Entertainment

Los límites del humor

 

Antes de ver Entertainment (Rick Alverson, 2015), mi experiencia consciente con el humorista Gregg Turkington estaba compuesta por algún encuentro fugaz con los vídeos que hay colgados en YouTube de sus actuaciones en directo bajo la identidad de Neil Hamburger –desagradable cómico de standup cuyos números consisten en una batería de preguntas retóricas sobre la cultura pop puntuadas por constantes carraspeos violentos cerca del micrófono y coronadas con respuestas cuanto más brutas y gratuitamente ofensivas mejor (ejemplo representativo: “¿Por qué Madonna alimentó con comida de perro a su bebé? Bueno, es lo único que le sale de las tetas”)—, y, sobre todo, por la webserie On Cinema (2012-). Planteada junto a Tim Heidecker desde su nacimiento con forma de podcast como una sofisticada burla de la crítica de cine amateur fraguada a la luz de internet y las redes sociales, On Cinema se amolda con espeluznante claridad a los códigos del objeto parodiado mientras hace explícita la realidad de la mayoría de esos espacios: a los presentadores, interpretados por Tim y Gregg con sus nombres reales, les interesa mucho más su propia lucha de egos autocomplaciente que hablar de cualquier película, a las que siempre despachan con las mismas frases hechas y alabanzas huecas.

La apropiación de elementos del soliloquio podcaster y su reproducción casi mimética convierte On Cinema en una fascinante pieza de bricolaje basada en la destilación de resortes de humor muy concretos dirigidos a un nicho dentro de un nicho. A pesar de que resulta innegable la comunidad de fans con la que cuentan Tim y Gregg en internet –a fin de cuentas, son cómicos profesionales que publican su obra dentro del canal corporativo de Adult Swim–, ese número de fieles es ciertamente reducido y minoritario. Podría decirse que su manejo de arquetipos humorísticos y juegos de referencias tiene más de gusto adquirido que de deslumbre instantáneo. Y si eso ocurre con una temática tan inocua como los podcasts de cine, el grado de elaboración conceptual que sustenta los numeritos cafres de Neil Hamburger lo pulveriza.

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Neil sobre el escenario con su guisa habitual.

Pero ese proceso de reflexión no impide el disfrute epidérmico, la inevitable carcajada cafre ante el nivel de provocación de lo que, a todos los efectos, se presenta bajo la estructura clásica y reconocible de lo que debería ser un chiste. Precisamente, ahí está la gracia de Hamburger: en la manipulación aparentemente desentendida de los recursos más burdos del humor incorrecto hasta alcanzar una exquisita sofisticación. Emplea los materiales más toscos en la construcción de chistes –referencias escatológicas, sexuales, racistas, etc. aplicadas de forma grosera a personas famosas– como shock irruptor acompañado por el aspecto descuidado del comediante, su esmoquin arrugado, cabello grasiento peinado hacia delante y perennes vasos de cóctel sujetos entre su brazo derecho y su torso. Además, en la estela beligerante del impagable Tony Clifton de Andy Kaufman, Neil Hamburger radicaliza su animadversión decadente y busca activamente el enfrentamiento con el público, ensañándose con insultos galvanizados dirigidos con saña hacia cualquiera que recrimine la pobre calidad de su acto.

¿Cuál es el problema? Que a día de hoy la amplia mayoría del público de Neil Hamburger ya suele saber de qué va la cosa. Como ocurre con los usuarios de YouTube que dejan comentarios en los vídeos de On Cinema, incorporándose a las disputas y cuitas entre sus presentadores, siguiendo el juego con ingeniosas tomas de posición, los espectadores de los shows de Neil Hamburger habitualmente ya están prevenidos por la fama del personaje –a fin de cuentas, lleva haciendo este tipo de actuaciones desde la segunda mitad de los años noventa–. O, al menos, esa ha sido siempre mi percepción al ver sus vídeos en YouTube. Solo algunas apariciones televisivas ante un público más diverso, como en el late night de Jimmy Kimmel, permitían percibir la tensión que puede llegar a generar su propuesta cómica cuando se encuentra con receptores que no son conscientes de la intención paródica detrás del personaje y lo toman por lo que debería ser un cómico de standup normal (1).

