En la playa sola de noche

Otros ecos

 

“Tiempo presente y tiempo pasado
Están ambos quizá presentes en el tiempo futuro,
Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
Todo tiempo es irredimible.
Lo que podía haber sido es una abstracción
Y permanece como posibilidad perpetua
Solo en un mundo de especulación.
Lo que podía haber sido y lo que ha sido
Apuntan a un fin, que es siempre presente.
Las pisadas resuenan en la memoria
Bajando el pasillo que no tomamos
Hacia la puerta que nunca abrimos
A la rosaleda. Mis palabras resuenan
Así, en tu mente.
Pero con qué propósito
Removiendo el polvo en un cuenco de pétalos de rosa
No lo sé.
Otros ecos”

T.S.Eliot, Burnt Norton

 

Al igual que San Agustín de Hipona, si nadie me pregunta qué es el tiempo lo sé perfectamente, mientras que si a alguien le da por hacerlo… entonces empiezo a sudar tinta. No sé si es lineal, circular, infinito o si, directamente, solo existe en nuestras cabezas. Lo que sí sé sobre el tiempo es que se puede jugar con él, que se puede alterar su curso y darle una nueva forma, y que una de las mejores formas que hay para hacerlo es viajar.

Recuerdo que al principio concebía el viaje como una forma de conocer un lugar, de visitar aquellos sitios que solo se han visto en fotografías o de los que se ha oído hablar para poder decirle al mundo “yo estuve allí”. Sin embargo, con el paso de los años, he descubierto que lo que resulta más interesante de un viaje no es encontrarse con un nuevo espacio, sino habitar un tiempo diferente.

A la vuelta de un viaje, al menos en mi caso, lo que más persiste en la memoria no es la forma de las esculturas que había en una plaza o la monumentalidad de un edificio, sino el tiempo que pasé yendo de un punto turístico a otro, aquello que sucedió cuando aparentemente no sucedía nada. En definitiva, aquel tiempo que pasé viviendo como si fuera otra persona.

Con el cine sucede exactamente lo mismo y, a pesar de que se defienda que es un arte basado en el placer de observar a los otros, esta no es más que una visión parcial. Sí, por supuesto que existe lugar para el voyeur en el cine (bien lo sabe Hitchcock), pero también lo hay para el flâneur, para aquel que no solo quiere ver a los personajes haciendo cosas sino que también quiere pasear junto a ellos y poder habitar, no un espacio, sino un tiempo que no es el suyo.

A este respecto, con una industria condenada al eterno retorno de las franquicias y las sagas y unos autores obsesionados por producir películas de tesis que sirvan para ratificar o refutar una teoría, a los vagabundos y los mirones no nos queda más remedio que dar gracias al cielo por la existencia de un hombre llamado Hong Sang-soo que se empeña en crear nuevos tiempos para nosotros.

 

Tiempo pasado

El paseo de las dos amigas en Hamburgo en En la playa sola de noche

Para nuestra sorpresa, tras los títulos de crédito de una de sus últimas películas, En la playa sola de noche (Bamui Haebyunaeseo Honja, 2017), no nos encontraremos en las calles de Seúl como viene siendo habitual en el cine del director, sino que apareceremos en un barrio de la ciudad alemana de Hamburgo. Allí, junto a dos amigas coreanas (una de visita y otra residente) comeremos en un puesto callejero, pasearemos por un parque, compraremos un libro en una pequeña tienda, nos reuniremos con otros amigos y, finalmente, iremos a la playa.

Todo esto sucede sin estridencias en un perfecto tiempo presente, el tiempo de los viajeros. Ahora bien, poco a poco, a medida que avanza el metraje, este presente irá impregnándose del pasado, del recuerdo del hombre que Young-hee (interpretada por la actriz Kim Min-hee) dejó en Corea, hasta llegar a un punto en el que la narración no podrá continuar habitando este tiempo presente y se transformará ante nuestros ojos; pasada media hora de película van a aparecer de nuevo en pantalla unos títulos de crédito y eso que habíamos considerado presente, se nos revelará como pasado, como el final de un filme que la propia protagonista está viendo en un cine.

 

Tiempo presente

El personaje de Kim Min-hee en una sala de cine

De la misma forma que le pasaba a Tongsu en Un cuento de cine (Geuk jang jeon (Tale of Cinema), 2005), Young-hee abandona el falso presente de la sala de cine que ha habitado durante un breve periodo de tiempo y, aún aturdida por la experiencia, en la calle se da de bruces con la realidad: ha vuelto a un país que la repudia debido a su relación sentimental con un cineasta casado.

Todo sigue igual que cuando ella se marchó y por eso, después de reunirse con sus viejos amigos y constatar que tampoco puede seguir habitando este presente insoportable, la actriz decide marcharse en busca de aquello que ha visto en pantalla, ese tiempo pasado que contenía una esperanza de futuro.

 

Tiempo futuro

La playa juega un papel esencial en la película de Hong Sang-soo

Si un desconocido nos confesara que ha conseguido crear una máquina del tiempo, no me cabe la menor duda de que seríamos capaces de creerle mucho más rápido que a alguien que dice que puede bajar el importe de nuestra factura de la luz. No sé si es algo común a todas las personas, pero creo que después de más de cien años bajo su influencia, el cine ha conseguido que, de forma inconsciente, seamos capaces de creer en lo increíble, que estemos abiertos a una especie de pensamiento mágico totalmente irracional al igual que Young-hee que, imitándose a si misma en el posible filme que hemos visto al inicio de En la playa sola de noche, volverá a sentarse junto al mar para llevar a cabo su particular ritual consistente en dibujar la cara de la persona amada en la arena y esperar a que algo pase.

El arte imita a la vida, pero la vida también imita al arte. Esta es una lección que Hong Sang-soo nos ha enseñado a lo largo de su filmografía y que, no en vano, casi siempre ha tenido el mar como telón de fondo. La playa es la posibilidad perpetua, un lugar en el que, como sucede con las olas y las mareas, todo puede repetirse una y otra vez sin que por ello deje de ser diferente. Y si en aquella ficción inicial lo que sucedía era terrible (la joven actriz era secuestrada), en esta es aún peor: reaparecerá el hombre de sus sueños, sí, pero solo lo hará para constatar que no es más que un espejismo, una idea que se desvanece.

Young-see, tras haberse quedado dormida junto al rostro dibujado en la arena, se despierta y encuentra junto a ella a unos chicos. Estos le comunican que están rodando a las órdenes del que fuera su amante y, después de confesarle en bloque su admiración por ella, la invitan a cenar junto al resto del equipo. Esa misma noche, cuando por fin vuelve a encontrarse con el director en el restaurante, lo único que este hará después de que ella le haya expuesto sus sentimientos con una honestidad brutal (y etílica), será pedir que le traigan un libro y escudarse en una cita que resume lo que fue su relación.

Tras este ajuste de cuentas, volveremos a la playa y veremos cómo alguien fuera de plano despierta a Young-see. Sí, la protagonista se ha quedado dormida y el reencuentro ha sido soñado, pero lejos de utilizar este recurso (que tan mal se ha empleado a lo largo de la historia del cine) como vía rápida para exteriorizar lo que hay dentro de su personaje, Hong lo aprovecha para traducir cinematográficamente esa abstracción de “lo que podría haber sido y lo que ha sido” de la que nos habla T. S. Eliot en su poema. Una bella forma de remover el polvo en un cuenco de pétalos de rosa para, quizá, provocar otros ecos.

 

© Sergio Morera, diciembre de 2017