapar al público exigente para luego entregarse a una dinámica más de montaña rusa, con sus persecuciones, momentos épicos y la obligada cuota de slapstick (ello no las hace menos buenas, pero vaya, casi todo el mundo dice lo mismo sobre la primera media hora de Wall-E y Up). Fantastico Sr. Fox, en cambio, no llega a alcanzar nunca velocidades de crucero. Es más una película de Wes Anderson que una película de animación: adopta, como otros filmes de su autor, una estructura episódica, y su combustible para avanzar hacia el que es quizá el final más redondo y redentor de los que ha filmado Anderson son los diálogos ingeniosos y un puñado de esos improbables clímax románticos y familiares en los que el director estadounidense es especialista.

En Fantástico Sr. Fox los crepúsculos y las noches tienen una evocadora tonalidad pictórica. La película se abre con ese paseo a media tarde, acompañado por la voz de Brian Wilson, y, en las ocasiones en que nos es dado a contemplar el cielo nocturno, este es de un azul oscuro que parece pesar sobre los personajes. Cuando uno ve a los personajes humanos, esos rostros ajados por el tiempo y la codicia, y las calles del pueblo, o esa cocina que de repente queda expuesta a la luz artificial de un fluorescente, le puede dar la impresión de que si no estuviéramos en una película infantil, si viéramos otras fotografías de ese pequeño pueblo americano, el trazo detallista de la animación nos recordaría vagamente a los cuadros de Edward Hopper. Quizá pensé en Hopper porque no conozco a demasiados pintores y haya otro que se asemeje más al estilo de la película. Pero hay algo definitivamente sensual en algunas de las imágenes de esta supuesta película infantil que en realidad está hecha más bien para niños raros y para adultos con vocación de animal salvaje, y voy a aventurar que Fantastico Sr. Fox va a quedar como una rareza en la filmografía de Wes Anderson. Eso sí, una rareza de extraordinario pelaje.