Personalmente, lo más cerca que he estado de disfrutar de esa frágil destilación de incomodidad ha sido cuando, en momentos de debilidad o búsqueda de suelo común sobre el que pisar, enseñaba alguno de estos vídeos a amigos incautos o parejas desprevenidas; en realidad, más de On Cinema que de Neil Hamburger. En mis círculos, la estrategia de este último y su indudable capacidad de efecto inmediato gracias al shock cafre hacen sus actuaciones mucho más automáticamente descodificables que el discurso hermético de los primeros, obteniendo seca indiferencia en la mayoría de los casos. Que no está mal, pero como experiencia es mucho menos valiosa que la incomprensión genuina, pura y desnuda que, en sus mejores momentos, estas propuestas pueden generar.

 

En busca del shock cafre

Esa sacudida parece ser también el objetivo buscado por Rick Alverson en sus dos últimas películas, The Comedy (2012) y Entertainment, ambas realizadas tras pegar un considerable giro respecto a sus primeros largometrajes. Después de dos obras como The Builder (2010) y New Jerusalem (2011), fácilmente encuadrables dentro de una tendencia observacional folk del cine norteamericano, el díptico que forman The Comedy y Entertainment supone cierto desafío rupturista que, sin embargo, no abandona los rasgos de estilo personal ensayados en sus filmes anteriores. El punto de vista objetivo, la narración hilada por viñetas y elipsis, la observación de gestos y diálogos, la convivencia en el tiempo con los personajes… Todo permanece, pero aplicado a un terreno mucho más codificado en su exploración de los mecanismos del humor, la complicada identificación con protagonistas apáticos o directamente desagradables y la crisis de expectativas de los espectadores como columna vertebral de la narración.

Al percibir este cambio se podría pensar también en el viraje que supuso dentro de la filmografía de David Gordon Green el paso desde un tipo de dramas también vinculados con el género americana aplicado al cine, como George Washington (2000) o All the Real Girls (2003), hasta artefactos emblemáticos de la nueva comedia americana como Superfumados (Pineapple Express, 2008) o la serie De culo y cuesta abajo (Eastbound & Down, 2009-2013). No obstante, en el caso de Alverson tanto el punto de partida como el de llegada siempre han tenido una textura mucho más áspera y radical; a fin de cuentas, su alianza dentro del humor no ha sido con estrellas asimiladas por el mainstream como Seth Rogen, James Franco, Jonah Hill o Danny McBride, sino los mucho más escurridizos Tim Heidecker, Gregg Turkington y Eric Wareheim. Los dos primeros firman el guión de Entertainment junto a Alverson y, desde su presencia primordial en The Comedy, podemos considerarlos a todos los efectos coautores de tan estimulantes y desafiantes tensiones de los códigos de la comedia.

Si en The Comedy era Tim Heidecker el protagonista interpretando a un insoportable treintañero neoyorquino acomodado cuyo comportamiento dañino chocaba de bruces contra el título de la película, en Entertainment encontramos otra disonancia entre título y contenido. Durante la mayor parte del metraje, Gregg Turkington interpreta a un humorista de standup identificado simplemente como The Comedian que, en realidad, replica toda la rutina –y algunos chistes– de Neil Hamburger. La diferencia es que, desde el inicio del filme con una actuación ante los prisioneros de una cárcel, el comediante se embarcará en un tour a través del desierto de Mojave en dirección a California con paradas y actuaciones programadas en bares y clubs de carretera a cada cual más deprimente y con un público menos receptivo ante el peculiar mal gusto de su repertorio de chistes.

Allí se produce la recuperación, por vía de la ficción, de esa preciosa confección de pura incomprensión incómoda, del descalabro antipático como celebración. Un gusto trágico que resulta incomprensible para el primo del comediante, encarnado por John C. Reilly, con un torrente de locuacidad y charlatanería latifundista anhelantes por agradar que chirrían en cualquier conversación con el protagonista. Cuando no está sobre los escenarios regurgitando sus chistes ante públicos cada vez más indiferentes, el cómico se dedica a deambular abatido por parajes desérticos y dejar patéticos mensajes de voz a su hija desde intermitentes habitaciones de hotel.

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Neil tras otra noche accidentada…

Con este panorama quizás Rick Alverson ya podría haber construido una de esas películas sobre la incomunicación, la soledad y el spleen de carretera, pero la ruptura de expectativas de Entertainment no se queda ahí. Cuando, a mitad de metraje, la dinámica narrativa de ir alternando actuaciones catastróficas del comediante con escenas de sus apáticos tiempos muertos ya ha quedado bien establecida, la película toma un nuevo camino. Después de pasar por una hipnótica sesión de cromoterapia que el director de fotografía Lorenzo Hagerman aprovecha tan bien como los desoladores pasajes desérticos, los episodios intermedios entre las actuaciones van volviéndose cada vez más extraños y opresivos.

Es como si durante la primera mitad de la película Alverson hubiera mantenido el habitual distanciamiento de sus imágenes, esa indiferencia que tan bien funcionaba en The Comedy, llevando aquí su pulcritud estética hasta máximos antonionianos de figuras ante paisajes, pero en la segunda parte de la historia todo ello se transformara en una asunción absoluta de las capas más inquietantes de la realidad a través de un universo sensorial bastante parecido a los habitados por David Lynch; la aparición de Dean Stockwell en la última actuación que vemos del comediante no es nada gratuita.

Desde que empieza a sonar la voz aguda de Leah Devorah, la música instrumental de Robert Donne se hace más agresiva y la extrañeza de las situaciones se intensifica. El comediante saca fotos de los restos de un accidente de coche, tiene espeluznantes encuentros en baños de carretera –uno con un Michael Cera febril, otro con una mujer embarazada a quien ayuda a dar a luz–, lleva hasta el paroxismo la tosquedad de sus números cómicos con un abstracto recital de pedorretas… Hasta que, en una fiesta de Hollywood –organizada por Tim Heidecker, por cierto–, tras salir de una tarta el comediante rompe a llorar desconsolado y cae en la piscina. Está completamente agotado; su destino final, percibido como una imagen onírica delirada desnudo frente al televisor, es la integración en el plató de una telenovela vestido de cowboy.

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La mutación que venía fraguándose…

El camino del comediante, una bajada a los infiernos que ya se nos empezó a mostrar muy avanzada, atraviesa distintas etapas hasta abrazar un enrarecimiento patológico y autodestructivo no muy distante del propuesto en Too Many Cooks (Casper Kelly, 2014), el corto emitido dentro de uno de los contenedores de madrugada de Adult Swim que gozó de un extraordinario éxito viral en las redes sociales. Allí era una secuencia de créditos televisivos atrapada en un bucle de pesadilla la que acababa devorándose a sí misma. En Entertainment, la literal travesía por el desierto a la que se somete el comediante pasa por toda clase de espacios desolados hasta alcanzar un tope de extenuación existencial que termina mutando en pesadilla.

La película de Rick Alverson no solo devuelve a Neil Hamburger la capacidad desestabilizadora de su acto, sino que también escapa a las coordenadas de quienes creían saber de qué iba la broma, pues utiliza a un cómico de culto y figuras reconocibles del indie como John C. Reilly, Michael Cera o Amy Seimetz –misma estrategia que cuando en The Comedy el cineasta echó mano del músico James Murphy– para contar un relato lleno de desolación y malestar primordial. Sin asideros, ni la intención de facilitar ninguna conclusión tras ver su sufrimiento. Entertainment es una negación del entretenimiento no problemático; en cuanto parece que deja entrever su terreno de juego, lo cambia para hacerlo más hostil. Este espectáculo no tiene público convencido de antemano. Todos somos audiencia amorfa que se ha quedado fuera del chiste. Quizá la única reacción pura a tener sea la del propio protagonista, desnudo frente a la pantalla, mezclando risa y llanto frente al absurdo de su yo. ¿No podríamos llamar a eso la más sana forma de entretenimiento?

 

© Daniel de Partearroyo. Enero, 2016

 

* En el siguiente enlace puedes visitar el Especial: Rick Alverson donde encontrarás una entrevista al director de Virginia así como otros artículos centrados en sus anteriores largometrajes u otros motivos transversales de su filmografía.

 

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(1) Quizá el único equivalente que atesoro como experiencia vital sea aquella primera aparición de Miguel Noguera en horario de máxima audiencia de la televisión nacional dentro del show de Buenafuente. Disonancia absoluta entre las expectativas de quienes acuden de público ante lo que debe ser la figura de un supuesto humorista y la auténtica propuesta de Noguera; algo que ya entonces empezaba a ser irrecuperable en su actuaciones en directo.